lunes, 22 de septiembre de 2008

Lo que vemos pasar, lo que nos ve pasar




La definición de ser vivo y, por tanto, la inclusión o no de determinados especímenes en dicho grupo selecto es un tema controvertido. Existen "entes" que se pasean en la frontera entre lo que está vivo y lo que no, como los virus, capaces de realizar sólo algunas de las funciones asociadas a la vida.

CAOS Y CIENCIA



Las dificultades que entraña la clasificación de los seres no impide el recurso a la metáfora para asociar propiedades de la vida a cuerpos muertos. Cuando se habla de "esperanza de vida", a veces se ignora la parte que "vida" tiene en la expresión y el concepto se aplica generosamente como sinónimo de duración o existencia incluso para objetos tan prosaicos como una batería o un coche. Con mayor justificación puede utilizarse para hablar de cuerpos que en cierto modo nacen, viven y mueren, por ejemplo las estrellas.

El significado del término longevidad abarca escalas temporales muy distintas según de quién o de qué se hable. Esto determina que unos "ven" pasar a otros, que a su vez son vistos por otros, y así sucesivamente. El ser humano alcanza los 70 u 80 años en los países del primer mundo. Es poco longevo en comparación con ciertas tortugas (más de cien años) o árboles (miles de años), y casi instantáneo para los planetas o las estrellas. En cambio, es muy longevo respecto a los insectos y algunas flores, los ciclos del Sol y la Luna, o sus propios animales domésticos.

El concepto de tiempo está ligado inevitablemente a los cambios. Si éstos no ocurrieran, la percepción temporal no existiría. Es la evolución, en el sentido más amplio, la que hace posible medirlo. La salida y puesta del Sol que da lugar a la alternancia del día y de la noche; las fases de la Luna, que abarcan un mes; el paso de las estaciones, y con ellas de los años. Y el envejecimiento, que el ser humano ve en sí mismo y en sus congéneres. Pero aunque no hubiéramos constatado su existencia e inventado cómo medirlo, el tiempo continuaría pasando, pues es una variable independiente.

Podemos jugar mejor a "lo que vemos pasar, lo que nos ve pasar" hablando de tiempo de existencia en lugar de esperanza de vida. Todo nace, vive evolucionando y muere, de un modo u otro, sólo es cuestión de esperar lo que haga falta. Incluso los objetos carentes de vida tal y como la intuimos están compuestos por elementos químicos que pueden haber formado parte o llegar a formar parte de ella. Los elementos químicos se fabricaron en reacciones en el interior de las estrellas, y continúan fabricándose. Carl Sagan tenía razón al utilizar su bella imagen: "somos polvo de estrellas".

Al jugar, la humildad se impone. Somos un instante frente a los 13.700 millones de años del Universo o los 4.600 millones de años del Sol. También en nuestro planeta: la Tierra comenzó a formarse casi al mismo tiempo que su estrella al condensar el material en torno a ella. Los primeros océanos y continentes aparecieron hace de 4.000 a 2.500 millones de años, aunque su distribución moderna data de hace unos 5,3 millones de años. La cordillera del Himalaya tiene entre 20 y 60 millones de años (según el estado de formación que se escoja), y los Pirineos una edad equivalente en la escala de la que se habla (unos millones de años más o menos).

Todo es cuestión de escalas. La vida, indican los restos fósiles, surgió hace 2.700 millones de años, mientras que la especie Homo sapiens sólo hace 11.500 años que empezó a dejar su impronta en el planeta. Incluso como especie y en la Tierra, el ser humano es un recién llegado. Mejor no hablar de un individuo cualquiera frente al Universo.

Lo que diferencia al ser humano de otras especies es su deseo de aprendizaje, y su capacidad de preguntarse de dónde viene y hacia dónde va, él y todo lo que le rodea. Limitado como está por la corta duración de la vida humana, ha aprendido a acumular y transmitir el saber obtenido generación tras generación. Es innegable el avance en el conocimiento logrado en los últimos tres mil años. Lo obtiene por observación, deducción y/o experimentación, según de qué se trate.

La Astronomía, a la que nos dedicamos en el Instituto de Astrofísica de Canarias, es compleja por la lejanía a la que ocurren los fenómenos, la imposibilidad de realizar experimentos que los reproduzcan y los tiempos, que sobrepasan ampliamente la vida humana, razón por la cual algunos objetos astronómicos parecen inmutables, aunque no lo sean. Para conocer aquello cuyo ciclo vital no es observable en su totalidad, hay que utilizar el ingenio, sabiendo que la observación parcial de un proceso puede llevar a error.

Imaginemos un bosque de pinos con árboles de edades distintas, en el cual disponemos de 24 horas para conocer una especie concreta. Una buena idea sería coger un ejemplar de cada edad y extrapolar la trayectoria vital de la especie. Lo mismo se hace con las estrellas y otros objetos astronómicos: observando cuerpos en diferentes momentos de su vida se deduce su evolución.

El tiempo es, como se ha dicho, una variable independiente de lo que tiene lugar a su paso. Pero son los fenómenos variables los que nos indicaron su presencia y permitieron fragmentarlo. Si la raza humana se extingue, o cuando se extinga, dejará detrás muchas estructuras que la habrán "visto pasar". Ninguna habrá intentado, sin embargo, abarcar con el conocimiento más tiempo del que le corresponde.

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