jueves, 20 de noviembre de 2008

David. La verdadera historia del rey de Israel




Una de las pocas páginas tediosas de los evangelios es la que se dedica a la genealogía de Jesús. Está en Mateo 1, 1-7, y en Lucas 3, 23-34. En realidad, esas tediosas páginas encierran un hecho sorprendente: allí se citan, como progenie de José, ladrones, adúlteras, seductores... Dicho de otra manera: Jesús no se hizo carne de gente digna y ejemplar, sino que eligió una progenie que haría enrojecer a un bellaco. No carece de significación –enormemente profunda– el hecho de que sea así. Es toda una dimensión distinta la que ese hecho da a la Encarnación. Ni siquiera cabe sospechar que Mateo y Lucas escribieran esa retahíla de nombres sin saber quiénes eran. Conocían la Biblia mejor que nosotros y, en la Biblia, había quedado escrita la vida y milagros de todos esos personajes.

Pues bien, uno de esos ascendientes de Cristo fue David. Y no el más ejemplar. Como recuerda Kirsch, el rey de Israel fue mentiroso y embustero, malhechor y extorsionador, exhibicionista sexual, seductor y asesino y, quizás, bisexual. No son afirmaciones atrevidas; basta leer la Biblia. Y, sin embargo, la propia Biblia nos lo presenta también como elegido de Dios: aquel a quien Dios perdona todo y en quien se complace sobremanera.

La mayor parte de los israelíes acepta, en forma axiomática, que las celebraciones del 3.000 aniversario de la conquista de Jerusalén por el Rey David señalan un acontecimiento real y tangible, pero está lejos de ser así. El relato bíblico sobre la toma de la ciudad es el único con que contamos y en opinión de la mayoría de los estudiosos modernos, la Biblia no constituye un documento histórico enteramente confiable; se requiere la corroboración de las evidencias y ciertamente existen algunas, si bien no son concluyentes. Una vez recogida toda la información disponible, lo más que se puede decir es que probablemente existió un gobernante israelita llamado David, que convirtió a Jerusalén en su capital en algún momento del siglo X AEC. No obstante, no se puede establecer la fecha exacta y en consecuencia, no hay forma de saber con exactitud cuándo cae dicho aniversario.

Hay abundante evidencia de la existencia de la antigua Jerusalén. Las excavaciones en la Ciudadela de David, hoy en día la aldea de Siloé al sur de las murallas de la Ciudad Vieja, demuestran que ese sitio estuvo ocupado de manera ininterrumpida durante los últimos 5.000 años. Más próximas a los presuntos tiempos de David, las excavaciones dirigidas por el difunto Prof. Yigal Shiló revelaron una monumental estructura escalonada de 20 metros que data de los siglos XII-X AEC y que podría haber sido el asiento de la fortaleza jebusea conquistada y posteriormente ampliada por David.

Además de la evidencia arqueológica, Jerusalén es mencionada en diversos documentos antiguos fuera de la Biblia. La primera referencia conocida data del año 1.900 AEC en los así llamados "Textos de execración": los nombres de los enemigos del gobernante egipcio eran inscritos en vasijas de arcilla que se quebraban con la esperanza de causar su destrucción. En aquellos tiempos Jerusalén era aparentemente enemiga de Egipto, tal como lo indican las cartas escritas en las tablas de arcilla halladas en las ruinas de Amarna, el palacio del faraón reformador Akenatón. En una de ellas, que data del siglo XIV AEC, el rey de Jerusalén Abdu-Heba registró su promesa de lealtad al gobernante egipcio.

Hasta hace muy poco tiempo, no había evidencia de la existencia del rey David fuera de la Biblia: su nombre no aparece en documentos egipcios, sirios o asirios de la época y las numerosas excavaciones arqueológicas en la Ciudadela de David fracasaron en el intento de hallar algo más que la mención de su nombre.

Pero el 21 de julio de 1993, un equipo de arqueólogos dirigidos por el Prof. Avraham Birán que realizaba excavaciones en Tel Dan, al norte de la Galilea, encontró una pieza triangular de basalto de 23 x 36 cm. con una inscripción en arameo, que fue identificada como parte de un pilar de victoria erigido por el rey de Siria y posteriormente destruido por un gobernante israelita. La inscripción, que data del siglo IX AEC, o sea cerca de un siglo después del inicio del reinado de David, incluye las palabras Bet David ("casa" o "dinastía" de David). Esta es la primera referencia casi contemporánea a David jamás hallada y si bien no es concluyente, señala claramente que un rey llamado David creó una dinastía en Israel durante el período en cuestión.

Otra evidencia significativa proviene de los estudios arqueológicos realizados en la última década por el Prof. Avi Ofer en las colinas de Judá, que demuestran que en los siglos XI y X AEC la población de Judá casi doblaba en número a la del período precedente. El Rank Size Index (RSI), un método para analizar las dimensiones y ubicación de los asentamientos a fin de evaluar hasta qué punto constituían un grupo autosuficiente, indica que durante dicho período -presuntamente el del Rey David - existía un importante centro de población en los confines de la región. Lo más probable es que Jerusalén haya sido dicho centro.

En síntesis: David fundó una dinastía en el siglo X AEC; la población se duplicó en las colinas de Judá y su punto central, probablementte Jerusalén, era un sitio ya habitado con anterioridad y lo suficientemente importante como para haber sido mencionado en documentos egipcios. Estos hechos concuerdan ciertamente con el relato bíblico, pero antes de examinar esa versión debemos tomar en cuenta la naturaleza de la Biblia y de sus contenidos históricos.

La Biblia no es - y nunca pretendió serlo - un documento histórico, sino una obra teológica, jurídica, ética y literaria que contiene información histórica; si queremos evaluarla, debemos examinar cuándo, cómo y por qué fue compilada.

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