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Traje
jueves, 7 de mayo de 2009
La secularidad despierta el mismo interés científico que la religiosidad
Nuevos estudios descubren que ni la religión ni la irreligión tienen el monopolio sobre la salud mental
En los últimos años se ha exacerbado el interés científico por los efectos de la religiosidad en el ser humano. Diferentes estudios han revelado que puede ser buena para la salud y el espíritu, pero al mismo tiempo han despertado el interés sobre los efectos de la secularidad. Así, se ha descubierto que los ateos están tan bien preparados como los creyentes para afrontar las dificultades de la vida y que lo importante no es creer o no creer, sino la consistencia y cohesión de cada cosmovisión. De estos estudios se deduce que ni la religión ni la irreligión tienen el monopolio sobre la posibilidad de proporcionar salud mental.
El escritor Nathan Schneider, editor de la revista Killing the Budha ha publicado un artículo en The Boston Globe en el que explica que el interés científico por la religión está despertando un interés paralelo acerca de los efectos de la secularidad en el ser humano.
Según Schneider, en los últimos años han aparecido numerosos estudios que apuntan a que la religión es buena para el espíritu, puede aumentar la esperanza de vida, y mejorar la presión sanguínea, entre otras ventajas
“A medida que sociólogos, psicólogos y médicos se han ido centrando en medir los efectos de la religión, a menudo financiados por fundaciones privadas (como la John Templeton Foundation que el año pasado gastó más de 50 millones de euros en la financiación de estudios sobre el tema), los resultados de sus investigaciones se han ido filtrando a gran velocidad en sermones semanales y en los medios de comunicación. Podría decirse que no ser religioso parece cada vez más peligroso para la salud”, escribe Schneider.
Estudiando la irreligiosidad
Sin embargo, este interés creciente ha carecido, según algunos expertos, de la comparación con análisis realizados a personas no religiosas o no creyentes. Por eso, una serie de investigadores han ido organizando en los últimos tiempos centros académicos de estudio de las personas no religiosas, llevando a cabo extensas encuestas y comparando sus descubrimientos.
Y, así, han descubierto que los ateos convencidos parecen estar “tan bien preparados para hacer frente a las dificultades como los creyentes convencidos, y que algunas de las sociedades más saludables del mundo presentan los niveles más bajos de devoción”, apunta el autor.
Según David Yamane, sociólogo de la Wake Forest University y editor de Sociology of Religion, hasta ahora las personas que realmente no tienen una religión o que realmente no son creyentes no han sido bien comprendidas.
Pero, algunos estudios recientes sobre estas personas han revelado que ni la religión ni la irreligión tienen el monopolio sobre la posibilidad de proporcionar salud mental.
Intensidad de las creencias
Uno de ellos, realizado con 174 personas, por ejemplo, demostró que los individuos con niveles más bajos de depresión eran los cristianos más creyentes y los ateos convencidos. En cambio, las personas cuyas creencias eran más moderadas tendían a ser más depresivas.
En otro estudio, realizado por Karen Hwang, profesora de la University of Medicine and Dentistry de Nueva Jersey, fueron examinados ateos en peligro de depresión por haber sufrido lesiones en la espina dorsal.
Las entrevistas realizadas por Hwang revelaron cómo las lesiones fortalecieron las creencias de los ateos, y que estas convicciones les fortalecieron a su vez a ellos.
Para Hwang, “no importa en lo que crea una persona, lo que importa en realidad es la consistencia y la cohesión de su cosmovisión”.
Estudio objetivo
Otro de los investigadores sobre este tema es Phil Zuckerman, sociólogo del Pitzer College de California, que ha publicado recientemente el libro "Society without God” (sociedad sin Dios), en el que ofrece un revelador retrato de la irreligión en Dinamarca y Suecia.
En estos países, los bajos niveles de asistencia a la iglesia conviven con otros factores sociales, como la prosperidad económica, la baja tasa de criminalidad y una buena calidad de vida.
Así, parece que estas naciones desafiaran la idea de que la devoción es un requisito indispensable para tener una sociedad saludable. Pero no es éste el argumento que defiende Zuckerman sino, más bien, que el estudio cuidadoso de la vida secular resulta necesario, simplemente, porque aún se piensa que la irreligiosidad no es natural.
Pero, advierte el autor “hay una línea muy fina entre estudiar la secularidad y defenderla, y lo mismo ocurre en el caso de las personas que estudian la religiosidad”. Hay que buscar la objetividad en ambos casos.
En un intento por conseguir esto trabaja David Wulff , un psicólogo del Wheaton College Norton, que actualmente está desarrollando herramientas de escrutinio que ayudarán a los psicólogos a estudiar este tema, y tal vez a ir más allá de las oposiciones binarias del tipo “religiosidad y secularidad” o “creencia y descreencia”.
Nuevas perspectivas
Lo más interesante de todas estas investigaciones (en ambas direcciones), según Schneider es que están conduciendo a una comprensión más sofisticada de cómo la gente cree y cómo las líneas entre religión e irreligión son más borrosas de lo que se pensaba.
Se está empezando a comprender, escribe el autor, que las religiones pueden ser mejor comprendidas si se presta atención a la no religión.
Estudiando ésta encontraremos nuevas perspectivas y comprensiones sobre cómo funciona la religión en la vida de la gente, y también los rastros de cómo las religiones se definen a sí mismas una y otra vez.
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