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Traje
lunes, 7 de junio de 2010
Un ensayo básico actualiza la filosofía de Teilhard
“El Corazón de la Materia”, escrito en 1950, culmina la evolución de su visión interior
El tomo XIII de la edición francesa de las Oeuvres, los ensayos filosóficos y teológicos de Pierre Teilhard de Chardin (bajo el título general de La Coeur de la Matière) no había sido traducido al castellano hasta el 2002. En este artículo se sintetizan las líneas de fondo del ensayo autobiográfico (escrito en 1950, hace ahora sesenta años), que da nombre al volumen: El Corazón de la Materia. Este ensayo (que suele ser poco citado en España, al no haber sido traducido hasta 2002), se sitúa aquí dentro de la obra general teilhardiana. Este ensayo, escrito pocos años antes del fallecimiento de Teilhard, revela un avance en la maduración de su pensamiento. Es breve pero denso, y es fundamental para entender el pensamiento teológico, espiritual y místico del Teilhard enfermo, débil y anciano. El Corazón de la Materia está impregnado de referencias autobiográficas e introspectivas que resumen la experiencia interior del autor.
Las llamadas Obras Completas de Teilhard fueron editadas en Francia en trece tomos después de su muerte y han sido casi totalmente traducidas al castellano. Se trata de ensayos de tipo filosófico, teológico y espiritual, casi todos inéditos, al serle prohibido su publicación en vida del autor. El último tomo traducido, El Corazón de la Materia lo ha sido en 2002.
En sus obras, Teilhard centró en la evolución cósmica en el tiempo intentando, a partir de los datos aportados por las ciencias de la Tierra y las ciencias de la Vida, una síntesis entre ciencia, filosofía, teología y mística. Su filosofía/teología es así una proyección del sentido del ser humano en el mundo que, desde el futuro, ilumina el pasado. Dios, el mundo, la materia, la socialización, la esperanza, lo humano se amalgaman en una unidad fascinante.
En el año 1950, cinco años antes de su fallecimiento en Nueva York, Teilhard redacta un escrito sorprendente de tipo autobiográfico que titula El Corazón de la Materia. El fondo de este ensayo se condensa en esta frase del propio autor: “este año de 1950 culmina la evolución de mi visión interior”.
Teilhard cuenta ya 69 años. Antes se dedicó –nos parece- a poner unos rayos de luz, a modo de ráfagas de linterna, sobre la ingente realidad del pasado del hombre y por extensión del mundo y del cosmos. Desde la Ciencia, desde la Fe comprometida, desde cualquier parte del mundo.
Las experiencias de infancia y la maduración del pensamiento
Dos aspectos convienen resaltar en una primera lectura de El Corazón de la Materia. Por un lado, la insistencia que pone Teilhard en sus experiencias de infancia, tanto a la influencia espiritual de su madre como al despertar a la Naturaleza. Éste se realiza gracias al coleccionismo de fósiles, animales, vegetales y rocas volcánicas que hacían sus familiares, y que suscitó en él la temprana vocación a lo que se llamaba en los manuales escolares Historia Natural.
Por otra parte, en El Corazón de la Materia resalta el extenso uso por parte de Teilhard del lexema “génesis” en la elaboración de múltiples conceptos que no cesa de utilizar en sus más importantes obras: cosmogénesis, biogénesis, noogénesis, antropogénesis, ortogénesis, cristogénesis, etc. Esto muestra su empeño y esfuerzo científico por explicar esas diversas “génesis” u orígenes de cada cosa. Una lectura atenta, 60 años más tarde, de El Corazón de la Materia de Pierre Teilhard de Chardin, nos permite percibir que los latidos de ese corazón maduro siguen latiendo. Pese a que Teilhard en esa época había padecido algunas crisis cardíacas, su alma seguía tejiendo hondos sentimientos.
Dónde y cuándo fue escrito El Corazón de la Materia
En el mes de agosto de 1950 Teilhard redacta el texto más largo y complejo de este ensayo al que puso como título El Corazón de la Materia. Lo redacta reflexiva y pausadamente en la finca familiar de Les Moulins mientras pasaba unas vacaciones en Francia. Es un momento de plena madurez en nuestro autor. Firma el escrito precisando incluso la fecha: el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María. Se nos antoja que es, una vez más, la devoción mariana la que le dicta el día.
Dentro del amplio conjunto de la obra filosófica y espiritual de Teilhard, ¿qué lugar ocupa El Corazón de la Materia? En cuanto al tamaño material, es decir, en cuanto al número de páginas, que en rigor serían en torno a 50, se puede calificar esta obra como de tamaño menor. Pero si la comparamos con la obra más compacta, larga y pensada, como es El Fenómeno humano, el ensayo que glosamos podría pasar por un capítulo y no precisamente el más largo. Si la comparamos sólo en cuanto al tamaño material se refiere, con El Medio Divino (175 pags.), (la segunda obra de alta divulgación en extensión), El Corazón de la Materia, es menos de un tercio.
No obstante, el momento o circunstancia en que Teilhard escribe es de reflexión pausada, de madurez casi plena, de estancia feliz con familiares y amigos en una Francia que comienza a ser próspera al igual que una Europa que ve alejarse el fantasma de la última guerra y de la locura colectiva que supuso.
En el año 1950 se viven días de recuperación económica, en una Europa que no quiere mirar al pasado inmediato (años 1930-45 aproximadamente). Es una época de experimentos sociales fallidos soportados una vez más, sobre todo por el pueblo llano y los que no tuvieron poder de decisión alguna, que, por cierto, fueron la inmensa mayoría. Pero no sólo nos referimos al año de un continente entero, Europa, sino más bien al año de la vida de una persona que se acerca a su fin biológico con la madurez que dan los años.
Parece ser que estos días de vacaciones en la casa familiar evocan interiormente a Teilhard toda su vida. Es un momento de felicidad interior cuando en el verano de 1950 se lanza a escribir, parece que en muy poco tiempo, este ensayo: El Corazón de la Materia. Teilhard revive su infancia, sus primeros años de jesuita, su formación en Inglaterra, los primeros contactos con la geología y con la paleontología. La experiencia en las trincheras durante la guerra europea y luego, la larga estancia en China.
Cuando la guerra mundial, en los años cuarenta, se encuentra en China, muy alejado de los centros militares que se enfrentan. Pero se mantuvo bien informado por el correo de amigos o familiares y por las noticias radiofónicas, las reuniones con sus hermanos de comunidad, de sus compatriotas franceses en la embajada, etc.
En estas vacaciones de agosto de hace 60 años, imaginamos a Pierre Teilhard de Chardin con ánimos para hacer balance de su “visión interior”. Una visión diacrítica, ahora no marcada por cientos de miles de años, sino por la brevedad relativa de una vida dedicada a la Fe y a la Ciencia.
El latido de la Vida en la Materia
En cuanto al título del ensayo: El Corazón de la Materia, Teilhard explica largamente no sólo por qué razones la Materia tiene para él un Corazón, sino quien personaliza ese corazón “que hace funcionar y evolucionar la materia”, (entrecomillado nuestro) al modo como el corazón de los animales y personas hace funcionar y vivir el cuerpo.
Ese corazón de la materia, lo es de toda materia, no sólo en cuanto a la cantidad, sino sobretodo en cuanto a la calidad de la misma. Si bien, no es lo mismo la materia inerte o mineral que el Espíritu que surge de cierta materia humana, materia que, incluso puede llegar a ser pensante o “productora”, en cierto modo, de Espíritu.
El tema del “corazón” no era algo nuevo es la Espiritualidad del mundo cristiano occidental del siglo XX. Parece ser que fue nada menos que el Padre de la Iglesia de Occidente San Agustín de Hipona, quien primero se refiere al tema del “corazón”.
Breve esquema de El Corazón de la Materia
El ensayo se inicia con una introducción titulada La Zarza Ardiente. Comienza con sencillez. Parece que el autor se quiere acotar a sí mismo y define lo que va a hacer en esta obra: narrar “una experiencia psicológica directa, lo bastante reflexionada como para ser inteligible”. Más breve aún “un documento vivido”.
Dice que ha “necesitado más de sesenta años de esfuerzo apasionado para descubrir (lo) que no eran sino enfoques o aproximaciones sucesivas a una misma realidad de fondo...”. Escribe literalmente más abajo: “como yo he experimentado en contacto con la Tierra, la Diafanía de lo Divino en el corazón de un Universo ardiente: lo Divino resplandeciendo desde las profundidades de una Materia ardiente”.
La obra consta de tres partes o capítulos que están numerados en romano: I. Lo Cósmico, o Evolutivo; II. Lo Humano, o lo Convergente; y III. Lo Crístico, o lo Céntrico.
I.- LO CÓSMICO, O EVOLUTIVO
La primera parte la denomina su autor como lo Cósmico, o Evolutivo y se inicia con una Nota preliminar sobre el Sentido de la Plenitud. Se cita a sí mismo con un texto de 1917 (en plena primera Guerra Mundial). En ella afirma que toda la presente obra va a ser un desarrollo de su “polarización sicológica particular, común ciertamente a todos los hombres” a la que llamará “Sentido de la Plenitud”. Por ello, sigue haciendo referencias a su infancia. Fue entonces cuando tuvo una “llamada”: era “por algo que brillaba en el corazón de la Materia”.
1.- La llamada de la Materia.
Escribe Teilhard que, por influencia de su madre, quería mucho al Niño Jesús. Sin embargo, “mi verdadero “yo” estaba en otra parte”. Sentía “aquel gesto instintivo que me hacía ‘adorar’ un fragmento de metal”. Mantiene que “toda mi vida espiritual no ha consistido sino en desarrollar” aquellas íntimas experiencias de niño. Intuye que la consistencia de aquellas materias (hierro, restos de metralla...) fueron su “aprehensión inicial de lo absoluto bajo la forma de lo Tangible”. (Con mayúscula inicial en el texto). Enfrenta, como buen dialéctico, físico y metafísico, nacido en el rigor de la escolástica, lo Necesario, a lo Contingente, lo General a lo particular y lo Natural a lo Artificial.
Ya en este segundo epígrafe prevé que “la Consistencia con la que yo soñaba por entonces es un efecto no de la ‘sustancia’ sino de la ‘convergencia’”.
Al nombrar la palabra convergencia, de tanta importancia en la etapa final de la evolución, alude expresamente al Punto Omega, donde todo convergerá al final de los tiempos. Termina este epígrafe: “comencé, sin darme cuenta, a acceder verdaderamente al Mundo...”. Aquello fue cuando él contaba aproximadamente con 9 ó 10 años de edad.
2.- La aparición de lo Universal
En el desarrollo de sus intereses vocacionales, Teilhard pasa de lo metálico a lo mineral, a las piedras y a las rocas (incluso a los seres vivos petrificados o fosilizados). Todo el universo no es metálico, pero sí mineral, como “un Elemental expandido por doquier, cuya ubicuidad misma constituía su incorruptibilidad”. (Recuérdense los cuatro elementos de la Cosmología griega primitiva: agua, fuego, tierra y aire).
Y sigue: “Más adelante, cuando estudiara Geología (...) lo que me ha llevado irresistiblemente (aún a expensas de la Paleontología) al estudio de las grandes masas eruptivas y de los zócalos continentales, no es sino una necesidad de mantener contacto (un contacto de comunión) con una especie de raíz, o de matriz, universal de los seres”.
Continúa: “Durante cerca de 20 años de mi vida encuentro claramente en mis recuerdos las huellas ininterrumpidas de esta transformación profunda”. Sigue con excelentes párrafos, incluso poéticos, en un sentido amplio, de su vida íntima, pero con un sesgo muy profesional o vocacional: la ciencia como vocación irrenunciable.
Enuncia a continuación los componentes o atributos juveniles de su Sentido del Todo (sentido de Dios, al menos como aproximación o vía hacia Él):
a) Gusto por lo geológico: “lugar axial ocupado invariablemente por la pasión y la ciencia ‘de las Piedras’ a lo largo de la embriogénesis espiritual”.
b) Las tres columnas de su visión: “la Materia, la Vida y la Energía: las tres columnas de mi visión y mi bienaventuranza internas”. Al mismo tiempo Dios se le manifestaba, de alguna manera, a través de la visión, contemplación, razonamiento y admiración del Cosmos y sus leyes físico-químicas.
Sigue haciendo un elogio de la Física, como ciencia que le ayudó a sentirse a gusto: “me siento en mi casa”, afirma. En la Física, “he encontrado los ‘arquetipos’ de lo Consistente, lo Total, lo Único, lo Esencial de mis sueños de la infancia, esos mismos arquetipos que (como veremos) incluso en lo Crístico me siguen sirviendo hoy para expresarme a mí mismo”.
Y en el párrafo siguiente: “El Oriente (en Egipto, dónde explicó Física) entrevisto y ‘bebido’ ávidamente (...). Tal era hacia los 28 años de edad, el complejo espiritual, pasablemente confuso, en el seno del cual fermentaba, sin lograr aún emitir una llama bien definida, mi amor apasionado por el Universo”.
Antes de terminar este importante epígrafe 2 del capítulo I, escribe sobre la insidiosa tentación de “panteísmo de efusión y disolución”. Se refiere, al decir disolución a que finalmente todo iría diluyéndose en la nada, algo típico también de algunas filosofías orientales. Llama a esa tentación o posible opción, de formas “orientales bajo su ropaje científico”.
Y finaliza el apartado, como suele hacer, enlazándolo con el siguiente y encadenando así los silogismos del razonamiento fenomenológico: “si por azar no hubiera eclosionado en mí, como un germen salido de no se sabe donde la idea de Evolución...”. Hipótesis u oración condicional que no tuvo que lamentar, ya que, como se puede apreciar, para Teilhard la “idea de la Evolución” supuso mucho, supuso casi todo.
3.- El descubrimiento de la Evolución
En los años de Teología en Hastings, sur de Inglaterra (1911 – 1914), “fue cuando poco a poco, (...) como una presencia –fue creciendo en mí- hasta invadir por completo mi cielo interior, la conciencia de una Deriva profunda, ontológica y total del Universo en torno a mí”.
Enumera algunas pistas de aquella conciencia de Deriva. También indica cómo por aquellos años diez del siglo XX al “haber leído en aquel tiempo, ávidamente, L´Evolutión Créatrice” de su compatriota Henri Bergson (1859 – 1941).
Afirma, yendo más lejos: “yo siempre había admirado dócilmente hasta entonces (...) una heterogeneidad de fondo entre Materia y Espíritu, Cuerpo y Alma, Inconsciente y Consciente: dos ‘sustancias’ de naturaleza distinta, dos ‘especies’ de Ser incomprensiblemente asociadas en el Compuesto vivo, respecto de las cuales era preciso mantener a cualquier precio, se me aseguraba, que la primera (mi divina Materia) no era sino la humilde sierva (por no decir la adversaria) de la segunda, encontrándose ésta (es decir, el Espíritu) reducida a mis ojos, por este mismo hecho, a no ser más que una Sombra que había que venerar por principio, pero por la cual (emotiva e intelectualmente hablando) yo no experimentaba en realidad ningún interés vivo. Júzguese en consecuencia, mi impresión interior de liberación y júbilo cuando, con mis primeros pasos, aún vacilantes, por un Universo ‘evolutivo’ constataba que el dualismo en el que se me había mantenido hasta entonces se disipaba como la niebla ante el sol naciente. Materia y Espíritu, no dos cosas, sino dos estados, dos rostros de una misma Trama cósmica, según se la vea, o se la prolongue...”.
Esta cita es muy ilustrativa de la problemática de fondo que mantuvo nuestro autor, problemática incluso de una parte del catolicismo universal, hasta llegar al nuevo cambio de ritmo que supusieron las nuevas espiritualidades dimanadas pocos años después, a su vez, de una lectura pastoral y generosa de algunos documentos del Concilio ecuménico Vaticano II.
Sobre la irreversibilidad del proceso evolutivo, escribe más abajo: “No me detuve seriamente ni un sólo instante ante la idea de que la Espiritualización progresiva de la Materia, a la que me hacía tan claramente asistir la Paleontología, pudiera ser nada distinto ni inferior a un proceso irreversible”. “Dicho de otro modo, la materia se metamorfoseaba, por el contrario, en Psiqué”. “El Espíritu, lejos de ser antagonista o antípoda, era el corazón mismo de la Tangibilidad a la que yo trataba de llegar. Necesitaría toda una vida para calibrar (...) lo que esta transposición de valor (...) tiene de inagotablemente constructivo..., y a la vez de revolucionario para la inteligencia, la oración y la acción”.
Sigue escribiendo fluido y contento de recordar aquellos descubrimientos tan decisivos en su visión biológico-filosófica. Concluye este primer capítulo reafirmándose en “dos inmensas Unidades vivientes”, “unidades de dimensiones planetarias”: una, “la envoltura viva de la Tierra, la Biosfera”; otra, “-para cuya perspectiva definitiva no le faltaba a mi espíritu sino el gran impacto de la Guerra- (1914-1918), la Humanidad totalizada: la Noosfera”.
Teilhard y su itinerario interior (1911-1931)
II.- LO HUMANO, O LO CONVERGENTE.
La segunda parte de El Corazón de la Materia lleva como título: II.- LO HUMANO, O LO CONVERGENTE. En ella describe las tres etapas por las que pasó: “entre los 30 y los 50 años” (lo que correspondería a 1911-1931).
Esquemáticamente: “la primera etapa me hizo acceder a la noción de Planetariedad humana, (existencia y contornos de una Noosfera)”. (O sea, el Fenómeno Humano como un fenómeno que se extiende por todo el Planeta). “La segunda me descubrió más explícitamente, la transformación crítica en el nivel de la Reflexión”. “Y la tercera me condujo a identificar (...) una deriva acelerada de la Noosfera hacia estados ultra-humanos”.
1.- La realidad de la Noosfera
Narra como en 1917, en el frente de guerra entre Yser y Verdun (Francia) intuyó el concepto “Noosfera” a causa de la inmensa marea de personas (cientos de miles) en la que él estaba inmerso. Tarda diez años en escribir sobre el concepto de Noosfera que elabora por semejanza con el concepto Biosfera” de Eduard Suess (1831-1914).
Percibió en esa importante “experiencia de la Guerra”, “la realidad y la organicidad de las magnitudes colectivas”. En este caso, la realidad de un pensamiento, si no colectivamente organizado en su totalidad, sí con momentos en que se resalta “con un resplandor y una consistencia crecientes, la esencia, o, mejor dicho, el Alma misma de la Tierra.
2.- La trama de la Noosfera
Teilhard sintetiza sus ideas sobre la Noosfera: “Se totaliza absolutamente sobre sí misma” a modo de una esfera. Así pues, a “la multitud desordenada de los vivientes” le supone Teilhard que tenga unicidad, es decir, no hay varias “noosferas”, al igual que no hay varias “atmósferas” o “biosferas” en el planeta Tierra.
Enumera tres grados en la Trama noosférica: a) en la raíz. Disposición “sui generis, de la sustancia cósmica a enrollarse sobre sí misma”. b) en el camino, “punto crítico de reflexión, que desencadena el cortejo completo de las propiedades específicas de lo Humano”. Finalmente: “difundidos, por efecto de Reflexión, en la médula misma de lo noosférico, una exigencia y un germen de completa y definitiva inalterabilidad”.
Cuenta cómo, cuando era joven estudiante de Física pretendía desentrañar (cuando fuera mayor) los secretos de la gravedad de los cuerpos (siguiendo la tradición de Galileo y de Newton). Sin embargo, ha descubierto la Noosfera. Se entusiasma con este concepto que, (nosotros suponemos) él prevé se llenará de contenido y tendrá una importancia decisiva.
3.- La evolución de la Noosfera
Dice que la Noosfera sigue evolucionando, no está parada como un cuerpo móvil cuando está “en punto muerto”. La evolución de la Noosfera hay que estudiarla como una antropogénesis (el proceso de evolución humana) ya que la humanización continúa incluso en la actualidad. Enlaza pues con la ciencia social que es la Historia: “La humanización aún prosigue”. Y es un proceso que “generador del pensamiento en la tierra: (es) un dinamismo de cerebración”. La “Reflexión colectiva está en rápido ascenso al mismo tiempo que una organización más unitaria”
Casi finaliza este epígrafe (último del capítulo II) con un párrafo de 5 líneas, todo él en letra cursiva que, dada la importancia para el autor y el lector, reproducimos aquí: “Zoológica y psicológicamente hablando, el Hombre, percibido finalmente en la integridad cósmica de su trayectoria, no se encuentra aún sino en un estado embrionario..., más allá del cual se perfila ya una amplia franja de ULTRAHUMANO". Y termina satisfecho de haber encontrado “por efecto de la convergencia de) lo Inalterable con que siempre había soñado”.
Nuestro autor ha pasado pues, a lo largo de los años, del “Trozo de Hierro” (eterno para aquel niño) al “Punto Omega” del que escribirá en el tercer y último capítulo, pero del que nos adelanta: “es la Consistencia del Universo la que tengo ahora concentrada (no sabría ahora decir si por encima o en el fondo de mí mismo) en un único centro indestructible, al que puedo amar”.
A partir de ahora va a entrar, definitivamente y sin retorno, en el terreno donde se unen la fe y la ciencia, interpretada ésta última por la fe. Este “Punto Omega” al que se refiere va a ser también, por efecto de su fe religiosa, una persona (Cristo) a la que puede amar. De momento sólo lo insinúa.
La convergencia hacia el futuro: el punto Omega
III.- LO CRÍSTICO, O LO CÉNTRICO
La tercera parte de El Corazón de la Materia, la más extensa, lleva como título general: III.- LO CRÍSTICO, O LO CÉNTRICO.
Se inicia, como en otras ocasiones, con una “Observación preliminar” seguida de una “Reflexión o revelación del Punto Omega”. Teilhard relata que con el nacimiento en su “trayectoria interior” del concepto denominado “Punto Omega” termina su visión: “en busca de la consistencia última del Universo”.
¿Y si yo no hubiera sido creyente? –se pregunta. Le parece que por reflexión, o sea “por simple profundización racional de las propiedades cósmicas de Omega (...) hubiera sido llevado tardíamente en el curso de un proceso final, a reconocer en un Dios encarnado (Cristo) el Reflejo mismo, en nuestra Noosfera”. Pero duda y escribe: “todo esto no son más que suposiciones gratuitas”.
En los tres últimos párrafos de esta “observación preliminar” se congratula de haber nacido “en pleno ‘phylum’ católico”, es decir, en Francia, en la vieja Europa. Ello ha ocasionado en él, tanto el gusto innato por “la fuerza ascensional cósmica”, como por “el flujo descendente (...) de atracción personal y personalizante”. Se refiere al despertar de un “Sentido Crístico” (con mayúsculas iniciales) “cuyas fases me es preciso ahora relatar”.
Y prepara, como suele, el siguiente epígrafe con los siguientes cinco renglones muy apropiados para releer lentamente: “Sentido cósmico y sentido crístico: en mí, dos ejes aparentemente independientes el uno del otro en su nacimiento, y en cuya relación, convergencia, y finalmente, identidad de fondo, sólo después de mucho tiempo y esfuerzo he acabado por percibir a través y más allá de lo Humano”.
El Corazón de Jesús
A su visión del Universo o cosmos le faltaba algo: “Al Punto Omega yo no accedía, en efecto, por vía cósmica y biológica, sino a duras penas” –nos dice. ‘La chispa’ que hizo que su Universo acabara de centrarse y amorizarse –escribe-: “fue indudablemente a través de mi madre, a partir de la corriente mística cristiana, cómo iluminó y encendió mi alma de niño”.
Otros “muchos espíritus bien dispuestos (incluso ávidos) para concebir la posibilidad misma de un amor super-hominizado”, no llegaban a esa realidad espiritual.
En el caso de nuestro autor, describe un “proceso de universalización” con dos fases: a) de “materialización” del Amor divino, y b) de “energificación”, también del Amor divino. Dado que ambas fases (también las llama “gusto por”) tienden a entrar en conflicto acabando el uno con el otro, o viceversa, la solución que se impuso a sí mismo fue: “el ajuste en mí de lo Divino a lo evolutivo”.
Teilhard se explaya en una descripción del papel o función de la piedad materna en su corazón infanto-juvenil. Hace referencia a la devoción en su familia, e incluso en el catolicismo francés al Corazón de Jesús. (En realidad, es algo común a casi todo el catolicismo europeo occidental, la devoción de la divinidad humana de Cristo, centrada en el órgano biológico que tradicionalmente se ha considerado el centro de la vida afectiva. En Francia fue más divulgada esta espiritualidad por apariciones personales a Santa Margarita María Alacoque, 1647-1690, canonizada en 1920).
La devoción al Corazón de Jesús la presenta Teilhard de Chardin con frase entre paréntesis y exclamaciones, de este modo: “(¡sírvase el lector no sonreir!)” y también “una devoción con la que mi madre no dejó jamás de nutrirme, sin sospechar las transformaciones que le haría experimentar mi insaciable necesidad de Organicidad cósmica”. Aquella devoción infantil fue para Teilhard una “primera aproximación a lo Crístico mas allá de Cristo”.
Para terminar con este apartado que podría ser glosado mucho más a fondo, dada la importancia central, no sólo en lo autobiográfico, sino también en todo su esquema reflexivo-afectivo e incluso poético, nada mejor que este párrafo, aunque hay otros muy enjundiosos: “Me sería difícil hacer comprender a qué profundidades, con qué vehemencia y con cuánta continuidad (mucho antes de que se formara explícitamente en mí la noción de “Cristo-Universal”) mi vida religiosa de pre-guerra (1914-1918) se desarrollaba bajo el signo y el asombro del Corazón de Jesús... así comprendido”.
El Cristo Universal
Con breves y sencillas comparaciones describe Teilhard como en su “ego” pagano, hay “un Universo haciéndose persona por convergencia”, al mismo tiempo que en su “ego” cristiano existe una Persona (la de Cristo) universalizándose por Irradiación. Ello, es decir, esta lucha dialéctica en progreso, le produce en su “vida interior” conflictos, caídas y avances continuados.
Pero siempre hay conflictos. El conflicto clave parece ser el choque entre la falsa espiritualidad desencarnada, de otros tiempos, incluso desencarnada de su actualidad vital. Él propone una espiritualidad no enfrentada a la “orientación tradicional”, sino transversal. Lo explica de dos formas diferentes. Una de las dos formas, tal vez la más descarnada y existencial es ésta: “entre el ‘Dios del Hacia Arriba’ y una suerte de ‘Dios del Hacia Delante’, se había entablado una lucha en lo más profundo de mi alma moderna”.
Teilhard se lamenta, conscientemente, de la vía de síntesis que ha emprendido, (a la altura de 1950). Distingue entre “fe ascensional en Dios” y “fe motriz de lo Ultra-humano”. Concluye este texto sobre los conflictos, en los que se ha adentrado por querer avanzar en la Mística cristiana: “Una aventura grande y espléndida, en el curso de la cual sigo frecuentemente teniendo miedo, pero en la que me era imposible no arriesgarme, tan poderosa era la fuerza con que se aproximaban y cerraban gradualmente sobre mi cabeza, en una única bóveda, las capas de lo universal y lo Personal”.
Pero no solo hay conflictos. También hay progresos. A lo largo de este ensayo-síntesis de su obra ha venido escribiendo sobre el “Sentido de la Plenitud” y sobre el “Sentido de la Consumación y de la Compleción, Sentido Plerómico”. Ahora en el tercer y último capítulo de la obra que glosamos se refiere a “la importancia, en rápido crecimiento, adquirida en mi vida espiritual por el Sentido de ‘la Voluntad de Dios’”.
Teilhard hace alusión “a los grandes impactos de Asia y de la Guerra (1914-1918) lo que reflejan en 1924 y 1927, La Misa sobre el Mundo y El Medio Divino”. Y sigue: “todos los rasgos esenciales de mi visión cristo-cósmica se encontraban ya establecidos en aquel tiempo”.
Establece una etapa larga de progresos maduros, que llega hasta el año en que escribe este texto. Se expresa así: “Constituiría la obra y el gozo continuos de los veinte años siguientes, el ver –paso a paso y a la par- reforzarse en torno a mí, la una por la otra, la Densidad crística y la Densidad cósmica de un Mundo cuyo”poder comulgante” aumentaba incesantemente a mis ojos con el “poder convergente””.
Lenguaje comprensible para todos los seres humanos
Es imprescindible leer sus propias palabras. Son muy calculados los vocablos; son muy sintéticas las oraciones gramaticales. Teilhard, hombre crítico con el pensamiento espiritualista – por lo que las mentalidades conservadores lo tachan de “modernismo” - de su época nos narra ahora los ‘progresos’ de su vida interior. ¡Qué bien sabía que aquellas líneas no iban a ser publicadas en letras de molde hasta después de su muerte!
Sentimos respeto ante estos párrafos de una autobiografía espiritual que le costó, no sólo el destierro prolongado (aunque enriquecedor) desde 1923 hasta el año 1950 en que escribe esta obra, y podríamos decir, hasta el final de sus días; sino también la incomprensión de la inmensa mayoría que, podrían haberlo entendido si no hubiera sido por diversas razones ocultas: ¿miedo a la posible inestabilidad personal de la propia fe?, ¿cortedad de miras ante el futuro?, ¿ignorancia científica? En fin, así avanza la historia del pensamiento desde tiempo inmemorial.
Así pues, tras este párrafo y comentario, sólo introducido para provocar un receso, volvemos a la pura síntesis de la obra y nos adentramos en:
El descubrimiento de Dios, o la llamada a Aquel que Viene
Teilhard apunta que, si ha podido escapar tanto de la “materialización progresiva” como de la “deshumanización materializante” ha sido por “haber percibido un día que, en un Mundo previamente reconocido como de esencia convergente, había una tercera vía abierta -¡y era la buena!- en dirección a la Unidad”. Explica, aunque con dificultad, esta afirmación sobre la tercera vía.
Para ello, es necesario introducir un término típicamente teilhardiano: “lo Céntrico”. Lo Céntrico es el ámbito donde se encuentran lo Cósmico, lo Humano y lo Crístico. También en lo Céntrico “se desvanecen las múltiples oposiciones que constituyen la desdicha o las ansiedades de nuestra existencia”.
Lo Céntrico, el centro al cual nos dirigimos nos atrae y hacia él convergemos: “ni disuelve, ni somete los elementos que reúne, sino que los personaliza” e incluso, “la Materia se hace Espíritu, en la medida misma en que el amor comienza a expandirse por doquier”....“Lo Personal en la cumbre de la Evolución”, pero para ello “sería necesaria nada menos que la conjunción de Cristo con el Punto Omega”, es decir, “un abrasamiento general del Mundo por amorización total”. ¡Por amor!
En resumen, Evolución convergente hacia un “Polo supremo de atracción y compleción”. “Toda pasión (e incluso toda visión) muestra una singular inclinación a transformarse en amor”. Y concluye, “el amor tiende gradualmente, según nuestra experiencia a convertirse en la parte principal y, finalmente, en la forma única y suprema. Sola caritas”...“Continúo escrutando sin descanso el futuro –escribe- para ver mejor llegar a Dios”.
El retorno a El Medio Divino
La Trama del Cosmos intensifica en nuestro autor la Presencia de Dios, mediante las fuerzas que él llama de Comunión con ese Cosmos o Universo material. Se está refiriendo a los años veinte del siglo XX en los que escribió el pequeño opúsculo La Misa sobre el Mundo, en 1923 y El Medio Divino, en 1927.
Fue aquel un “periodo aún algo egocéntrico y cerrado de mi vida interior”. Ahora, veintitantos años más tarde, cuando escribe, dice que “la Evolución hominizada” va siendo que “Dios, bajo el efecto mismo de la operación unitiva que le revela a nosotros, de alguna manera, se ‘transforma’ incorporándonos (…) no simplemente a verlo y dejarse envolver y penetrar por Él, sino al mismo paso descubrirlo (…) cada vez más y más”.
Llegando ahora nuestro autor al último punto de esta “especie de autobiografía”, antes de la oración final, nos hace referencia a su desconfianza y sospecha personal “desde la infancia”. No dice específicamente que fuera “el diablo” quien le tentara, sino que la “enigmática fuerza (…) me había habituado a considerar que emanaba, no de Dios, sino de algún Astro rival”.
Vuelve a distinguir, como lo hizo más atrás, además de en otros ensayos, entre la “Fe ascensional hacia un Trascendente y la Fe propulsora hacia un Inmanente; una Caridad nueva en la que se combinan, divinizándose, todas las pasiones (y acciones) que mueven la Tierra”.
Cita ahora el Nuevo Testamento, (aunque ya El Medio Divino también contenía bastantes citas bíblicas) concretamente a San Pablo. No especifica la carta, ni el capítulo pero escribe entre paréntesis “conforme con el espíritu de San Pablo”.
Añade que el mundo (cosmos) no sólo ha sido creado por Dios como algo extrínseco, “por benevolencia desbordante, de la suprema eficiencia divina”, sino que también ha sido creado como “un misterioso producto” para que llegue a ser completado y acabado para el Ser Absoluto mismo: Dios. El Mundo es pues, “el Ser participado de pleromización y convergencia”.
Sigue, tras exponer la teoría, haciendo una crítica que no es otra que la que nos hacen los gentiles a los cristianos: “la idea de Dios se encuentra detenida y como atrofiada para nosotros en su evolución”.Resume la crítica de los gentiles, escribiendo que nuestro Cristo, al no creer verdadera y consecuentemente en Él como realmente “encarnado en el mundo”, o al menos no lo explicamos bien, es una especie de “Cristo reductor de Dios…”.
El último epígrafe o titular, fuera de la numeración de los epígrafes anteriores, como colofón de esta obra va a ser una oración, evidentemente personal e íntima. Los teilhardianos la conocen o han oído hablar de ella, se titula: Oración al Cristo siempre mayor. Ocupa tres páginas de denso contenido y va entrecomillada por el autor de principio a fin. Es una preciosidad, literaria, espiritual y mística. Recomendamos al lector su lectura reposada…
Teilhard en el Corazón, sesenta años después
Hace 60 años, en el verano de 1950, Teilhard aprovechaba las vacaciones en la casa familiar para redactar su testamento espiritual, El Corazón de la Materia.
Para poder llegar con más claridad a los pliegues de su alma, nada mejor que la reflexión de un teólogo que lo conocía bien. El volumen que incluye El Corazón de la Materia está precedido por un prólogo de N. M. Wildiers. Este franciscano holandés, doctor en Teología, ha prologado o introducido diversas obras de Teilhard, como El Porvenir del Hombre, El Fenómeno Humano y el Himno del Universo.
Ya participaba a los pocos años de su muerte en los tempranos coloquios públicos sobre su pensamiento espiritual: en Milán, mayo de 1965, el libro que salió de aquellos coloquios se tituló Le Message Spirituel de Teilhard de Chardin.
Wildiers tiene la buena costumbre de ser breve y conciso en sus prólogos. No obsta la brevedad para que cite a diversos y cualificados pensadores del área lingüística anglo-francesa que, van corroborando, o al menos no niegan, con sus investigaciones, la verosimilitud real de los aspectos más importantes de la filosofía evolutiva general teilhardiana: el paleontólogo Jean Piveteau, que conoció personalmente a nuestro autor; el biólogo Pierre Grassé; François Meyer y otros.
N. M. Wildiers califica El Corazón de la Materia, así como su último ensayo Lo Crístico, como “dos obras maestras”. Sobre la oración final “al Cristo siempre mayor” dice el prologuista que “es inigualada hasta el día de hoy (escribe en 1976) en su profundidad mística, como en el alcance de la ciencia que implica y en la belleza de la expresión”.
Es evidente que los editores han presentado en español esta obrita cuando el grueso de la traducción de la obra ensayística teilhardiana al español estaba ya concluido. Ello es un acierto ya que se puede considerar El Corazón de la Materia como una obra de síntesis. Es la síntesis de un pensamiento y su trayectoria, pero también de una vida dedicada a abrir caminos de investigación. El realismo del científico, así como sus intuiciones prospectivas de futuro, se perciben cada vez más a la altura de 1950-1955. Este último el año de su muerte.
Tal vez podamos ver una relación entre la actual fase de globalización del conocimiento a través sobretodo de internet, y la convergencia final a la que Teilhard se refiere, si no fuera porque los caminos abiertos de la Historia siguen ignotos para la inmensa mayoría de los mortales, incluido el que suscribe. Además, nuestro autor tiene tal sesgo teológico y finalista en su pensamiento que, no podemos atisbar, más que borrosamente el fin de los tiempos o como él dijo: “la Llamada de Aquel que Viene”.
Teilhard y Darwin: dos testamentos vitales
Comparamos aquí el ensayo El Corazón de la Materia, salvando lógicamente las distancias, con la Autobiografía de Charles Darwin. El naturalista inglés la subtituló Recuerdos de la Evolución de mi Espíritu y de mi Carácter. Darwin contaba 67 años cuando la dictó a su hijo. Teilhard cuando escribe El Corazón de la Materia, ha cumplido ya los 69 años. Ambos textos son breves y analítico-sintéticos. Y están escritos con el distanciamiento propio de los que ven la vida como un continuo movimiento evolutivo al que se van incorporando generaciones y generaciones.
Darwin, ironías del destino, murió en abril de 1882, meses después del nacimiento de nuestro autor, en mayo de 1881. El desarrollo del evolucionismo desde lo biológico a lo cosmológico, tanto hacia el futuro, como descubriendo su pasado, quedaría garantizado como corriente de pensamiento e hipótesis generalizada. Una hipótesis que puede tener mucho como Didáctica de toda la Realidad. Tanto de la del pasado, a través de millones de años, como de la que nos rodea en la actualidad, que es el resultado de aquel.
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