lunes, 28 de septiembre de 2009

Ciencia y religión no comparten el mismo lugar en el conocimiento


Comprender las reglas del juego de cada una de ellas evitaría el conflicto entre ambas

El físico Varadaraja V. Raman trata en su último libro de fomentar el diálogo entre ciencia y religión, dos ámbitos del conocimiento humano que, según él, no deberían entrar en conflicto porque, en realidad, no se sitúan en un mismo nivel. Para Raman, el conocimiento científico establece proposiciones universales que pueden ser verificadas empíricamente, mientras que el conocimiento religioso propicia la satisfacción psicológica y emocional. Por tanto, la ciencia y la religión deben, simplemente, aceptar cada una las reglas del juego de la otra, y respetarse en sus diferencias.

En su último libro, Varadaraja V. Raman, profesor emérito de física y humanidades del Rochester Institute of Technology de Estados Unidos, escribe que la verdad o la falsedad en lo que respecta a las cuestiones esenciales del ser humano no siempre son fáciles de establecer para satisfacer a todos, pero que se puede esperar que sea posible alcanzar un consenso sobre lo que resulta provechoso y lo que es nocivo.

A partir de esta declaración de intenciones, en su libro Truth and Tension in Science and Religion (Verdad y tensión en ciencia y religión), publicado este mismo año, Raman analiza las diferencias entre religión y ciencia con una intención clara: fomentar el diálogo respetuoso entre ambas.

Diferencias entre ciencia y religión

Según el autor, el conocimiento adquirido a través de la ciencia ha acabado, por ejemplo, con las plagas y con los miedos irracionales que atormentaban a nuestros antespasados. Por otro lado, sólo hay una ciencia y ésta es internacional, mientras que hay muchas y diversas religiones en el mundo.

Las diferencias entre ciencia y religión son asimismo patentes en las explicaciones que ambas dan del mundo natural. Las explicaciones científicas están basadas en lo racional, en el conocimiento científico, mientras que las explicaciones religiosas buscan un contenido trascendental en el mundo.

Sin embargo, el físico señala una similitud entre la religión y la ciencia: ambas son maneras de conocimiento que buscan el mismo objetivo: determinar la veracidad de las proposiciones que presentan.

A todas estas conclusiones llegó Raman tras pasar un año entero visitando catedrales, monasterios y asrams, y participando en una amplia variedad de rituales religiosos, para experimentar por sí mismo lo que supone la religiosidad para el ser humano.

A raíz de esta experiencia, el autor concluyó en su libro que las religiones nos permiten percibir o concebir dimensiones de la experiencia humana que trascienden la lógica y la racionalidad, y que la sed espiritual no es una rareza trivial o anómala, sino un componente profundo de nuestra naturaleza.

Aceptar las reglas del juego ajeno

La revista The Global Espiral, del Instituto Metanexus, ha publicado recientemente un artículo en el que se explica que con “Truth and Tension”, Raman ha pretendido fomentar un diálogo respetuoso e informado entre ciencia y religión.

Cierto es que el pensamiento científico se caracteriza por la consistencia lógica, la observación empírica, el consenso experto, la confirmación independiente y la posibilidad de revisión, mientras que, por el contrario, el pensamiento religioso se basa en la confianza en estamentos autoritarios, en convicciones trans-racionales, en experiencias personales profundas y en doctrinas transmitidas, entre otros elementos.

Sin embargo, también es cierto que, desde esta perspectiva y conocimiento de las diferencias, se puede considerar tanto a la ciencia como a la religión como “juegos” cuyas reglas han sido consensuadas por los participantes de una comunidad determinada.

Vistas así, podría superarse uno de los más importantes motivos de conflicto entre ciencia y religión: que ninguna de ellas acepta los criterios de validación de la otra, las proposiciones que la otra defiende, es decir, que la otra juegue con distintas reglas.

Entre los criterios de validación de la ciencia y de la religión señala Raman, por ejemplo, que el conocimiento científico establece proposiciones universales que pueden ser verificadas empíricamente, y que a menudo tiene aplicaciones materiales útiles.

El conocimiento religioso, por su parte, genera proposiciones sobre asuntos trascendentes no-materiales, que conducen a la satisfacción psicológica y emocional. Como ejemplo, Raman escribe “la idea de que uno es amado por su familia o amigos puede ser una verdad mucho más significativa para cada individuo que el hecho de que el universo tenga más de diez mil millones de años”.

La ciencia, por otro lado, se rige por teorías comprobables en lo fenomenológico, y de esa comprobación depende la validez o no de las hipótesis. En cambio, las teorías que ofrece la religión no requieren de verificación experimental en un sentido científico.

Misterios resueltos o respetados

En general, Raman defiende que la religión funciona en un nivel distinto al de la ciencia, y que es experimentada y percibida por los humanos de diferente forma.

Por eso, el físico no simpatiza con los intentos por probar la verdad de la religión utilizando procedimientos científicos. Dadas estas diferencias fundamentales entre religión y ciencia, señala, dichos intentos están destinados al fracaso. De hecho, muchos científicos son creyentes, pero sus creencias no afectan a la ciencia. Son, simplemente, otra forma de explicación y de percepción del mundo.

A pesar de esta opinión, Raman incluye en su libro un capítulo en el que reflexiona sobre las experiencias místicas y espirituales, y lo hace desde una perspectiva inevitablemente científica.

Así, cuando analiza las experiencias místicas y espirituales, el autor se pregunta, ¿son éstas reales o, simplemente, son el resultado de la química del cerebro? ¿De dónde procede la conciencia? Y, ¿es lo mismo el cerebro que la mente?

Estas preguntas aún no tienen respuesta, siguen siendo un misterio. Como tales, religión y ciencia las tratarán de distinta forma, señala el autor. Porque, para todas las religiones, el universo contiene dimensiones misteriosas que siempre eludirán la comprensión racional por parte del ser humano, mientras que, para la ciencia, esos misterios son puzzles que algún día seremos capaces de resolver.

lunes, 21 de septiembre de 2009

El Cuerpo De San Lucas

Valor simbólico del dinero y dolor


En un artículo se evalúa la relación existente entre dinero, exclusión social y dolor físico.

¿Por qué perseguimos el dinero? Una vez cubiertas las necesidades básicas no tendríamos que tener necesidad de buscar muchos más recursos económicos. ¿Es algo más que dinero? Según algunos tener más dinero nos hace más felices cuando somos pobres, pero una vez pasada esa barrera el dinero no nos hace más felices. Quizás, sospechamos muchos, tampoco nos haría infelices.

También hay gente que aunque tenga mucho dinero no se lo gasta y muere pobre, ¿por qué se da esto? ¿Qué tiene el dinero que tanto nos condiciona?Un artículo publicado recientemente en Psychological Science y titulado “The symbolic power of money: reminders of money alter social distress and physical pain” nos habla de este tema y sobre la relación del dinero con el dolor social y físico.Xinyue Zhou, Kathleen Vohs y Roy Baumeister exploran cómo el dinero puede reducir la percepción que las personas tienen del dolor físico y además negar la necesidad que suele tener de popularidad social.

Según Harriet de Wit, de f1000 Medicine, este resultado aumenta nuestra comprensión de la relación entre dolor social y dolor físico, y notablemente, muestra cómo el adquirido valor simbólico del dinero, quizás por asociación con el poder de control, puede influir en la respuesta que damos tanto al dolor físico como al emocional. Además, el hallazgo tendría una gran importancia en sistemas sociales como el nuestro, que está caracterizado por una gran disparidad en el reparto de la riqueza económica, según ella.

Zhou, Vohs y Baumeister determinan que el rechazo interpersonal y el dolor físico provocan un aumento del deseo por el dinero. Según afirman, posiblemente el dinero puede ser un sustituto de la aceptación social y confiera la habilidad de obtener beneficios (¿emocionales?) del sistema social. Más aún, en estudios previos ya se había sugerido que la respuesta al dolor físico y la angustia social comparten los mismos mecanismos subyacentes, como ya vimos en NeoFronteras (aunque no fuera muy comentado).

Según los experimentos, manejar dinero (comparado con manejar simple papel) reduce la angustia social provocada por la exclusión social y reduce el dolor físico producido por la inmersión en agua demasiado caliente. Sin embargo, recordar que se ha gastado dinero intensifica tanto la angustia social como el dolor físico, según los autores.

La trampa no deja de ser diabólica. Por un lado los condicionamientos sociales nos empujan a tener más dinero y a querer ser aceptados, o paliar el dolor de no serlo. De este modo al conseguir dinero intentamos no sentimos tan desgraciados, pero si lo gastamos también nos sentiremos desgraciados.

Quizás, y esto es un chiste, lo mejor es ser millonario, de este modo no nos importará gastar un poco de nuestra fortuna. Puede que incluso los banqueros de los bonus que han provocado la última gran recesión económica, aunque rechazados por los demás, sean muy felices y se rían de los “valores morales” del resto de los mortales.
Mientras tanto, disfruten todos de la burbuja inmobiliaria o sus consecuencias, y déjense una gran parte de su mísero suelo en un alquiler abusivo o en una hipoteca eterna, que es algo que se acerca bastante al dolor físico crónico. Al fin y al cabo la burbuja se creo porque todos querían tener más dinero.

http://www3.interscience.wiley.com/journal/122373928/abstract?CRETRY=1&SRETRY=0

El sacrificio de animales por creencias religiosas


Para los creyentes del candomblé, estos rituales posibilitan la conexión entre el mundo material y el sobrenatural

La práctica del sacrificio de animales ha estado y está presente en diversas culturas, siendo fundamental en muchas religiones, entre ellas el judaísmo, el cristianismo y el Islam. A pesar de ello, los análisis del significado y la utilización de los animales en los rituales de sacrificio desde un punto de vista científico son escasos. Ahora, investigadores de la Universidade Estadual da Paraba, en Brasil, han estudiado este aspecto de una religión de origen africano muy extendida en Sudamérica: el candomblé.

Científicos de la Universidade Estadual da Paraba, en Brasil, han publicado recientemente un estudio en el Journal of Ethnobiology and Ethnomedicine sobre el candomblé, una religión que, practicada principalmente en Brasil y otros países de Sudamérica, tiene su origen en las creencias que los esclavos africanos llevaron a América a partir del siglo XVII.

El candomblé hoy día integra elementos del catolicismo, de religiones africanas e incluso de algunas fés indígenas de América, por lo que presenta una gran diversidad de prácticas litúrgicas y de deidades a las que rendir culto.

A pesar de esta diversidad, en el candomblé resultan esenciales los festejos dedicados a los dioses, y en estos, principalmente, se realizan ceremonias de sacrificios y ofrendas. Hasta ahora, se habían recogido datos sobre los rituales de sacrificio de los sacerdotes y seguidores de esta religión, pero poco se sabía de los animales utilizados en dichos sacrificios, y de su simbolismo.

Para tratar de reparar esta carencia, los investigadores, dirigidos por el científico de la Universidade Estadual da Paraba, Nivaldo Léo Neto, realizaron entrevistas a sacerdotes, sacerdotisas y seguidores del candomblé.

Sacrificios y peticiones

La práctica del sacrificio está presente en diversas culturas, y es fundamental en muchas religiones, entre ellas el judaísmo, el cristianismo y el Islam.

En todas las civilizaciones, la función del sacrificio ha sido similar: ha servido (y sirve) para ganar o mantener una conexión con la divinidad mediante la renuncia a algo valioso, con la finalidad de obtener protección o implorar favor.

Incluso el sacrificio humano fue común en algunas civilizaciones antiguas, como la egipcia, la china o la azteca, explican los investigadores. Así, los indios aztecas creían que se debía prevenir la destrucción de la Tierra, mediante la ofrenda de corazones y sangre humanos al dios del sol, para que el sol volviera a salir cada día.

En el estudio realizado, se constató que, hoy día, los adeptos del candomblé utilizan un total de 29 especies animales distintas en los rituales de sacrificio, a los que se denomina "Orô". Los animales son sacrificados y ofrecidos a sus deidades, conocidas como orishas, para conseguir prosperidad para toda la vida.

Los adeptos y sacerdotes del candomblé creen que la esencia del animal sacrificado “alimenta” a una de las deidades u orishas, que en agradecimiento atenderá las peticiones o deseos del creyente (curación de enfermedades, resolución de problemas personales o económicos, etc.).

Conexión entre el mundo material y el sobrenatural

Según los científicos, por otro lado, los sacrificios tienen en el contexto del candomblé un propósito litúrgico: alimentar el sentimiento espiritual de los seguidores de esta religión. Este sentimiento les supone mantener un vínculo perfecto con sus dioses, y una conexión entre el mundo material (Aiyê) y el mundo sobrenatural (Orun).

En este contexto, la selección de animales destinados al sacrificio no se hace al azar. Según declaraciones de Léo Neto aparecidas en Eurekalert, concretamente, “los animales domésticos son los preferidos para los sacrificios, dado que a menudo los animales salvajes son considerados sagrados por los propios seguidores de la religión, o se encuentran protegidos por leyes medioambientales”.

Aún así, algunas veces los sacrificios sí se hacen con animales salvajes. Pero, de las especies utilizadas, sólo una de ellas se encuentra en peligro de extinción: un tipo de tortuga Geochelone. A pesar de todo, Léo Neto afirma que estas prácticas –comparadas con muchas otras acciones humanas contra la vida salvaje - no suponen un peligro para las especies.

Pervivencia hasta la actualidad

El estudio fue realizado en Caruaru, municipio brasileño del estado de Pernambuco y en Campina Grande, ciudad del estado de Paraíba, entre agosto de 2007 y junio de 2008.

En él fueron entrevistados un total de 11 sacerdotes y sacerdotisas, que celebraban sus rituales en los “terreiros” o espacios destinados a los rituales del candomblé. Estos rituales fueron observados y registrados en fotografías por los científicos.

Por otro lado, las 29 especies utilizadas para los sacrificios fueron divididas en cinco grupos: moluscos, anfibios, reptiles, pájaros y mamíferos, siendo los de este último grupo los animales más utilizados.

Según los investigadores, el estudio fue realizado porque el valor de los animales para la alimentación, los ingresos o la medicina es a menudo reconocido y registrado. Sin embargo, su importancia en el contexto religioso es bastante ignorada.

La incorporación de animales en las prácticas religiosas y culturales de larga duración, como la del candomblé, significa que el valor espiritual de muchas especies se ha mantenido a lo largo de la historia, perviviendo hasta nuestros días.

El candomblé fue confinado originalmente a los esclavos, prohibido por la Iglesia Católica, y hasta criminalizado por algunos gobiernos. A pesar de todo, prosperó durante cuatro siglos y se expandió notablemente desde el fin de la esclavitud en 1888.

Hoy es una de las principales religiones establecidas, con seguidores de todas las clases sociales y decenas de miles de templos. En censos recientes aproximadamente tres millones de brasileños (1,5% de las población total) declararon el candomblé como su religión.

En Salvador de Bahía existen 2.230 terreiros registrados en la Federación Baiana de Cultos Afro-brasileños. Además, en la cultura brasileña las religiones no se ven como exclusivas y según algunas organizaciones culturales afro-brasileñas hasta 70 millones de personas participan en rituales del candomblé, regularmente u ocasionalmente.

La ciencia debe construirse desde la neutralidad


Para Juan Pablo II, Ciencia y Teología son ámbitos disciplinares autónomos que se iluminan

Históricamente, ha habido tanto una tendencia, dentro de la Iglesia Católica, a asociar la investigación científica con el ateismo, como otra tendencia a apropiarse los resultados de las ciencias para reforzar las ideas ateístas. Los escritos y las campañas publicitarias del biólogo Richard Dawkins, por ejemplo, son una confirmación de esta tendencia. Sin embargo, durante el papado de Juan Pablo II se ha potenciado una relación entre la ciencia, la filosofía y la teología que contrasta de modo determinante con esas posturas del ateismo científico. Las opiniones expresadas por Juan Pablo II en varias ocasiones han ayudado a la Iglesia a contemplar a las ciencias como unas interlocutoras y compañeras de diálogo

Desde los inicios del pontificado de Juan Pablo II se puede constatar en su magisterio un modo diferente al de otros Papas en el modo de entender las relaciones entre el mundo de las ciencias y de las filosofías y el mundo de las religiones y sus teologías. Tal vez, uno de los testigos de excepción ha sido el jesuita George V. Coyne, director durante muchos años del Observatorio Vaticano y reconocido astrónomo. En un documentado artículo en la revista dedicada al diálogo entre la ciencia y la religión, Omega (del año 2009), el padre Coyne sintetiza el pensamiento de Juan Pablo II sobre el diálogo entre filosofía, ciencias y teología.

Breve historia de las relaciones entre filosofía, ciencias y teología

Uno de los aspectos de esta relación se refiere al papel que las ciencias juegan en la búsqueda de los “significados últimos”, una frase que se encuentra repetidas veces en los escritos de Juan Pablo II. Pero ¿qué es lo que el Papa quería decir con esta expresión? Para Coyne, se pueden diferenciar tres períodos históricos en las relaciones ciencia y religión que son el telón de fondo necesario para entender en su justa medida el pensamiento del Papa. El primer período discurre desde la aparición del ateismo moderno en los siglos XVII y XVIII; el segundo período corresponde al anticlericalismo en Europa durante el siglo XIX; y por último, el tercer período coincide con el acercamiento de la ciencia a la Iglesia en el siglo XX.

Aunque el caso Galileo, como suele llamarse, siempre se cita como el ejemplo clásico de confrontación entre la ciencia y la fe, la verdad es que hasta el siglo XVIII no se dan enfrentamientos institucionales entre las ciencias y la teología que den lugar al ateismo científico como postura existencial y filosófica.

En el siglo XIX, el anticlericalismo ambiental hicieron reaccionar al papado, de modo que en 1891, el Papa León XIII fundó el Observatorio Vaticano como una herramienta apologética frente a las corrientes laicistas y ateas. El acercamiento de la Iglesia a la ciencia moderna durante el siglo XX se manifiesta de manera clara en Pío XII, que tenía un conocimiento excelente de la astronomía y, como Papa, fomentó la investigación astronómica en el Observatorio Vaticano. No obstante, no fue inmune a cierta tendencia apologética y en alguno de sus escritos tendió a identificar la Creación del Universo con la cosmología del Big Bang, lo que ocasionó cierta tensión con el sacerdote Georges Lemaître, Presidente de la Academia Pontificia de Ciencias.

De lo que se ha dicho de estos tres períodos históricos, se deduce que desde los orígenes del ateismo moderno en los siglos XVII y XVIII, dentro de la Iglesia ha prendido una tendencia a asociar la investigación científica con la negación de Dios. La desconfianza de la Iglesia hacia la ciencia y los científicos dio lugar a la creación del Observatorio Vaticano (y a otros observatorios por todo el mundo, como el [Observatorio de Granada]urlblank: http://divulgameteo.es/uploads/Cartuja.pdf, en España) con una misión apologética. Finalmente, cuando resplandeció la investigación científica en el siglo XX, la Iglesia, primero, intentó apropiarse los datos científicos para sus propios fines. Pero durante el papado de Juan Pablo II, encontramos un modo de interpretar las relaciones entre ciencia, filosofía y teología que contrasta significativamente con el punto de vista de sus antecesores.

Una nueva aproximación a las relaciones entre ciencia y religión


Los puntos de vista de Juan Pablo II sobre las relaciones entre el pensamiento científico, la filosofía y la teología en la búsqueda de los “significados últimos” se encuentran en los mensajes a las comunidades universitarias y a los científicos. Hay dos documentos que tienen una relevancia especial: el mensaje escrito con ocasión del tricentenario de los Principia Matemática de Isaac Newton, publicado como introducción de las actas del Congreso por el Observatorio Vaticano, y la Encíclica Fides et Ratio de 1998. La carta del Papa al P. Coyne con ocasión del tricentenario de los Principia puede leerse íntegra en la página web de la Cátedra CTR. Sirva este artículo como introducción al rico contenido y modernidad de esta carta.

La novedad del pensamiento de Juan Pablo II, - prosigue Coyne, - consiste en su toma de postura diferente a la de sus antecesores. Esta nueva postura se justifica principalmente en el mensaje enviado con ocasión del tricentenario de los Principia de Newton. Juan Pablo II establece claramente que la ciencia no puede ser usada de un modo simplista para establecer una base racional para la fe, pero tampoco puede decirse que sea atea por naturaleza y opuesta a la creencia en Dios:

“Al estimular la apertura entre la Iglesia y la comunidad científica, no estamos imaginando una unidad disciplinar entre teología y ciencia como la que existe dentro de un campo científico dado, o dentro de la misma teología. Mientras continúe el diálogo y la búsqueda en común, se avanzará hacia un entendimiento mutuo y un descubrimiento gradual de intereses comunes, que sentarán las bases para ulteriores investigaciones y discusiones. Qué forma adoptará esto exactamente, lo hemos de dejar al futuro. Lo importante es, como ya hemos recalcado, que el diálogo continúe y crezca en profundidad y alcance. En este proceso debemos superar toda tendencia regresiva a un reduccionismo unilateral, al miedo y al aislamiento autoimpuesto”.

Y más adelante:

“Mas la unidad que pretendemos, como ya hemos subrayado, no es identidad. La Iglesia no propone que la ciencia se convierta en religión, o viceversa. La unidad, por el contrario, presupone siempre la diversidad y la integridad de sus componentes. Cada uno de estos miembros debería hacerse, no cada vez menos él mismo, sino más él mismo, en un intercambio dinámico; porque una unidad en la que uno de los elementos se reduce al otro es destructiva, falsa en sus promesas de armonía, y amenazadora para la integridad de sus componentes. Estamos llamados a hacernos uno. No a convertirnos cada uno en el otro. Para ser más específico, tanto la religión como la ciencia deben preservar su autonomía y su peculiaridad”.

Y concluye:

“Pero ¿por qué es un valor para ambas la apertura crítica y el intercambio mutuo? La unidad implica el esfuerzo de la mente humana por llegar a comprender y el anhelo del espíritu humano por amar. Cuando los seres humanos intentan comprender la multiplicidad que les rodea, cuando intentan dar sentido a su experiencia, lo hacen incluyendo muchos factores en una visión común. Se logra la comprensión cuando muchos datos son unificados por una estructura común. Una cosa ilumina muchas, da sentido a la totalidad (…) ¿Puede también la ciencia beneficiarse de este intercambio? Parece que así debería ser. Pues la ciencia se desarrolla mejor cuando sus conceptos y conclusiones se integran en la gran cultura humana y en su interés por el sentido y el valor últimos. Por ello, los científicos no pueden mantenerse totalmente al margen de los tipos de cuestiones tratadas por filósofos y teólogos. Dedicando a estas cuestiones algo de la energía y el cuidado que prestan a su investigación científica, pueden ayudar a que otros realicen con mayor plenitud los potenciales humanos de sus descubrimientos. Pueden también llegar a apreciar, que estos descubrimientos no pueden ser un sustituto genuino del conocimiento de lo verdaderamente último. La ciencia puede liberar a la religión de error y superstición; la religión puede purificar la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede atraer a la otra hacia un mundo más amplio, un mundo en el que ambas pueden florecer”. (las cursivas son nuestras).

La Fides et Ratio y la búsqueda de los significados últimos

En la Encíclica Fides et Ratio, el discurso papal continúa y establece los fundamentos del diálogo con las ciencias: “Ella (la Iglesia) ve a la filosofía como un camino para conocer la verdad fundamental sobre la vida humana… Deseo que haya reflexión sobre esta actividad especial de la razón humana. Esta reflexión es necesario hacerla así, porque en el momento presente en particular, con frecuencia, se margina la búsqueda de los últimos significados” (Fides et Ratio, número 5).

Y ¿cómo se pueden definir las verdades últimas? La respuesta a esta pregunta es de la mayor importancia, ya que se propone que las ciencias de la naturaleza, junto con la filosofía, la teología y otras vías para el conocimiento, contribuyen a la búsqueda de los significados últimos. En palabras de la Encíclica: (número 27) “Nadie, ni el filósofo ni el hombre corriente, puede substraerse a estas preguntas. De la respuesta que se dé a las mismas depende una etapa decisiva de la investigación: si es posible o no alcanzar una verdad universal y absoluta. De por sí, toda verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, se presenta como universal. Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y siempre. Además de esta universalidad, sin embargo, el hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda. Algo que sea último y fundamento de todo lo demás. En otras palabras, busca una explicación definitiva, un valor supremo, más allá del cual no haya ni pueda haber interrogantes o instancias posteriores. Las hipótesis pueden ser fascinantes, pero no satisfacen. Para todos llega el momento en el que, se quiera o no, es necesario enraizar la propia existencia en una verdad reconocida como definitiva, que dé una certeza no sometida ya a la duda”.

En esta búsqueda hay diversos caminos de conocimiento y entre ellos, la filosofía es un camino privilegiado (número 3): “El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de modo que puede hacer cada vez más humana la propia existencia. Entre estos destaca la filosofía, que contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se configura como una de las tareas más nobles de la humanidad. El término filosofía según la etimología griega significa «amor a la sabiduría». De hecho, la filosofía nació y se desarrolló desde el momento en que el hombre empezó a interrogarse sobre el por qué de las cosas y su finalidad. De modos y formas diversas, muestra que el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre. El interrogarse sobre el por qué de las cosas es inherente a su razón, aunque las respuestas que se han ido dando se enmarcan en un horizonte que pone en evidencia la complementariedad de las diferentes culturas en las que vive el hombre”.

El Papa, pues, compara la filosofía con otros caminos para la búsqueda de la verdad, especialmente con las ciencias de la naturaleza (número 30): “En este momento puede ser útil hacer una rápida referencia a estas diversas formas de verdad. Las más numerosas son las que se apoyan sobre evidencias inmediatas o confirmadas experimentalmente. Éste es el orden de verdad propio de la vida diaria y de la investigación científica (las cursivas son nuestras). En otro nivel se encuentran las verdades de carácter filosófico, a las que el hombre llega mediante la capacidad especulativa de su intelecto. En fin están las verdades religiosas, que en cierta medida hunden sus raíces también en la filosofía. Éstas están contenidas en las respuestas que las diversas religiones ofrecen en sus tradiciones a las cuestiones últimas”.

Pero queda siempre claro que la filosofía y las ciencias de la naturaleza deben tener cada una su propia autonomía (número 45): “Con la aparición de las primeras universidades, la teología se confrontaba más directamente con otras formas de investigación y del saber científico. San Alberto Magno y santo Tomás, aun manteniendo un vínculo orgánico entre la teología y la filosofía, fueron los primeros que reconocieron la necesaria autonomía que la filosofía y las ciencias necesitan para dedicarse eficazmente a sus respectivos campos de investigación”.

Más adelante, el Papa lamenta “la falta de interés por el estudio de la filosofía” y “la falta de entendimiento entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas que surge de aquí.

Dice (número 61): “El Concilio Vaticano II ha resaltado varias veces el valor positivo de la investigación científica para un conocimiento más profundo del misterio del hombre. La invitación a los teólogos para que conozcan estas ciencias y, si es menester, las apliquen correctamente en su investigación no debe, sin embargo, ser interpretada como una autorización implícita a marginar la filosofía o a sustituirla en la formación pastoral y en la praeparatio fidei. No se puede olvidar, por último, el renovado interés por la inculturación de la fe”.

La Nueva Ciencia y la búsqueda de los últimos significados

La novedad de la ciencia moderna no se puede realmente apreciar si no se compara con los datos de la historia de las ciencias. En el origen de la ciencia moderna, en los siglos XVI y XVII, persistía la idea, heredada de los pitagóricos, de que los “filósofos naturales” de la época, los primitivos “científicos”, se dedicaban a “descubrir” (desvelar, quitar el misterio que los ocultaba) el diseño trascendental encarnado en el universo.

De hecho, es patente que uno de los factores esenciales en el nacimiento de la ciencia moderna fue la teología cristiana de la Creación y de la Encarnación. En este último caso, el concepto de Logos que se encarna en el evangelio de San Juan fue particularmente apropiado para la construcción de los conceptos pitagóricos y platónicos del mundo de las ideas eternas y del carácter trascendental de las matemáticas. Para Galileo, el universo estaba escrito en la lengua eterna de las matemáticas. Kepler veía algo divino en los números y la geometría era el modelo divino del cosmos. Newton, veía que Dios había puesto al mundo la ley de la gravedad, sin la cual todo se colapsaría. La función de los filósofos naturales era descubrir las leyes eternas puestas por Dios en el orden natural.

La matematización de la física continuó durante los siglos XVIII y XIX, y de alguna manera sentaría las bases para la física de los siglos XX y XXI. Sin embargo, los científicos ya no perciben en el universo físico la presencia innata de unas leyes naturales. Éstas son solamente la expresión aproximada que describe una realidad que nunca nos es conocida del todo. Los científicos son conscientes de que su lenguaje es con frecuencia metafórico y convencional. Las teorías científicas son construcciones sociales que tienen una función explicativa de los fenómenos. Los avances en filosofía de las ciencias (Mach, el Círculo de Viena, Wittgenstein, Karl Popper, Thomas Kuhn y un largo etcétera) representan una generación de filósofos naturales conscientes de la incognoscibilidad de la realidad natural y la precariedad y contingencia de sus teorías.

Esta actitud más humilde, menos dogmática de los fundamentos de las ciencias modernas, favorece la posibilidad de un diálogo sobre los últimos significados. Hoy los científicos están más interesados que nunca por las preguntas filosóficas sobre su quehacer, que no tienen respuesta adecuada desde los principios de la ciencia misma. Físicos, biólogos y geólogos, paleontólogos, químicos y matemáticos preguntan a la filosofía sobre los fundamentos últimos. Y esta pregunta les remite a la teología. Las preguntas sobre la constitución última de la materia, la realidad del universo, la física cuántica, la biología evolucionista, por ejemplo, están impregnadas de filosofía y teología. La interdisciplinariedad, la creación de espacios de diálogo entre practicantes de diferentes disciplinas, parece ser el camino para poder llegar a preguntas más radicales. En este sentido, el conocimiento humano para el siglo XXI será sistémico, hipotético, convencional y contingente o caerá en la tentación de nuevos dogmatismos superados.