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Traje
miércoles, 15 de abril de 2009
EL CANTAR DE LOS CANTARES
El “Cantar de los Cantares” es un libro bíblico que, junto al “Eclesiastés” y “El Libro de los Proverbios” fue atribuido al rey Salomón, Hijo de David. El tema de esta obra es la alabanza del deseo erótico y la descripción de su deleite. Una especie de drama lírico en el que sus episodios se suceden sin solución de continuidad, como si de un sueño o de una visión se tratase.
Hay una voz masculina impaciente, exultante, cortejante, y una voz femenina, al mismo tiempo virginal y maliciosa. La mujer es oscura y hermosa, el hombre blanco y rubio. Las escenas transcurren en un jardín y en una ciudad amurallada, en la verde alcoba y en la montaña. Existe, además, un coro invisible de comentaristas: las mujeres de Jerusalén, los guardianes de las almenas o los sesenta valientes soldados que protegían el lecho de Salomón.
“El Cantar de los Cantares” es un texto bíblico, es verdad, pero en él, aparentemente, no se habla de Dios ni de la religión, además, ha sido modelo para la composición de la poesía amorosa en muchas culturas, tanto orientales como occidentales. Así lo comprobaremos al compararlo con “Los 50 Poemas del Amor furtivo” compuesto por el poeta Bilhana, oriundo de Cachemira, en el siglo XI y en la corte India occidental. Los ecos del Cantar llegaron también hasta la poesía mística española y a los versos de San Juan de la Cruz en “El Cántico Espiritual”.
Pero, sigamos con el relato que inspiró “el más bello poema de amor de la historia de la literatura”, como también se ha definido al Cantar de los Cantares. Decíamos que se cree fue escrito por el rey Salomón, quien, según “El Libro de los Reyes”, tenía 700 esposas y 300 concubinas, era famoso por su sabiduría y también por su lascivia. Se piensa que “El Cantar de los Cantares” describe las bodas de Salomón con la hija del faraón o su encuentro amoroso con la mítica Reina de Saba, hermosa mujer de raza negra cuya belleza fue legendaria en su tiempo. Se dice que la reina africana le puso a prueba con un acertijo, como si de una especie de esfinge se tratase. Le dijo a Salomón: ”Hay siete y entran nueve, dos producen bebida y uno bebe”. A lo que el rey judío respondió: “siete son los días de impureza de una mujer, nueve los meses de embarazo, dos los pechos que producen bebida y uno el niño que la bebe”, a lo que ella le contestó: “Eres sabio”.
A los padres de la Iglesia siempre les perturbó “El Cantar de los Cantares”, su carga erótica y su alabanza sin paliativos del goce amoroso, por eso le dieron interpretaciones místicas, describiéndolo como un texto sagrado que debía ser interpretado como una alegoría con un significado más profundo, de índole espiritual. Los intérpretes del Cantar, entre los que destaca Bernardo de Claraval, San Bernardo, ven al alma humana individual como la amada, atraída por Cristo que sería el amado del cantar. Los sacerdotes alegaban que el autor de esta obra había utilizado el lenguaje de la carne para que el hombre pudiera comprender el verdadero amor divino que está más allá de todo lo material.
Sea como fuere, los textos del “Cantar de los Cantares” han sabido mantener durante siglos su frescura y belleza originarias. Escuchemos algunos fragmentos: en el primero de ellos se describe el cuerpo de la amada de arriba abajo, comenzando por sus ojos y en el segundo de abajo arriba, iniciando el camino por sus pies. El último, por su parte, detalla los encantos del cuerpo masculino del amado.
Textos del Cantar de los Cantares
¡Qué hermosa eres amada mía, compañera mía,
qué hermosa eres!
Palomas son tus ojos,
tu cabellos, como manada de cabras
que descienden desde el monta Galaad.
Tus dientes, como manada de ovejas trasquiladas
que suben del lavadero,
todas con crías gemelas
y ninguna entre ellas estéril.
Tus labios, como hijo de grana,
Y tu habla, hermosa.
Tus mejillas, como pedazos de granada
detrás de tu velo.
Tu cuello, como la torre de David,
edificada para armería,
mil escudos están colgados de ella,
todos escudos de valientes.
Tus dos pechos, como cabritos gemelos de gacela
apacentando entre los lirios
Hasta que apunte el día
y huyan las sombras,
iré a los montes de mirra
y al collado del incienso.
Toda tú eres hermosa, amada mía,
en ti no hay mancha.
Ven conmigo del Líbano, esposa mía,
conmigo vendrás del Líbano:
mirarás desde la cumbre de Amaná,
desde las cumbres de Senir y de Hermón,
desde las guaridas de los leones,
desde los montes de los leopardos.
¡Cuán hermosos son tus pies en las sandalias,
oh hija de príncipes!
Los contornos de tus muslos son como joyas,
obra de la mano de excelente maestro.
Tu ombligo, como una taza redonda
a la que no le falta bebida.
Tu vientre, como montón de trigo
cercado de lirios.
Tus dos pechos, como gemelos de gacela.
Tu cuello, como torre de marfil;
tus ojos, como los estanques de Esebón
junto a la puerta de Baht-Rabbim.
Tu nariz, como la torre del Líbano,
que mira hacia Damasco.
Tu cabeza encima de ti, como la grana
y el cabello en tu cabeza
como la púrpura del rey
suspendida en los nudos de tus trenzas.
¡Qué hermosa eres, y cuán suave,
oh amor deleitoso!
Tu estatura es semejante a la palmera
Y tus senos a los racimos.
Yo me dije: subiré a la palmera
asiré sus ramas,
y tus pechos serán ahora como racimos de vid
y el olor de tu boca como de manzanas.
Tu paladar como el buen vino,
que entra en el amado suavemente
y hace hablar los labios de los viejos.
Mi amado es blanco y rubio,
señalado entre diez mil.
Su cabeza, oro fino;
sus cabellos, crespos, negros como el cuervo.
Sus ojos, como palomas
junto a los arroyos de las aguas,
que se lavan con leche
y están cerca de la abundancia.
Sus mejillas, como una era de especias aromáticas,
como flores;
sus labios como lirios que destilan mirra fragante.
Sus manos, anillos de oro engastados en jacintos;
su cuerpo, como claro marfil
cubierto de zafiros.
Sus piernas, columnas de mármol
fundadas sobre basas de oro fino;
su porte, como el Líbano,
escogido como los cedros.
Su paladar, dulcísimo,
y todo él codiciable.
Tal es mi amado, tal es mi compañero,
Oh doncellas de Jerusalén.
Los “50 Poemas del Amor Furtivo”
Comparemos estos hermosos versos con la obra del poeta Bilhana, autor originario de Cachemira, que vivió en la segunda mitad del siglo XI y que se trasladó a la corte del rey Vikramadityá VI en el estado de Chalukya en la India Medieval. En su capital Kalyana, el soberano tenía un hermoso palacio y se cuenta que era un rey sabio y justo. A pesar de sus numerosas riquezas, su mayor tesoro era su hermosa hija, quién mostró desde pequeña cualidades para el arte de la palabra.
El soberano encargó a Bilhana la educación de la princesa, estando ésta en la flor de la edad. Entre las enseñanzas imprescindibles de aquella sociedad estaba la ciencia del erotismo, que el poeta da a conocer a su discípula. Poco a poco, de la teoría pasan a la práctica, y entre maestro y alumna se establece una apasionada y vehemente historia de amor pronto descubierta por los espías cortesanos. Detenido el poeta, es sometido a juicio sumarísimo y condenado a morir por empalamiento. El cadalso se sitúa en lo alto de una escalera de 50 peldaños. Al ascender por ellos, el condenado, rememorando su reciente gozo y pasión, comienza a recitar poemas, uno por cada escalón que le conduce a la muerte, recordando su amor y sus encuentros eróticos.
Al alcanzar el último peldaño, el rey, impresionado por la belleza de su poesía y por la honradez de sus sentimientos, le perdona la vida y le autoriza a casarse con su hija. Tal es la historia que da lugar a “Los 50 Poemas del Amor Furtivo”, una colección de versos erótico- amorosos que pueden incluirse entre los más bellos de la poesía universal, una especia de “Cantar de los Cantares sánscrito” que nos ofrece de nuevo la descripción del gozo y el deseo desde la refinada sabiduría de la India. Todos los poemas comienzan con la expresión “Aún hoy”, así el poeta sigue recordando a su amada a pesar de la inminencia de la muerte. Es un tópico literario, algo semejante al “Érase una vez” de nuestros cuentos de hadas.
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