martes, 14 de abril de 2009

Misterios de la religión


Que nadie vea en este artículo ningún ataque a la religión católica. Para ello se bastan ellos solos. Y se me ha ocurrido escribir por la frase de una mujer, muy beata ella, que me decía cuando hablábamos de la Biblia: “las cosas de Dios se creen, no se analizan”.

Fijaos bien, yo estaría dispuesto a aceptar esa premisa siempre y cuando supiéramos cuáles son las “cosas de Dios”. ¿Quién dice qué cosas son de Dios? Una de dos, o lo dice el propio Dios (únicamente se ha “manifestado” hasta ahora en la Biblia), o lo dicen los “profesionales” de la religión.

En el primer caso, es imposible “creer” que los disparates dichos por Dios en la Biblia procedan de un ser Todopoderoso. No se puede admitir por un ser humano medianamente racional que exista un ser superior que castigue a personas inocentes mientras mima y cuida a asesinos, violadores, proxenetas, ladrones, etc. Tal es el caso de los continuos castigos a los hijos de los culpables de asesinato en vez de lapidar a los asesinos. Aunque nada debe extrañarnos de un dios que castigó a toda la humanidad porque una mujer comió el fruto del árbol del conocimiento. Uno se explica que el conocimiento no es bueno para Dios.

En el segundo caso (íntimamente ligado al primero), quienes “interpretan” la palabra de Dios son los que nos dicen eso de “hay que tener fe”. ¿Qué es la fe? ¿Acatar a pies juntillas lo que dicen sobre el sexo gentes que, en teoría, nada conocen de su praxis? ¿Acaso esos profesionales de la religión, que sí se han leído la Biblia, llevan a la práctica la palabra del dios que defiende a los delincuentes Abraham, Isaac o David, por poner unos ejemplos, mientras el resto de los mortales no tenemos derecho a interpretar nada?

La Iglesia se resiste a perder poder en la sociedad, insiste en querer llevar su “mensaje” a los hombres. Antes lo hacía a espada y daga, ahora lo hace criticando todo aquello que haga avanzar a la humanidad. Porque, claro, la definición de moralidad les pertenece. Una familia no tiene derecho a curar a su hijo con las células madre del cordón umbilical de un segundo hijo seleccionado para ello por el hombre, como dice Martínez Camino (en la foto), un tipo consciente de la inexistencia de Dios, porque de existir ya habría sido fulminado por un rayo, por la cantidad de memeces que dice cada vez que abre su boca. Y ahora leamos lo que nunca dirá un sacerdote:



“El condicionamiento de las mentes desde la infancia, a través del adoctrinamiento transmitido por una enseñanza dominada por sacerdotes, imanes o rabinos, hace creer a las personas nacidas en entornos cristianos, musulmanes o judíos -generalmente sin ocasión, tiempo, ni medios para plantearse una profunda investigación propia- que las historias “sagradas” que les cuentan son verídicas, cuando en realidad no son sino copias de mitos arcaicos surgidos en culturas primitivas (Mesopotamia, Egipto, Persia, la India, los mitos griegos, etc.), retocados sin cesar (aggiornados) para que puedan ser asumidos por personas contemporáneas.

Siempre ha sido crucial para los poderosos inculcar ideas religiosas en el pueblo, como eficaz mecanismo de control social, por la resignación y sumisión que fomentan entre los desfavorecidos y porque “legitima” y justifica al poder (”Rey -o Caudillo- por la Gracia de Dios”…). El pueblo ingenuo ha aceptado siempre la visión simplista que del mundo ofrecen las religiones, porque se le ha cercenado el espíritu crítico y nunca se le ha preparado para afrontar las grandes preguntas de la vida… Pero ninguna religión ha hecho ni mejores ni más felices a los hombres. Porque a través de la mentira, la manipulación, la ignorancia o el error, malamente se puede arribar a buen puerto… Pero es previsible que habrá quien prefiera vivir engañado (es más cómodo), aun a costa de diferir la justicia y la felicidad personal a esa prometida vida de ultratumba, ante la que las Iglesias tienen la absoluta certeza de que jamás van a venirles reclamaciones. Sencillamente, porque no hay el menor indicio de que exista.”

La conclusión es evidente: ninguna religión admite un mínimo análisis racional, y es que una actitud crítica ante la vida desvela cualquier misterio; es capaz de averiguar por qué hay personas que se dedican a diseñar círculos en campos de cultivo, o a tragarse con traje y todo un cosmonauta desaparecido, o desenmascara a quien afirma que Armstrong no estuvo en la Luna pero que vio platillos cuando estuvo allí. Y, en religión, descubrir el fraude de la sábana santa.


Esta imagen del siglo X muestra a Abgaro de Edesa exhibiendo la Imagen de Edesa. La pieza oblonga que aquí se muestra es poco habitual en ilustraciones de la imagen, lo que lleva a pensar que el artista tuvo que haber visto la Sábana.



Vista microscópica de contraste fasado de una fibra de la imagen del sudario de Turín. La capa de hidratos de carbono es visible a lo largo del borde superior, pero desaparece en el borde inferior derecho. Esta capa puede arrancarse o retirarse con adhesivo

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