lunes, 21 de junio de 2010

Xibalbá, el inframundo maya


Durante siglos, los pueblos que habitaron el mayab desarrollaron una fascinante mitología para explicar el mundo que les rodeaba. En esta particular concepción del cosmos, la sangre, los sacrificios, las prácticas mágicas y la creencia en el reino de los muertos –el Inframundo– conformaron un sistema de creencias que hoy nos resulta macabro y fascinante a partes iguales.

Los antiguos mayas desarrollaron una complejísima mitología, plagada de seres divinos y sobrenaturales, cuyas acciones influían de forma irremediable en la naturaleza y los seres humanos. Estas divinidades mayas eran seres muy poderosos, aunque no omnipotentes, pues estaban marcadas, al igual que los hombres, por ciertas limitaciones físicas como la sed o el hambre, que sólo podían ser satisfechas mediante la acción humana (generalmente mediante sacrificios de sangre). Pero además, el panteón maya estaba compuesto por deidades sometidas a pasiones semejantes a las de los simples mortales, dando rienda suelta por ejemplo, a la ira o la rabia.

Entre el amplio abanico de dioses, en el que destacan el dios celeste Itzam Na o Itzamná, el astro rey Kinich Ahaw, la diosa Luna Ixchel o el señor de la lluvia Chac, sobresalen también otro grupo de dioses terrestres, vinculados a las entrañas de la tierra y al Inframundo, “el lugar del Temor”. Y es, precisamente este aspecto de la religiosidad maya, uno de los más apasionantes de dicha civilización: su llamativo interés y fascinación por el “Otro Mundo”, en torno al cual tejieron multitud de ritos, creencias y costumbres.

LOS DOMINIOS DEL INFRAMUNDO

Para los antiguos mayas, la muerte no era el fin definitivo de la existencia, sino que creían que el alma del difunto se trasladaba al Inframundo (llamado Xibalbá por los quichés y Metnal por los yucatecos). Aquel otro mundo se ubicaba en las entrañas de la tierra, bajo la selva y más allá de las masas de agua, constituyendo una especie de reflejo siniestro del mundo de los vivos. Sin embargo, a pesar de este carácter “oscuro”, no sería un equivalente del infierno judeocristiano, pues el alma no recala allí a modo de castigo, sino que es su destino lógico. Este “otro mundo” es, en definitiva, la región de los muertos, la esfera de los dioses y los
antepasados, que al morir se convertían ellos mismos en divinidades.

En su inquietante periplo por el Inframundo, descrito en el Popol Vuh (el Libro del Consejo de los mayas quichés), los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué (como veremos más adelante) recorren un escenario siniestro y lleno de peligros. No es de extrañar, pues Xibalbá está dominado por terribles moradores. Según el Popol Vuh, los soberanos del Inframundo son Hun Camé y Vucub Camé (Uno Muerte y Siete Muerte). Junto a ellos, descubrimos siete parejas de divinidades, encargadas de acabar con la vida humana en la tierra. Ahalpuh y Ahalcaná (Productor de pus y Productor de bilis), tenían la función de “hinchar a los hombres y hacerles brotar pus”. Xquiripat y Cuchumaquic (Lazo corredizo y Jefe de la sangre), provocaban “derrames de sangre en los hombres”. Por su parte, Quicxic (Halcón de sangre) y Patan (el Cazador), sorprendían a los “hombres en los caminos, haciéndoles llegar la sangre a la boca hasta que morían vomitando sangre”. Y así, hasta completar la lista de siete parejas de dioses dotados de nombres sorprendentes y macabros.

Otros textos mayas, como el Chilam Balam de Chumayel (El Libro de las cosas ocultas), mencionan a otras divinidades de la región de los muertos. La denominación más habitual es la de Kisín, “el flatulento”, apelativo que hacía alusión a la fetidez que emanaba, propia de la muerte. A pesar de ser la morada de los difuntos, el Inframundo no era una región “estanca”. De hecho, los mayas creían que, en ocasiones, los fallecidos podían regresar al mundo de los vivos, interviniendo en los asuntos de éstos. Estas “visitas” aparecen reflejadas en algunas representaciones artísticas como, por ejemplo, en el llamado dintel 15 de Yaxchilán, donde se muestra a una mujer que presencia la aparición de un muerto, acompañado de una serpiente de gran tamaño que alude a su procedencia.

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