martes, 12 de julio de 2011

Lemuria


La perdida Lemuria

Por W. Scott Elliot

Pruebas suminístradas por la Geología y la Paleontología

Está generalmente reconocido por la ciencia que la actual tierra firme de la superficie del globo fué un tiempo océano, y los mares de hoy tierra firme. Los geólogos han logrado determinar con exactitud en algunos casos las porciones de la superficie terrestre en que ocurrieron estas sumersiones y alzamientos; y si la ciencia reconoce al fin, no sin reservas, que en efecto existió el desaparedido continente atlante, la opinión general
admite, desde hace tiempo, que en una época prehistórica existió también un vasto continente austral llamado Lemuria.
A este propósito dice Ernesto Hoekel (1), «La historia del desenvolvimiento de la tierra
nos demuestra que la distribución superficial de las partes sólidas y líquidas está cambiando de contínuo. Las geológicas alteraciones de la corteza terrestre determinan por doquiera elevaciones y depresiones del suelo, que unas veces son más notables en ciertos puntos y otras en puntos distintos; y aunque sean tan lentas que en el transcurso de siglos sólo se hunda o se eleve la costa unos cuantos centímetros, su resultado es de
enorme importancia al cabo de los incalculables períodos de tiempo que abarca la historia de la tierra. Durante muchos millones de años, desde la existencia de la vida organizada, han luchado constantemente tierra y agua por la supremacia.
Continentes e islas se han hundido en el mar y otros nuevos surgieron de los abismos marinos. Lagos y mares quedaron secos por el lento alzamiento de su fondo, y nuevas cuencas acuáticas se formaron por los hundimientos del suelo. Penínsulas se convirtieron en islas por la sumersión del istmo que las unía al continente. Las islas de los archipiélagos se han transformado en picos de cordilleras por el alzamiento del fondo del mar que las bañaba.
Así, el Mediterráneo era un lago cuando en el actual estrecho de Gibraltar enlazaba un istmo a España con Africa. En más reciente época de la historia de la tierra, cuando ya existía el hombre, estuvo Inglaterra repetidas vec;es unida al continente europeo y otras tantas separada de él; y aun Europa y el Norte de América estuvieron un tiempo directamente relacionadas. El mar del Sur era un gran continente, y las numerosas islas que ahora lo esmaltan fueron los picos más elevados de sus cordilleras. El Océano Indico formaba otro continente, que se extendía desde las islas de la Sonda por la costa meridional de Asia hasta la oriental de Africa. El inglés Sclater denominó Lemuria a este continente, a causa de los animales simios que lo poblaban y, según toda probabilidad,
en él tuvo su cuna la raza humana, procedente de los monos antropoides. (2)
Es muy interesante la evidente prueba, fundamentada por Alfredo Wallace en hechos corológicos, de que el actual archipiélago malayo consta de dos divisiones completamente distintas. La división occidental o archipiélago indo-malayo, que
comprende las islas de Borneo, Java y Sumatra, estuvo primitivamente unido por Malaca al continente asiático y acaso también con el lemuriano.
Por otra parte, la división oriental o archipiélago austro-malayo, que comprende las Celebes, Molucas, Nueva Guinea e islas de Salomón, estuvo directamente enlazado con Australia. Ambas divisiones eran en un principio dos continentes, separados por un estrecho, que hoy día están en su mayor parte sepultados en el mar. Apoyado WaIlace en sus precisas observaciones corológicas, logró determinar exactamente la posición de aquel primitivo estrecho, cuyo estremo meridional pasaba entre Bali y Lombok.
Así es que desde los comienzos de la presencia del agua líquida en la tierra. están variando perpetuamente las lindes de la porción sólida, hasta el punto de que la configuración de las costas de los continentes e islas no ha sido durante una hora,
ni siquiera durante un minuto, exactamente la misma. Porque la perpetua rompiente de las olas cercena a la tierra en unos parajes de la costa las porciones que en otros gana por acumulación del limo, cuyo pétreo endurecimiento eleva el fondo del mar y forma nuevas tierras. Nada más erróneo que la idea de una inalterable configuración de los continentes tal como, sin fundamento geológico, los representan los mapas escolares.El nombre de Lemuria lo dió Sclater, según antes dijimos, en consideración a que en este continente se desenvolvieron los animáles llamados lemúricos.
Dice A. R. Wallace (3): «La existencia de este continente es sin duda una legítima y muy firme hipótesis, al par que un ejemplo de cómo el estudio de la distribución geológica de los animales permite reconstruir la geografía de pasados tiempos. Acaso fuera este continente una primitiva región zoológica en lejanas épocas geológicas, pero ignoramos qué épocas fueron éstas, ni cuáles los límites de dicha región. Si suponemos que abarcaba toda el area correspondiente a la actual fauna de lemúridos, habremos de extenderla desde el Africa occidental a Burma, Sur de China e islas Celebes.


Ya nos hemos referido anteriormente a la conectividad que en otro tiempo hubo entre la subregión etiópica y la isla de Madagascar, para explicar la distribución del tipo lemuriano y otras curiosas afinidades entre ambos países. Corrobora esta opinión la geología de la península indostánica, al demostrarnos que la isla de Ceilán y el Sur de la India están constituidos, por lo general, de granito y rocas vetustamente metamórficas, al
paso que la mayor parte de la península es de formación terciaria, con talo cual roca secundaria.
Es evidente, por lo tanto, que durante mucho tiempo del período terciario estuvieron Ceilán y el Sur de la India limitados al Norte por una considerable porción de mar y acaso formaron parte de un vasto continente meridional o de una gran isla. (4)
Sin embargo, las numerosas y notables afinidades que estos suelos ofrecen con el archipiélago malayo son indicios de que posteriormente hubo más estrecha aproximación con estas islas.
Cuando, todavía más tarde, se formaron las extensas llanuras y planicies del Indostán que abrieron paso firme a la ya pujante fauna himalo-chinesca, inmigraron rápidamente nuevos tipos y se extinguieron las formas menos especializadas de mamíferos y aves.
Parece que la lucha entre reptiles e insectos no fué tan ardorosa, o acaso las viejas formas se adaptaron a las nuevas condiciones locales lo bastante bien para no desaparecer; pues tan sólo en estos dos órdenes zoológicos hallamos un considerable número de animales que probablemente son restos de la fauna que poblara un tiempo el hoy sumergido continente» .
Después de afirmar que durante todo el período terciario y tal vez gran parte del secundario, las vastas porciones de tierra estuvieron en el hemisferio boreal, prosigue diciendo Wallace: "En el hemisferio austral existieron, a lo que parece, tres considerables y muy antiguas porciones de tierra, cuya extensión varió de tiempo en tiempo, aunque
siempre distintas una de otra, como por ejemplo ocurre hoy día con Australia, el Sur de Africa y la América meridional. Por aquellas tierras fluyeron sucesivas oleadas de vida, cada vez que temporáneamente quedaban unidas a alguna porción de las tierras septentrionales.» (5)
Aunque para vindicar ciertas conclusiones que le refutó el Dr. Hartlaub, niegue posteriormente Wallace la necesidad de admitir la existencia de tal continente, queda inalterado el reconocimiento de las sumersiones y alzamientos de la corteza terrestre, así como tampoco se invalidan las deducciones derivadas de la innegable afinidad entre las faunas extintas y vivientes.
Sobre este particular nos da todavía más interesantes pormenores la notable Memoria (6) leída por H. F. Blandford ante la Sociedad Geológica, en que dice así:
"Las afinidades y analogías de los animales y vegetales fósiles del grupo Beaufort de Africa y los de Panchets y Kathmis en la India, bastan para inferir la primitiva existencia de una tierra que enlazaba ambas superficies. Pero la semejanza entre las faunas fósiles de Africa e India no cesa al terminar las épocas permiana y triásica. La flora del grupo de Uitenhage encierra once formas de plantas, de las cuales dos son idénticas a las de la India, según evidenció Tate. Los fósiles jurásicos de la India con escasas excepciones, se
han de describir todavía; pero sorprendido el doctor Stoliezka de las afinidades entre los fósiles de Cutch y las formas africanas, acabó por demostrar en colaboración de Griesbach que la mayoría (7) de los fósiles cretáceos del río Umtafuni en el Natal son idénticas a las especies del Sur de la India. Ahora bien; las series de plantas de la India
y el Karoo y parte de la formación africana de Uitenhage son, según toda probabilidad, de origen acuático, y ambas indican la existencia de una vasta superficie de tierra circundante, cuyo hundimiento determinó la formación de dichas cuencas.
¿Enlazaba esta tierra continuadamente ambas regiones? ¿Puede inferirse su probable situación de la actual topografía del Océano fndico? Por otra parte, ¿qué relación había entre esta tierra y Australia, cuya existencia en la época permiana es igualmente presumible? Y por último, ¿en las vivientes fauna y flora de la India, Africa y las islas intermedias, hay algunas peculiaridades que indiquen una primitiva relación más directa que la actual entre Africa y el Sur de la India y la península de Malaca? La hipótesis expuesta no es nueva en la ciencia. Hace tiempo la presumieron algunos naturalistas indos y europeos, entre ellos mi hermano y el doctor Stoliezka cuyos trabajos
especulativos se fundan no sólo en la analogía, y aun hasta cierto punto identidad de las faunas y floras fósiles, sino además en la actual comunidad de formas de que Murray, Searles, Wood y Huxley indujeron la existencia de un continente mioceno que ocupó parte del Océano Indico. Así, pues, lo único que me propongo en esta Memoria,
es ampliar algún tanto el concepto geológico de la cuestión.
Respecto a las pruebas geográficas, el examen del mapa nos dirá que desde las inmediaciones de la costa occidental de la India hasta cerca de las islas Seychelles, Madagascar y Mauricio se extiende una línea de bancos de coral, incluso los de Adas, Lacadivas, Maldivas, Chagos y Saya de Mulha, todos los cuales demuestran la existencia de una o más cordilleras sumergidas.
Por otra parte, Darwin observa que las islas Seychelles se levantan sobre un extenso banco de treinta a cuarenta brazas de profundidad, de modo que, si bien actualmente está en parte rodeado de arrecifes, puede considerarse como virtual extensión de la misma cordillera sumergida. Más hacia el Oeste, las islas de Cosmoledo y Comoro están formadas por escollos yarrecifes muy semejantes a los de las actuales costas de Africa y Madagascar. Parece probable que esta línea de escollos, bancos y arrecifes indica la situación de una antigua cordillera que tal vez formara la osamenta espinal de una porción de tierra primitivamente terciaria, y más tarde paleozoica y mesozoica, de
análoga manera a los sistemas alpino e himaláyco con relación al continente europeo-asiático ya los sistemas roquizo y andino con respecto a las dos Américas. Para designar esta tierra mesozoica, yo hubiera propuesto el nombre de Indoceana, aunque ha prevalecido el de Lemuria que le dió Sclater.
El profesor Huxley, apoyado en pruebas paleontológicas, opina que durante el período mioceno existió una tierra entre Absinia e India, pero según se infiere de lo antes expuesto, le atribuyó época mucho más primitiva (8).
Por lo que a su depresión se refiere, sólo nos queda hoy su extremidad septentrional como prueba demostrativa que esta región se hundió posteriormente al gran diluvio de Dakhan. Estas enormes capas de rocas volcánicas se extienden en dirección horizontal hacia el Este de la cordillera de Sakyadri; pero al Oeste de la misma empiezan las rocas a hundirse en el mar, de modo que la isla de Bombay está determinada por las más elevadas partes de aquella formación. Esto indica que la depresión hacia el Oeste ocurrió en la época terciaria; y por lo tanto, la opinión de Huxley de que fué posterior al período mioceno, está corroborada por pruebas geológicas» .


Después de fundamentar con ejemplos la íntima relación de los componentes de la fauna (9) de las tierras en estudio, prosigue el autor diciendo: «La Paleontología, Geología y Geografía física, con la establecida distribución de los animales y plantas hoy vivientes, atestiguan mancomunadamente la primitiva e íntima conexión entre Africa e India, incluso las islas tropicales del Oceano Indico. Parece que esta tierra indoceánica existió
por lo menos desde los comienzos del período permiano, y probablemente, según dice Huxley, hacia la conclusión del período mioceno (10). El Africa meridional y la península indostánica son los actuales resíduos de esta antigua tierra, cuya superficie no fué tal vez absolutamente contínua durante todo aquel largo período. Efectivamente, las
rocas cretáceas del Sur de India y Africa y las marinas capas jurásicas de las mismas regiones prueban que parte de estas tierras estuvieron por más o menos tiempo invadidas por el mar, aunque no persistiría mucho la interrupción de continuidad, pues las investigaciones de Wallace en el archipiélago oriental han demostrado que la más
angosta porción de mar es insuperable obstáculo para la emigración de animales terrestres. En la época paleozoica debió estar relacionada esta tierra con la Australia y en la terciaria con Malaya, puesto que las formas malayas y su parentesco con las africanas son, en algunos casos, distintas de las de India. Conocemos aún muy poco la Geología de la península oriental para fijar la época de su conexión con la tierra indoceánica. El geólogo Theobald ha señalado la existencia de rocas triásicas, cretáceas y numulíticas en las montañas costeras de Arabia, y sabido es que hacia el sur de Mulmein se encuentran carbonatos cálcicos, mientras la cordillera oriental de Irrawadi está formada por más recientes rocas terciarias. De esto se infiere, al parecer, que una considerable parte de la península de Malaya debió estar ocupada por el mar durante los períodos mesozoico
y eoceno. Se ha comprobado que las escotaduras exteriores de los Himalayas síkimos están formadas por rocas vegetales de la época raniganja, y en consecuencia la antigua tierra debió de extenderse algo más al Norte del actual delta del Ganges. En las cuestas de Khasi y en el alto Asam se encuentra hulla de las épocas cretácea y terciaria; pero en ambos casos está asociada a capas marinas, en prueba de que la linde divisoria de tierra
y mar osciló algún tanto en esta región durante los períodos cretáceo y eoceno. Las grandes formaciones cretáceas y numulíticas que en el Noroeste de India se extienden a través del Beluchistán y Persia y constituyen la estructura de la parte Noroeste de los Himalayas, prueban que en los períodos mesozoico y eoceno estuvo India separada del Asia occidental. Por otra parte, las rocas jurásicas de la cordillera de Salt y de la porción Norte de los Himalayas, demuestran que en el período anterior cubrían las aguas gran
parte de la actual cuenca índica, al paso que las formaciones triásicas y carboníferas y las todavía más recientes formaciones marinas de los Himalayas indican que desde tiempos muy primitivos hasta el alzamiento de la gran cordillera, muchos de los actuales parajes estuvieron cubiertos durante siglos y siglos por el mar .

Para resumir las conclusiones de esta Memoria, diremos:

1) Las series vegetales de la India desde los comienzos del período permiano hasta las postrimerías del jurásico indican (excepto en unos pocos casos y lugares) la interrumpida continuidad de la tierra.

2) En los comienzos del período permiano, como asimismo en el postplioceno, prevaleció la frigidez del clima en las latitudes bajas y, a mi entender, simultáneamente en ambos hemisferios.
Al disminuir el frío, la flora y la fauna del período permiano se propagó por Africa, India y tal vez Australia. Sin embargo, también pudo existir anteriormente la flora en Australia y propagarse después desde allí.

3) India, el Africa meridional y Australia estuvieron unidas por un continente indoceánico en el período permiano. Los dos primeros países permanecieron unidos con muy cortas interrupciones hasta el fin del período mioceno. A la conclusión del período estuvo esta tierra unida a Malaya.

4) De acuerdo con precedentes autores, creo que la cordillera submarina de arrecifes y bancos de coral que hoy se extiende entre el mar de Arabia y el Este de Africa señala la situación geográfica de esta tierra.

5) Hasta el fin de la época numulítica no hubo conexión directa (excepto cortos períodos) entre India y el Asia occidental.

En la discusión de esta Memoria, el profesor Ramsay convino con el autor en la creencia de que Africa, India y Australia estuvieron unidas en pasadas épocas geológicas. El académico Woodward se congratuló de que el autor hubiese corroborado con pruebas inferidas de la flora fósil de las series mosozoicas de la India, las opiniones de Huxley, Sclater y otros, respecto a la pretérita existencia de un antiquísimo continente, ya vislumbrada por las observaciones de Darwin en los arrecifes coralinos.
Dice Haeckel: (11) «De los cinco actuales continentes, ni Australia ni América ni Europa han podido ser la primieval residencia o cuna de la raza humana, llamada bíblicamente Paraíso.» Multitud de circunstancias colocan este lugar en el Sur de Asia, y todo lo más pudiera suponérsele en Africa. Pero hay muchísimos indicios (especialmente los hechos corológicos) de que la primitiva morada del hombre fué un continente, hoy sumergido en el fondo del Océano fndico, que se extendía a lo largo del Sur de Asia, y que llegaba por
Oriente hasta las islas de la Sonda y por Occidente hasta Madagascar y costa sudoriental de Africa.
Ya hemos dicho que la Geografía zoológica y botánica da mucha probabilidad a la existencia de este continente sudindiano. Sclater le llamó Lemuria a causa de los animales simiescos que lo poblaban. Si admitimos que Lemuria fué la principal morada del hombre, nos explicaremos sin dificultad cómo la emigración pudo distribuir geográficamente la especie humana.
En una obra posterior (12) afirma Haeckel resueltamente la existencia de Lemuria en época muy primitiva de la historia de la tierra.
El siguiente pasaje del Dr. Hartlaub (13) nos proporcionará la última prueba de este orden en pro de la existencia de la perdida Lemuria:
«Geoffroy Saint-Hilaire observó, hace treinta y cinco años, que si se hubiera de clasificar la isla de Madagascar bajo exclusivas consideraciones zoológicas, prescindiendo de su posición geográfica, sería forzoso no adscribirla ni al Africa ni al Asia, sino a un cuarto continente muy distinto de los tres del viejo mundo. Este cuarto continente, por lo que de su fauna se induce, diferiría mucho más de la cercana Africa que de la lejana India.
Con estas palabras, cuya exactitud han corroborado plenamente posteriores investigaciones, planteó el naturalista francés el interesante problema para cuya solución se ha propuesto recientemente una hipótesis basada en hechos científicos.
El cuarto continente de Geoffroy Saint-Hilaire es la misma Lemuria de Sclater, la sumergida tierra que contuvo parte de Africa y debió de extenderse hacia el Sudeste de la India y Ceilán. Los puntos más elevados de esta tierra son los actuales picos volcánicos de las islas de Borbón y Mauricio y la cordillera central de Madagascar, último abrigo de la extinta raza lemúrica que un tiempo la poblara».


Pruebas derivadas de los archivos arcaicos

Las demás pruebas relativas a Lemuria y sus habitantes brotan de la misma fuente que las aducidas en la Historia de los Atlantes. Sin embargo, en el caso presente ha podido copiar el autor dos mapas; uno de Lemuria y tierras aledañas durante el período álgido de este continente; y otro de su configuración después de los cataclismos que lo desmembraron muchísimo antes de su definitiva desaparición.
Siempre dijimos que los mapas de Atlántida no eran exactos en latitud ni longitud, y mucho menos exactos han de ser los de Lemuria, si tenemos en cuenta las enormes dificultades opuestas a su trazado. En el caso de Atlántida disponíamos de un excelente bajo-relieve de terracocha y un muy bien conservado mapa de pergamino. En el caso de Lemuria sólo hemos podido disponer de un modelo de terracocha, deplorablamente roto
y de un mapa estropeado y borroso, lo que agravó la dificultad de reconstituir todos los pormenores y, por consiguiente, de obtener copias exactas.
Se nos reveló que poderosos Adeptos trazaron los mapas de Atlántida en los florecientes tiempos de esta raza; pero no sabemos con seguridad si los mapas lemúricos fueron trazados por instructores divinos cuando aún existía el continente o si datan de la época atlante. Sin embargo, aun previniéndonos contra la ciega confianza en la exactitud de los mapas, creemos que por exactos pueden disputarse en el conjunto de sus líneas
generales.

Probable duración del continente lemúrico

De cuatro a cinco millones de años, en guarismo redondo, duró la vida geológica de la Atlántida, porque este tiempo hace poco más o menos que en parte del continente lemúrico, todavía firme a la sazón, aparecieron los remoahles, primera subraza de la cuarta raza raíz que iba a poblar la Atlántida. Si recordamos que en el proceso de la
evolución, el guarismo 4 representa invariablemente no sólo el nadir del ciclo respectivo, sino el período más breve, tanto en un manvántara como en una raza, podremos presumir que Lemuria existió durante un número de millones de años muy superior al asignado al continente atlante o de la cuarta raza. Pero respecto a Lemuria no tenemos fechas, ni siquiera aproximadas, por lo que sólo cabe apoyarnos en las épocas geológicas, tal como las conoce la ciencia moderna.

Los Mapas

Según puede advertirse, no están trazados los mapas con sujeción a las épocas geológicas, aunque de su examen inferimos que el más antiguo de los dos representa la superficie terrestre desde la época permiana hasta la jurásica, a través de la triásica, mientras que el otro mapa representa probablemente la configuración terrestre durante
los períodos cretáceo y eoceno.
El mapa más antiguo nos muestra que el ecuatoriano continente de Lemuria, en los días de su florecimiento, ceñía casi por entero el globo, pues desde donde hoy están las islas de Cabo Verde, a pocas millas de la costa de Sierra Leona, se dilataba hacia el Sudeste a través de Africa, Australia, islas de la Reunión y mares interpuestos hasta pocas millas de distancia de una isla continental (cuya extensión igualaba a la América del Sur) que fiotaba sobre el Pacífico y comprendía el Cabo de Hornos y parte de la Patagonia.
En el otro mapa de Lemuria llama la atención la mucha longitud y, en algunos parajes, la extrema angostura de los estrechos que separan los dos enormes témpanos de tierra en que por entonces se hendió el continente. Además, la magnitud de los estrechos que actualmente existen entre las islas de Bali y Lomboc coincide con la de una parte
de los que en aquella época separaban ambos continentes. También conviene advertir que estos estrechos seguían en dirección Norte por la costa occidental de Borneo, y no por la oriental, como conjeturó Haeckel.
Por lo que toca a la distribución de la fauna y la flora y la existencia de varios tipos comunes a India y Africa, según expone Blandford, se observará que parte de la India y extensas porciones de Africa estuvieron directamente enlazadas por tierra durante el período correspondiente al primer mapa, y que la misma conexión se mantuvo
parcialmente en el período relativo al segundo mapa. El cotejo de los mapas de Atlántida con los de Lemuria nos demostrará que, ya en una, ya en otra época, hubo siempre comunicación firme entre porciones de superficie hoy separadas por el mar. Con esto deja de ser un enigma para los naturalistas la actual distribución de la fauna y flora en ambas Américas, Europa y tierras orientales.
La isla que en el primer mapa lemúrico está situada al Noroeste del promontorio extremo del continente, al Oeste mismo de la actual costa de España, fué probablemente durante largos siglos el centro propagador de la fauna y la flora a que antes nos referimos. Es muy digno de nota, por lo interesante, que esta isla debió ser el núcleo permanente del posterior continente Atlante. Según vemos, ya existía esta isla en los comienzos de la época lemúrica, y en el período correspondiente al segundo mapa quedó unida a una tierra que había formado parte del gran continente lemúrico, de modo que por sucesivos acrecentamientos y soldaduras llegó a ser más bien continente que isla. En sus comienzos constituyó la vasta región montañosa de Atlántida, cuando esta desaparecida parte del mundo abarcaba los vastos lienzos de tierra que actualmente forman ambas Américas. En el período de decadellcia formó también esta gran isla la montañosa región atlántica, así como la de Ruta en la época de Ruta y Daitya, hasta que, por último, fué la isla de Poseidonis, resto póstumo del continente atlante, sumergida el año 9564 antes de J.C.
El mismo cotejo de los mapas lemúricos con los mapas atlánticos nos demostrará que las tierras de Australia, Nueva Zelanda, Madagascar, parte de la Somalia, el Sur de Africa y el extremo meridional de Patagonia han subsistido a través de los sucesivos cataclismos desde los comienzos del período lemúrico. Lo mismo podemos decir de las partes meridionales de India y Ceilán, con la excepción, respecto de esta última isla, de un temporáneo hundimiento en la época de Ruta y Daitya.
Cierto es que aún quedan restos del todavía más primitivo continente hiperbóreo, tales como Groenlandia, Islandia, Spitzberg, las partes septentrionales de la península Escandinava y el cabo Norte de Siberia, que son las tierras más antiguas del planeta.
El Japón existía ya en la época del segundo mapa lemúrico, bien como isla, bien como parte de un continente. En dicha época existía asimismo España que, con excepción de Escandinava septentrional, es probablemente la tiera más vieja de Europa.
El carácter indeterminado de las precedentes afirmaciones depende necesariamente de que durante las épocas comprendidas entre los períodos correspondientes a los mapas ocurrieron hundimientos y elevaciones en diversas partes de la superficie terrestre.
Por ejemplo, se nos dice que poco después de la fecha del segundo mapa lemúrico se hundió la península malayica, permaneciendo sumergida hasta un nuevo alzamiento ocurrido antes de la fecha del primer mapa atlántico, pues la actual península de Malaya aparece como parte de un gran continente. Del mismo modo hubo en tiempos más cercanos otros hundimientos y elevaciones no tan importantes, por lo que tenía razón Haeckel al decir que Inglaterra (14) ha estado alternativamente unida y separada del continente europeo.
A fin de esclarecer las ideas, acompañamos un cuadro con la sinopsis histórica de la vida animal y vegetal en nuestro globo, relacionada, según Haeckel, con las contemporáneas capas rocosas.
En otras dos casillas del cuadro aparecen las razas humanas y los cataclismos geológicos, según saben los estudiantes de ocultismo.
De este cuadro se deduce que el hombre lemúrico vivió en la época de los reptiles y de los pinares. Los monstruos anfibios y los gigantes helechos del período permiano medraban todavía en los climas húmedos y calientes. Los plesiosaurios é ictiosaurios rebullian en las tibias lagunas de la edad mesolítica, hasta que por el desecamiento
de la mayor parte de los :mares interiores predominó el enorme reptil terrestre llamado dinosaurio, mientras que los pterodáctilos (15) no solo reptaban por el suelo, sino que volaban por los aires. El pterodáctilo menor era del tamaño de un gorrión, y el mayor, cuyas alas medían unos cinco metros de largo, superaba a las más corpulentas aves de hoy día. Los dinosaurios o dragones eran colosales reptiles de rapiña cuyo cuerpo alcanzaba de doce a quince metros de longitud (16) y posteriores excavaciones han sacado a luz esqueletos todavía mayores. El profesor Ray Lankaster, en la sesión celebrada por el Instituto Real el 7 de Enero de 1904, dió cuenta de que en los depósitos
eolíticos de los Estados Unidos del Sur se había descubierto un esqueleto de brontosaurio que medía veinte metros de largo.
Las estancias del arcaico Libro de Dzyan dicen: "A las cosas reptantes se añadieron animales con vértebras, dragones del abismo y sierpes voladoras. A los que reptaban por el suelo les nacieron alas. Los de largos cuellos que nadaban en el agua fueron los progenitores de las aves del aire."
La ciencia moderna corrobora esta afirmación, pues como dice Haeckel: (17) "Las aves ofrecen tan íntima relación con los reptiles en su estructura interna y desenvolvimiento embrionario, que sin duda proceden de una rama de este orden... La transformació n de reptiles en aves sobrevino por vez primera en la edad mesolítica y probablemente durante el período triásico".
En esta época vemos también que el pino y la palmera suceden a los helechos gigantes. En los últimos días de la edad mesolítica aparecen por vez primera los mamíferos; pero los fósiles del mamut y del mastodonte, sus primeros representantes, se encuentran principalmente en las capas de los períodos eoceno y mioceno.

El reino humano

Antes de referirnos a lo que en aquellos primitivos tiempos debe entenderse por reino humano, conviene advertir que ninguno de los que hoy día poseen mayor o menor cultura mental y espiritual pudo vivir en aquellos tiempos, pues las mónadas más rezagadas empezaron a reencarnar en las tres últimas subrazas de la tercera raza raíz, mientras que las más a vanzadas reencarnaron en las primeras subrazas de la raza atlante.
Por lo tanto, y al menos durante la primera mitad de la tercera raza, es preciso ver en el hombre lemúrico más bien un animal destinado a alcanzar la etapa humana, que un hombre en el sentido que hoy damos a esta palabra; pues aunque los segundo y tercer grupo de Pitris, que constituyeron los habitantes de Lemuria durante las cuatro primeras subrazas, habían dcsenvuelto suficientemente la conciencia en el manvántara lunar para diferenciarse del reino animal, faltábales aún la chispa divina que debía dotarles de mente e individualidad o, en otros términos, ascenderlos a la etapa humana.


Tamaño y consistencia del cuerpo humano

Así es que la evolución de la raza lemúrica es uno de los más oscuros al par que interesantes puntos de la línea evolutiva del hombre; porque durante este período, no sólo alcanzó la verdadera humanidad, sino que su cuerpo experimentó profundas alteraciones físicas y hubo dos mudanzas en el procedimiento funcionario de la reproducción.
Para explicar las sorprendentes afirmaciones que hemos de hacer respecto del tamaño y consistencia del cuerpo humano en este primitivo período, conviene tener presente que mientras los reinos animal, vegetal y mineral seguían el ordinario curso de su evolución en este cuarto globo, durante la cuarta ronda del actual manvántara, el reino humano hubo de recorrer rápidamente las varias etapas evolutivas porque pasara en las tres rondas anteriores. Así es que los cuerpos de la primera raza raíz, en que aquellos casi amentes seres habían de adquirir experiencias, nos hubieran parecido gigantescos fantasmas de materia astral, que poco a poco se densificó hasta tomar consistencia física de grado etéreo en la segunda raza raíz, cuyos individuos hubieran sido igualmente invisibles para nuestro actual órgano de visión.
Se nos dice que fué necesaria esta abreviación evolutiva a fin de que el Manu y sus colaboradores dispusieran de medios a propósito para perfeccionar el tipo físico de la humanidad que hasta entonces no había pasado del enorme cuerpo simiesco existente en los tres planetas físicos, Marte, Tierra y Mercurio, durante la tercera ronda. Al llegar a la Tierra en la cuarta ronda la oleada de vida humana, estaban animadas cierto número de estas formas simiescas por los residuos dejados en el planeta durante el período praláyico. Estas criaturas se incorporaron a la corriente humana tan pronto como la raza alcanzó del todo el desarrollo físico, y si bien se hubieran podido utilizar sus cuerpos para la reencarnación de las más atrasadas entidades, era preciso perfeccionar la forma como lo hizo el Manu, elaborando en el plano astral el arquetipo creado por la mente del
Logos.
De la etérea segunda raza procedió la tercera o lemúrica, cuyos cuerpos estaban ya constituídos de gases, líquidos y sólidos, es decir, de las tres más densas subdivisiones del plano físico, aunque con predominio de gases y líquidos, de suerte que la estructura vertebral no se había osificado aún como lo está en nosotros y, por lo tanto, no podían mantenerse en pie. Efectivamente, sus huesos eran flexibles y cartilaginosos como los de
nuestros niños; pues hasta el promedio del período lemúrico no se osificó el esqueleto humano.
El átomo físico permanente (18) basta para demostrar la posibilidad de que la forma etérea se transmutase en otra más densa y que el esqueleto cartilaginoso se osificase según está actualmente.
El átomo físico contiene la esencia de todas las formas porque ha pasado el hombre en el plano físico; y asimismo, por una parte, la potencialidad de una estructura ósea tal como alcanzó durante el curso de la tercera ronda, y por otra, la potencialidad de una forma etérea con todas las fases intermedias; porque conviene recordar que el plano físico consta de cuatro sutilidades de éter, aparte de los estados gaseoso, líquido y sólido que
muchos tienen por los únicos de la materia física.
Así, cada etapa evolutiva tuvo su peculiar procedimiento en remotas edades, y el Manu y sus colaboradores rodearon el átomo permanente de la debida clase de materia.

Aparato visual

El aparato visual de estas criaturas, antes de la osificación esquelética, fué rudimentario y consistió en dos ojos frontales que les servían para buscar alimento por el suelo, hasta que después nació en medio de la frente un tercer ojo cuya reminiscencia es la glándula pineal, hoy centro único de visión astral, y órgano entonces no sólo de la vista astral, sino también de la física.
Con referencia a los reptiles ya extinguidos, dijo el profesor Ray Lankesten, en una conferencia dada no ha mucho en el Instituto Real, que el agujero parietal del cráneo de los ictiosaurios demuestra el considerable tamaño del ojo pineal de estos reptiles, de lo cual infiere que el género humano fué menos corpulento que estos enormes lagartos acuáticos, pues nosotros habíamos perdido el tercer ojo que podemos estudiar en el lagarto común, y mejor todavía en el gran dragón azul del Sur de Francia (19).
Algún tiempo antes de promediar el período lemuriano, tal vez durante la evolución de la tercera subraza, empezó a solidificarse poco a poco el gigantesco cuerpo gelatinoso ya tomar consistencia ósea la cartilaginosa armazón de los miembros. Ya pudieron entonces mantenerse en pie aquellas primitivas criaturas, y los ojos frontales se convirtieron gradualmente en órganos de la vista física, aunque también siguió ejerciendo en parte esta función el tercer ojo hasta el fin de la época lemúrica, transmutándose en medio activo (como hoy lo es todavía potencial), de la visión psíquica que poseyó la raza humana no sólo durante todo el período lemuriano, sino hasta muy entrada la raza atlante. Es en extremo curioso que cuando la primera raza pudo mantenerse en pie y andar en posición vertical, con igual facilidad caminaba hacia atrás que hacia adelante, no sólo a causa de la capacidad visual del tercer ojo, sino también por la singular configuración de los talones, a que luego nos referiremos.

Descripción del hombre lemúrico

Tomaremos por modelo descriptivo los hombres de una de las últimas subrazas, probablemente la quinta.
«Eran de gigantesca estatura (de 3,70 a 4,60 mts), piel de color amarillento muy oscuro,
mandíbula inferior alargada, rostro chato, ojos pequeños y tan apartados uno de otro que lo mismo veían de frente que de costado, mientras que el tercer ojo, abierto en lo alto de la cabeza, donde, como es natural, no brotaba pelo, les permitía también ver en aquella dirección. En el sitio de la frente tenían una faja de carne, y la cabeza se contorneaba en sesgo hacia atrás y hacia adelante de extraña manera. Los brazos y piernas, sobre todo éstas, eran proporcionalmente más largos que los nuestros y no podían doblarse en
ángulo recto en el codo ni en la rodilla. Las manos y pies eran enormes y los talones se alargaban toscamente hacia atrás. Llevaban la cara cubierta con una piel floja, algo semejante a la del rinoceronte, pero más escamosa, que sin duda sería de algún animal hoy fósil. Ceñían su rala cabeza con otro pedazo de piel en tiras entrelazadas a estilo de cabos de cordel con borlas rojas, azules y otros colores de tonos vivos. En la mano
izquierda empuñaban un puntiagudo bastón tan largo como su cuerpo que, indudablemente les servía de arma ofensiva y defensiva. En la mano derecha llevaban arrollado el extremo de una larga cuerda de fibras de una especie de planta trepadora, con la que arreaban a un enorme y horrible reptil parecido al plesiosaurio. Los lemurianos habían domesticado a este animal y se aprovechaban de su fuerza para cazar otros animales. El aspecto del hombre de esta raza, según queda descrito, causaba cierta repugnancia, pero no era del todo inculto, y representaba el vulgar término medio de las gentes de su tiempo.
Muchos otros hubo de aún menos humano aspecto hasta que la séptima subraza desarrolló un tipo superior, aunque muy lejano todavía del hombre de nuestra época. Persistían la saliente mandíbula inferior, los gruesos labios, el rostro chato y los ojos de estúpida mirada; pero ya estaba determinada la frente y reducido considerablemente
el alargamiento de los talones. Una derivación de esta séptima subraza tenía la ovoidea con el vértice menor hacia arriba y los ojos muy apartados uno de otro y muy cerca del extremo superior.
La estatura había disminuído notablemente, y las manos, brazos, pies y piernas eran más parecidas a las de los negros de hoy. Esta raza desenvolvió una importante y duradera civilización y por miles de años dominó a la mayor parte de las tribus que poblaban el vasto continente lemuriano, y aun en los tiempos de la decadencia prolongaron su
poderío por medio de ingertos matrimoniales con los rmoahles, primera subraza de la raza atlante.
La progenie de esta consanguinidad retuvo muchos caracteres de la tercera raza, aunque en realidad perteneció a la cuarta, y adquirió por el cruce nueva potencia evolutiva. Su aspecto general no difería gran cosa de los actuales indios de América, con la diferencia de que su piel tenía un curioso pigmento azulado.
Pero por sorprendentes que sean los cambios de estatura, complexión y aspecto del hombre durante este período, más pasmosas todavía son las alteraciones sobrevenidas en el procedimiento de reproducción genésica que comprenderemos con menor dificultad si observamos las funciones sexuales hoy día actuantes en los reinos inferiores de la Naturaleza.
Después de citar el sencillísimo procedimiento genésico de autodivisión, y el de germinación por yemas, dice Haeckel: «íntimamente relacionado con la formación de yemas está el tercer procedimiento genésico asexual de la gemación o polisporogonia: En los ínfimos organismos animales, sobre todo en los zoófitos y gusanos, vemos frecuentemente que en el interior de un individuo, compuesto de varias células, un pequeño grupo de éstas se separa de las circundantes y poco a poco se convierte en otro individuo independientemente distinto del primitivo...
La formación de yemas germinales apenas difiere del procedimiento de gemación; pero está relacionada con un cuarto procedimiento de reproducción asexual, la formación de células gérmenes (monosporogonia) que constituye el tránsito a la reproducción sexual. En este caso, ya no es un grupo de células, sino una sola, la que se separa de las demás y se desenvuelve al desprenderse del individuo progenitor.. .
La reproducción sexual o anfigónica es la más común entre las plantas y animales de las especies superiores. No cabe duda de que este procedimiento genésico apareció en tiempos ya muy adelantados de la historia terrestre, evolucionado de la generación asexual y más directamente de la germinación celular... En las principales modalidades de reproducción asexual antes mencionadas (fisión, gemación y germinación celular), la
célula o grupo de células separadas puede transformarse por sí en un nuevo individuo; pero en la generación sexual, la célula ha de ser previamente fecundada por una substancia procreativa, es decir, que el semen ha de obrar en la célula germinal o huevo, antes de que éste pueda desenvolverse en un nuevo individuo. Las dos substancias generativas, el semen y el huevo, existen, ya en un mismo individuo (hermafroditismo) , ya en dos individuos distintos (separación sexual).
La más sencilla y antigua modalidad de reproducción sexual tiene por actor el individuo de sexo doble. Así ocurre en la mayoría de los vegetales y en algunos animales, como el caracol, la sanguijuela y muchos gusanos. El individuo hermafrodita tiene en sí los materiales de ambos sexos, es decir, el semen y el huevo. En la mayor parte de las especies vegetales superiores, una misma flor contiene el órgano masculino (estambre con su antera) y el femenino (pistilo con su ovario).
Los caracoles tienen el germen ovárico en una parte de sus glándulas sexuales y el semen en otra. Muchos hermafroditas engendran por sí mismos; pero los hay que para reproducirse necesitan el concurso de otro individuo de su especie. Este último caso es evidentemente el tránsito a la separación sexual.
El desdoblamiento de sexos, la modalidad más complicada de reproducción sexual, derivó sin duda alguna del hermafroditismo en un ya muy adelantado período de la evolución orgánica de los seres terrestres. Actualmente es el peculiar procedimiento genésico de los animales superiores.. . La llamada reproducción virginal (partenogenesis) ofrece una interesante modalidad intermedia entre la reproducción sexual y la asexual
formación de células germinales que tanto se le parece. En este caso, la célula germinal, en vez de formarse exactamente como el huevo, es capaz de desenvolverse en un nuevo individuo sin necesidad del semen fecundante. Lo más curioso e instructivo de los diferentes fenómenos partenogenésicos está en que hay células germinales que,
según reciban o no fecundación, desenvuelven individuos completamente distintos. De un huevo de abeja fecundado por el zángano nace también un zángano, pero del no fecundado nace una abeja fecunda (reina) o una abeja estéril (obrera). Esto nos demuestra que la Naturaleza tampoco procede a saltos en el orden de la generación y que no hay ruptura alguna entre la asexual y la sexual". (20)
Ahora bien; por lo que atañe a la evolución de la tercera raza humana en el continente lemuriano, conviene observar que sus modalidades genésicas pasaron por fases de estrecha analogía con las citadas en el transcrito pasaje. La Doctrina Secreta habla de los «nacidos del sudor» , de los «nacidos del huevo" y de los «andróginos».
Dice así: «En un principio apenas tenían sexo y poco a poco se convirtieron en bisexuales o andróginos. El paso de una a otra modalidad requirió innumerables generaciones, durante las cuales la sencilla célula nacida de su progenitora (dos en uno) evolucionó en un ser bisexual y, convertida después en huevo regular, engendró una criatura unisexual. La tercera raza humana es la más misteriosa de las cinco desarrolladas hasta ahora;
pero como esta obra sólo da un vago bosquejo del procedimiento genésico, quedará muy oscuro todavía el «por qué» de la reproducción sexual, cuyo estudio compete más bien a los embriólogos. Pero es evidente que los individuos unisexuales de la tercera raza humana empezaron a desdoblarse sexualmente en sus óvulos o envolturas prenatales muchos siglos después de existir la especie. Según fueron evolucionando los períodosgeológicos, las nuevas subrazas empezaron a perder sus congénitas cualidades. A últimos de la cuarta subraza, la criatura perdió la facultad de andar apenas salida del huevo, ya fines de la quinta los seres humanos nacieron ya en las mismas condiciones y según el mismo procedimiento de nuestras históricas generaciones. Por supuesto que la mudanza requirió millones de años». (21)



Todavía hay en la tierra gente de raza lemúrica

Conviene repetir que casi todas las amentes criaturas que habitaron los cuerpos descritos,
durante las primeras subrazas de la época lemúrica, apenas merecen el nombre de humanas, pues no tuvieron apariencia de tales hasta que después del desdoblamiento de sexos se densificaron físicamente sus cuerpos. Hemos de recordar que si bien los seres a que nos referimos pertenecen a los grupos segundo y tercero de Pitris lunares, también los hay procedentes del reino animal correspondiente al manvántara lunar. Los degradados remanentes de la tercera raza raíz habitan en Australia, isla de Andaman y Tierra de Fuego, y forman las tribus montaneras de la India, los selvícolas de Africa y otras tribus igualmente salvajes. Las entidades hoy encarnadas en estos cuerpos debieron pertenecer al reino animal correspondiente a los comienzos del actual manvántara. Es muy posible que alcanzaran el reino humano durante la evolución de la raza lemúrica
y antes del cierre de puertas para las entidades venidas en tropel de abajo.

Pecado de los amentes

Los vergonzosos actos de los amentes, cuando el primer desdoblamiento de sexos, están referidos en las estancias del arcaico Libro de Dzyan y no necesitan comentario alguno.
"Durante la tercera raza, los animales invertebrados crecieron y se transformaron en vertebrados con chayas sólidos. Primero se desdoblaron los animales y empezaron a procrear. También se desdobló el ser humano y dijo: «Hagamos con ellos. Ayuntémonos y procreemos». Así lo hicieron. Y los que no tenían centella tomaron enormes hembras animalícas y de ellas engendraron razas mudas como ellos mismos eran. Pero se desataron sus lenguas.
Las lenguas de su progenie permanecieron calladas. Engendraron monstruos. Una raza de corcovados monstruos de piel roja que andaba a cuatro pies. Una raza que había de encubrir su oprobio".
Un comentario antiguo añade : "Cuando la tercera se desdobló en sexos y cayó en pecado al engendrar hombres animálicos, éstos montaron en furia, y ellos y los hombres se destruyeron mutuamente. Hasta entonces no había habido pecado.
Al ver esto los Lhas, que no habían formado hombres, lloraron diciendo: «Los amentes han mancillado nuestras futuras moradas. Esto es Karma. Moremos en otras. Enseñémosles mejor para evitar que suceda cosa peor». Así lo hicieron. Entonces todos los hombres quedaron dotados de Manas. Vieron el pecado de los amentes".

Origen de los monos pitecoides y antropoides

La semejanza anatómica entre el hombre y los monos superiores, tan frecuentemente citada por los darwinistas para probar su común ascendencia, plantea un interesante problema cuya verdadera solución hemos de buscar en la esotérica explicación de la génesis del pitecoide. Dice La Doctrina Secreta (22) que los descendientes de los
semihumanos monstruos nacidos del pecado de los amentes, fueron disminuyendo de tamaño al cabo de siglos, y densificaron más y más su cuerpo hasta parar, durante la época miocena, en una raza de monos progenitores de los actuales pitecoides. Los atlantes del período mioceno cayeron en el mismo pecado de los amentes con las hembras de los monos de aquel tiempo, pero con plena responsabilidad de sus actos. Fruto de su pecado fueron los actuales monos antropoides. En la futura sexta raza raíz, estos antropoides alcanzarán la etapa humana en los cuerpos de las más ínfimas tribus que a la sazón existan en la tierra.
En el primer mapa está señalada la porción del continente lemuriano en donde ocurrió el desdoblamiento de sexos y florecieron las subrazas cuarta y quinta. Caía dicha porción al Este de las regiones montañosas de que formó parte la actual isla de Madagascar, en el centro del territorio bailado por el menor de los dos grandes lagos.



Origen del lenguaje

Según dicen las estancias de Dzyan antes citadas, los hombres de aquella época permanecían mudos, no obstante haber evolucionado ya físicamente. Los astrales y etéreos antecesores de la tercera raza raíz no tenían necesidad de expresar
fonéticamente sus pensamientos; pero el hombre físico no podía seguir mudo por más tiempo. Se nos dice que en un principio estuvieron compuestos exclusivamente de vocales los sonidos con que aquellos primarios hombres expresaban sus pensamientos, y en el lento transcurso de la evolución fueron anadiéndose los consonantes, sin que el proceso lingüístico del período lemuriano llegase más allá de la fase monosilábica. El actual idioma chino es el único descendiente directo de la antigua lengua lemúrica (23), «cuando toda la raza humana tenía un solo idioma y un solo labio". (24)
En la clasificación lingüística de Humboldt, el chino pertenece al grupo de lenguas monosilábicas, en distinción de las aglutinantes y de las de flexión, que están respectivamente más y más evolucionadas.
Dijimos en La Historia de los Atlantes que en el continente de esta raza se formaron varios idiomas pertenecientes todos al grupo de aglutinantes o de combinación, como los llama Max Müller, mientras que la flexión idiomática quedó reservada a las lenguas arias y semíticas de nuestra quinta raza raíz.

El primer occidio

El primer pecado, el primer occidio o privación de vida, a que se refiere el antiguo comentario de las Estancias de Dzyan, puede considerarse como simbólica representació n de la mutua actitud, a la sazón incipiente, del reino humano y del reino animal, que desde entonces tan horrendas proporciones ha tomado, no sólo entre el hombre y los animales, sino entre los mismos hombres. Esta consideración da nuevo pasto a nuestro pensamiento.
El hecho de que los monarcas crean conveniente, y aun necesario, vestir en los actos oficiales el uniforme de una de las armas o institutos de su ejército, denota muy significativamente el apoteósico predicamento a que han llegado las cualidades belicosas. Esta costumbre deriva indudablemente de la época en que el rey era al propio
tiempo caudillo militar y tan sólo en este concepto se le reconocía por rey. Pero ahora que la quinta raza raíz está ya en los comienzos del arco ascendente, con el desenvolvimiento de la inteligencia por caracteristica funcional, era de esperar menor
encomio de la cualidad prevaleciente en la cuarta raza raíz.
Sin embargo, la época de una raza tiene su prolongación en la siguiente; y aunque las naciones directoras del movimiento mundial pertenezcan hoya la quinta raza, la gran mayoría de las gentes que pueblan la tierra pertenecen todavía a la cuarta, pues los lentísimos pasos de la evolución humana no han consentido hasta ahora que la quinta raza sobrepuje las características de la cuarta .
Resultará interesante resumir la historia de las cruentas contiendas humanas desde sus lejanísimos comienzos en la época lemuriana. De nuestras indagaciones parece inferirse que el antagonismo surgió primeramente entre el hombre y los animales. La evolución física requirió para el cuerpo humano alimentos que apropiadamente lo sustentaran; y por lo tanto, a la necesidad de la propia defensa contra las fieras, añadió el hombre el deseo de matarlas para comérselas, y una de las primeras aplicaciones de la incipiente
mentalidad humana fué, según hemos visto, adiestrar a ciertos animales en el ojeo y persecución de la caza.
Una vez puesto en acción el elemento de lucha, pronto empezó el hombre a proveerse de armas ofensivas contra sus semejantes, tomando por motivos de agresión los mismos que hoy levantan el brazo de las tribus salvajes. Bastaba que otro poseyera un objeto apetecible para que el hombre intentara arrebatárselo a la fuerza.
Tampoco se limitaba la lucha a simples agresiones individuales; porque, como ocurre hoy entre salvajes, pandillas de merodeadores saqueaban los aduares y ranchos vecinos. A esto se redujo la guerra en Lemuria hasta últimos de la séptima subraza.
A los atlantes les estaba reservado desenvolver sistemáticamente el elemento de lucha con la recluta, instrucción y disciplina de ejércitos permanentes y la construcción y botadura de buques marinos. El principio belicoso fué, en efecto, la característica fundamental de la cuarta raza.
Durante todo el período atlante ardió sin cesar la gnerra y menudearon los combates en tierra y mar, hasta arraigar tan profundamente el sentimiento de lucha en la naturaleza humana, que aun hoy las más inteligentes razas arias propenden con facilidad a guerrear unas con otras.
Para bosquejar el desenvolvimiento de las artes entre los lemurianos, hemos de acudir a la historia de la quinta subraza. El desdoblamiento de sexos se había ya cumplido, y el cuerpo humano era enterameute físico, aunque todavía de gigantesca talla. La lucha ofensiva y defensiva con las monstruosas íieras estaba entablada, y los hombres vivían en chozas construídas con troncos y ramas de tosca labra. Al principio cada familia vivía separadamente en los claros de las selva; pero pronto comprendieron que mejor podrían defenderse de los ataques de las fieras reuniéndose en pequeñas comunidades. Por otra parte, aprendieron a construir las chozas con piedras en vez de troncos, ya servirse de aguzadísimas lanzas de madera para atacar al dinosaurio y otras bestias feroces.
Por entonces no conocía el hombre la agricultura, ni tampoco las aplicaciones y servicios del fuego. Sus cartilaginosos antecesores se habían alimentado de lo que encontraban al escarbar el suelo; pero ya la posición vertical les permitía alcanzar los frutos de los árboles, aunque su principal alimento era la carne destrozada y cruda de animales.

Instructores de la raza lemúrica

En la historia de la raza humana va a ocurrir un suceso de trascendentales consecuencias de mística importancia, porque su relato nos pone frente a seres que, no obstante pertenecer a muy distintos sistemas de evolución, se asocian por aquella época a los destinos de la humanidad.
A primera vista no se descubre el significado del lamento de los Lhas que «no habían formado hombres»; y aunque el descenso de estos seres a cuerpos humanos no es el suceso capital a que hemos de referirnos, conviene intentar alguna explicación de su causa y resultados. Se nos dice que estos Lhas pertenecían a una sumamente evolucionada humanidad de un sistema que tuvo sus ciclos en un pasado indefinidamente remoto.
Habían alcanzado los Lhas las cumbres de la evolución en su cadena planetaria, desde cuyo término gozaron de bienaventuranza nirvánica durante las edades intermedias. Pero el Karma los llevaba entonces a nuevo campo de actividad y de causas físicas, por no haber aprendido aún del todo las lecciones de compasión. Su temporánea tarea iba a consistir en guiar e instruir a la raza lemúrica que a la sazón demandaba toda la ayuda y dirección que eran ellos capaces de dar.
Sin embargo, también hubo otros seres que voluntariamente se encargaron de la misma tarea. Estos otros seres llegaron del sistema evolutivo cuyo planeta físico es Venus, que ya está en la séptima ronda del quinto manvántara, o cadena planetaria, por lo que su humanidad es mucho más elevada que la terrestre, pues ellos son hombres «divinos», al paso que nosotros todavía somos «humanos». Según hemos visto, la raza lemúrica estaba por entonces en la curva de conversión hacia la verdadera etapa humana.
Aquellos seres venían a desempeñar interinamente el cargo de educadores de la infantil
humanidad, como tal vez de aquí a muchos siglos habremos nosotros de ayudar a los seres que en el porvenir formen la humanidad de las cadenas de Júpiter y Saturno. Bajo la guía e influjo de estos seres, progresaron rápidamente los lemurianos en su desarrollo mental, pues los sentimientos de amor y reverencia hacia quienes reconocían incomparablemente más sabios y grandes que ellos, se transmutaban en esfuerzos de imitación que necesariamente iban convirtiendo el Manas superior en vehículo capaz de transportar de una a otra vida las características humanas, en testimonio del flujo de Vida Divina que infunde en la forma la inmortalidad individual. Como dicen las Estancias de Dzyan: "Todos los hombres quedaron dotados de Manas".
Sin embargo, cabe distinguir notablemente entre los excelsos seres procedentes de la evolución de Venus y aquellos otros pertenecientes a una elevadísima humanidad en un previo sistema evolutivo, pues los primeros no estaban impelidos por Karma alguno y tomaron forma humana para vivir y trabajar entre los hombres sin necesidad de asumir limitaciones físicas, ya que podían construirse vehículos apropiados a su elevada espiritualidad.
Por otra parte, los Lhas habían de encarnar en cuerpos humanos de la raza entonces floreciente, y mejor hubiera sido para ellos y para la humanidad que no vacilaran en emprender ni demoraran el cumplimiento de su kármica labor, pues seguramente evitaran el pecado de los amentes. Además, hubiera sido más fácil su tarea, que no sólo estribaba en actuar de guías e instructores, sino en perfeccionar el tipo de la raza, es decir, en desenvolver de la semihumana, semianimálica forma entonces existente, el cuerpo físico del hombre futuro.
Conviene advertir que por aquel tiempo la raza lemúrica estaba constituída por el tercer grupo de Pitris lunares; pero después, al acercarse al nivel que en la cadena lunar alcanzó el primer grupo, les fué necesario a los de éste volver a encarnar, como así lo hicieron durante las subrazas quinta, sexta y séptima (aunque algunos dilataron su reencarnación hasta el período atlante), de suerte que con acumuladas fuerzas impulsaron el progreso de la raza. Los divinos seres procedentes de Venus fueron en la tierra monarcas, sacerdotes, inventores y maestros de artes, y en este último concepto los consideramos en la historia de la raza lemúrica.
Guiado por sus divinos instructores, aprendió el pueblo el uso del fuego y los medios de obtenerlo, al principio por roce y más tarde por pedernal y hierro. Les enseñaron a beneficiar, fundir y moldear los metales, de modo que pudieron poner puntas de aguzado metal en los ástiles de las lanzas.
También aprendieron el labrantío de la tierra y a mejorar por el cultivo las semillas silvestres que, a través de los siglos, se han convertido en los cereales de hoy: cebada, maíz, mijo, avena, etc. Sin embargo, cabe notar una excepción. El trigo no evolucionó en este planeta, como los demás cereales, sino que los seres divinos lo trajeron dadivosamente de Venus para alimento del hombre. No fué el trigo su único don. También trajeron de Venus la abeja, única forma animal no evolucionada en nuestra cadena planetaria. Asimismo aprendieron por entonces los lemurianos el arte de hilar y tejer lienzos para vestirse con el basto pelo de un animal ya extinguido, semejante a la actual llama del Perú, cuyo antecesor fué probablemente.
Hemos visto antes que los primeros vestidos del hombre lemuriano fueron pieles de las bestias que mataban, y así las siguieron llevando durante mucho tiempo en los parajes fríos del continente hasta que supieron aderezarlas y curtirlas toscamente.
Una de las primeras cosas que aprendieron aquellas gentes fué a emplear el fuego en la cocción de los alimentos, al estilo que todavía acostumbran las tribus salvajes. Respecto al don del trigo, tan maravillosamente traído de Venus por los seres divinos, hemos de colegir que tuvo por móvil el deseo de proporcionar desde luego al hombre un alimento que hubieran tardado muchísimos siglos en depararle las evoluciones del cultivo.
A pesar de la ruda barbarie de los lemurianos durante las subrazas quinta y sexta, los que tuvieron el privilegio de estar en contacto con los divinos instructores experimentaron sentimientos de reverencia y adoración lo bastante intensos para sacarles de su salvajismo. Por otra parte, la constante influencia de los seres más inteligentes del primer grupo de Pitris lunares, que por entonces comenzaban a reencarnar, ayudóles en el
logro de mejores condiciones de cultura.

Ciudades y monumentos

Durante la séptima subraza ya últimos de la sexta, aprendieron los lemurianos a edificar ciudades populosas, de ciclópea arquitectura, adecuada a los gigantescos cuerpos de la raza.
Edificaron las primeras ciudades en la vasta región montañosa del continente que, según aparece en el primer mapa, comprendía la actual isla de Madagascar .
La Doctrina Secreta (25) nos habla de otra ciudad construída enteramente con témpanos de lava, que se asentaba unas treinta millas al Occidente de la actual isla de Pascua, y fué destruída por una serie de erupciones volcánicas.
Las gigantescas estátuas de la isla de Pascua, casi todas de ocho metros de altura por dos y medio de ancho entre hombros, representan, probablemente, no sólo las facciones, sino también la estatura de quienes las esculpieron, o tal vez de sus antecesores, pues dichas estatuas datan, según toda conjetura, de la época de transición
entre las razas lemúrica y atlante. Echaremos de ver que en el período relativo al segundo mapa, el continente de que formaba parte la isla de Pascua se había ya hendido en varios trozos, uno de los cuales fué dicha isla, mucho mayor que lo es hoy, si bien comparativamente pequeña.
En diferentes puntos del continente e islas aledañas florecieron no desdeñables civilizaciones con establecidos regímenes urbanos y políticos; pero muchas tribus, parcialmente civilizadas, siguieron llevando vida nómada y patriarcal, mientras que en las partes más escabrosas e inaccesibles vivían, como hoy sucede, las tribus más
atrasadas e incultas.

Religión

Hombres de tan primitiva raza, apenas comprendían los conceptos religiosos. Todo lo más, se les pudieron dar en un principio sencillas reglas de conducta y los más elementales preceptos de moral. Durante la evolución de la séptima subraza, los divinos instructores les ensefíaron las formas rudimentarias de adoración y les comunicaron la idea de un Ser supremo simbolizado en el sol.



Destrucción del continente

A diferencia del futuro destino de la Atlántida que pereció anegado por aguas diluviales, la Lemuria fué destruída por convulsiones sísmicas, y asolada por las ardientes cenizas y el ígneo polvillo de innumerables volcanes. Bien es verdad que a cada uno de los espantosos cataclismos atlánticos precedieron terremotos y erupciones volcánicas, pero luego de cuarteada y hendida la tierra vinieron las aguas a hundirla de modo que la mayoría de las gentes perecieron ahogadas, al paso que los lemurianos hallaron la muerte asfixiados por el humo o abrasados por el fuego. Otro notable contraste entre el destino de Lemuria y el de Atlántida es que éste último continente sufrió cuatro espantosos cataclismos antes de su definitiva desaparición, mientras que al primero lo fué
corroyendo lentamente el fuego interior, pues desde la época en q ue comenzó el proceso de desintegració n, hacia fines del período correspondiente al primer mapa, no cesó un punto la actividad ígnea, y ora en una, ora en otra parte del continente, siempre se mantuvo la acción volcánica hasta determinar el total hundimiento y desaparición de la tierra, exactamente como ocurrió en Krakatoa en 1883.
La erupción de Monte Pelado, que hace algunos años destruyó la ciudad de San Pedro, capital de la Martinica, fué de naturaleza análoga a las que acabaron con el continente de Lemuria, y por lo mismo resulta interesante el relato que de aquella erupción hicieron algunos supervivientes. «Del cráter de Monte Pelado surgió repentinamente una inmensa nube negra que, precipitándose con increíble velocidad sobre la población, arrasó cuanto a su paso encontraba y en pocos minutos sembró la muerte en la ciudad, convertida en candente montón de inflamadas ruinas. Tanto en la Martinica como en la vecina isla de San Vicente, el fenómeno consistió en la súbita erupción de inmensas cantidades de polvo candente, mezclado con vapor de agua, que descendía por las laderas de la montaña con increíble velocidad. Cubrió en San Vicente la lava valles de 30 a 60 metros de profundidad que meses después de la erupción estaba todavía muy caliente, de modo que las copiosas lluvias causaron enormes explosiones y levantaron nubes de vapor y polvo hasta 600 metros de altura, con lo que los ríos se llenaron de negro e hirviente limo».
El capitán Freeman del vapor «Roddam» refiere un caso, en extremo doloroso, de que con su tripulación fué testigo en la Martinica. Una noche, al echar anclas en una pequeña ensenada sita una milla de San Pedro, la montaña estalló de modo que reprodujo exactamente la primera erupción. Por fortuna hubo síntomas premonitorios del fenómeno, que les permitieron alejarse dos millas de aquel paraje y salvar la vida. En la
oscuridad de la noche vieron resplandecer en la cumbre una brillante luz roja, y muy luego se dejaron oír sordas detonaciones y cayeron disparadas por el aire, monte abajo, grandes piedras candentes. Pocos minutos después resonó un crujiente ruido al que siguió un alud de encendida lava a mil grados centígrados que, desprendido del cráter, rodó por la falda de la montaña a la velocidad de cien millas por hora. Para explicar este fenómeno, dijo el capitán que la erupción no fué de lava propiamente dicha, sino de polvillo candente y vapor de agua. Sin embargo, como los volcanes eran de tipo eruptivo, el capitán dedujo de sus observaciones que no salió lava porque los materiales volcánicos eran pastosamente viscosos y no podían fluir en ordinarias corrientes. La teoría de
Freeman ha quedado confirmada desde entonces por posteriores observaciones que descubrieron en el cráter de Monte Pelado, no un lago de lava derretida, sino un sólido mazacote de roca ígnea que poco a poco se fué levantando en forma cónica hasta alcanzar la boca. Tenía unos treinta metros de altura e iba aumentando de tamaño según crecía la presión inferior que determinó repetidas explosiones de vapor, cuya fuerza expansiva disgregó gran parte de su vértice. El vapor, comprimido entre los poros de esta masa, quedaba libre a medida del enfriamiento y producía la explosión de la roca reduciéndola a finísimo polvo.(26)
La observación del primer mapa demostrará que en el lago situado al Sudeste de la vasta región montañosa hubo una isla formada por una gran montaña activamente volcánica. Las cuatro montañas situadas al Sudoeste del lago también eran volcánicas, y allí comenzó la disrupción del continente. Los cataclismos telúricos que siguieron a las erupciones volcánicas ocasionaron tales destrozos, que en el período relativo al segundo
mapa estaba ya sumergida una gran porción de la parte meridional del continente.
Característica notable del suelo lemuriano, en los primitivos tiempos de su existencia, fué el gran número de lagos, pantanos y volcanes que lo salpicaban; pero en los mapas sólo aparecen algunas grandes montañas volcánicas y los lagos más extensos.
Otro volcán comenzó más temprano su destructora obra en la costa Nordeste del continente. Los terremotos acabaron la disrupción, y es muy probable que el mar señalado en el segundo mapa con gran número de islas menores, al Sudoeste del actual Japón, indique el área de las perturbaciones sísmicas.
El primer mapa nos muestra que hubo lagos en el centro del actual continente australiano, donde la tierra es hoy sumamente seca y como apergaminada. En el período relativo al segundo mapa habían ya desaparecido estos lagos, y parece natural conjeturar que aquellas regiones lacustres fueron devastadas por los gigantescos volcanes del Sudoeste (entre Australia y Nueva Zelanda) con tal violencia que el polvo candente
secó las aguas.



Orígenes de la raza atlante

Antes de terminar este bosquejo, convendrá decir algo de los origenes de la raza atlante para enlazarlos eslabonadamente con las postrimerías de la lemúrica.
Tratados anteriores sobre el mismo asunto afirman que el núcleo de nuestra quinta raza raíz o raza aria, derivó de la quinta subraza o subraza semítica de la cuarta raza raíz. Sin embargo, hasta el período de la séptima subraza, lemúrica no tuvo la humanidad suficiente desenvolvimiento fisiológico para elegir con acierto individuos que sirvieran de tronco a una nueva raza raíz. Así es que la selección se llevó a cabo en la séptima
subraza. La colonia elegida se estableció primeramente en las tierras que ocupan las actuales comarcas del país de los ashantis y Nigricia occidental. El examen del segundo mapa nos muestra esta tierra como un promontorio situado al Noroeste de la isla continental que abarcaba el cabo de Buena Esperanza y parte del Africa occidental. Preservada durante muchas generaciones de toda mezcla con tipos inferiores, fué multiplicándose la colonia hasta que estuvo dispuesta a recibir el nuevo impulso de herencia física que el Manu le había de comunicar .
Saben los estudiantes de Teosofía que hasta hoy ningún hombre de nuestra evolución ha sido apto para desempeñar el excelso oficio de Manu aunque está escrito que los comienzos de la futura sexta raza raiz se encomendarán a uno de nuestros Maestros de Sabiduría, quien mientras perteneció a nuestra humanidad ascendió a superior nivel en la divina jerarquía.
En el caso que consideramos, o sean los orígenes de la cuarta raza raiz, el oficio de Manu estuvo confiado a uno de los Adeptos procedentes de Venus, que, como es de suponer, era de muy elevada categoría; pues conviene advertir que no estaban al mismo nivel todos los seres llegados del sistema de Venus para servir de directores y maestros a nuestra infantil humanidad.

Logia de Iniciación

Por este motivo existió en Lemuria una Logia de iniciación que, si bien no para servicio de la raza lemúrica, daba a los suficientemente aptos enseñanzas limitadas a la explicación de unos cuantos fenómenos físicos, tales como la rotación de la tierra alrededor del sol y el distinto aspecto que los objetos materiales presentan a la visión
física ya la visión astral.
La Logia se estableció en beneficio de los seres que dotados de la asombrosa potestad de transferir su conciencia a nuestro planeta desde Venus, buscaban vehículos apropiados para continuar el curso de su evolución; (27) es decir, en beneficio de quienes estaban en las ínfimas etapas iniciales del Sendero.
Aunque la meta de nuestra normal evolución sea mayor y más gloriosa de lo que podamos imaginar desde nuestro actual punto de vista, no cabe compararla con la expansión de conciencia que, combinada con el puro ennoblecimiento del carácter, nos aguarda en las altísimas cumbres a que conduce el Sendero de iniciación.
Otros han tratado ya de los medios de purificar y ennoblecer el carácter, y de los esfuerzos necesarios para realizar la expansión de la conciencia. Baste decir ahora que el establecimiento de una Logia de iniciación en beneficio de seres venidos de otros sistemas evolutivos, comprueba la unidad de plan y de propósito en el gobierno y acción de todos los sistemas de evolución puestos en existencia por nuestro Logos solar. Además del curso normal de nuestra evolución, sabemos que hay un Sendero por donde pueden llegar hasta El cuantos hijos de hombre quieran hollarlo. Vemos que así ocurrió en el plan de Venus y podemos presumir que lo mismo ocurra en todos los planes de evolución de nuestro sistema planetario. Este Sendero es el Sendero de iniciación
cuyo término es el mismo para todos: la unión con Dios.

NOTAS

(1) Historia de la Creación, I, 360- 62; edición 1876.
(2) Acierta Haeckel al suponer Que Lemuria fué la cuna de la raza humana, tal como ahora existe; pero no procedió de los monos antropoides. Más adelante trataremos del verdadero lugar de estos monos en la naturaleza.
(3) Distribución geográfica de los animales, con un estudio de las relaciones entre las faunas vivientes y extinguidas para dilucidar las alteraciones ocurridas en la superficie terrestre. I, 76-77; Londres. Macmillan & C.a, 1876.
(4) Cierto es Que Ceilán y el Sur de la India estuvieron limitados al Norte por una considerable extensión de mar, pero fué en época muy anterior al período terciario.
(5) WaIlace: Ibid., II, 155.
(6) «Sobre la antigüedad y correlaciones de las series de plantas de la India y la existencia de un primitivo continente indo-oceánico. Véase la Revista trimestral de la Sociedad Geológica, XXXI, 534-540; 1875.
(7) Veintidós formas de las treinta y cinco descritas.
(8) El examen de los mapas demostrará que la fecha de Blandford es la más correcta.
(9) León, hiena. chacal, leopardo, antílope, gacela, avutarda y especialmente el lemur y el escamoso.
(10) Si bien subsistieron algunas porciones del continente, la desmembración de Lemuria ocurrió antes de la época eocena.
(11) Historia de la creación, 11,325-326.
(12) La Genealogía del Hombre.
(13) «Sobre la fauna ornitológica de Madagascar y las islas Mascareñas.» Véase El Ibis, revista trimestral de ornitología.- Cuarta serie, I, 33d; 1877
(14) Con mayor propiedad debiera haber dicho las islas de la Gran Bretafía e Irlanda, que estaban unidas en aquel entonces.
(15) Historia de la Creación, II, 226-7.
(16) Lagartos con alas de murciélago.
(17) Haeckel: Historia de la Creación, II, 22-56.
(18). En la obra titulada Lugar del hombre en el Universo, págs. 76-80, encontrará el lector más amplia información acerca de los átomos permanentes de todos los planos y de sus potencialidades con referencia al ciclo de reencarnaciones. (N. del A.)
También encontrará el lector amplia información sobre los átomos permanentes en la primera parte del valioso libro de la señora A. Besant: Estudio sobre la Conciencia. (N. del E.)
(19) The Standart, 8 Enero 1904.
(20) Ernesto Haeckel: Historia de la Creación, I, 193 a 198.
(21) La Doctrina Secreta, II, 197.
(22) Tomo II, Sección III.
(23) Conviene advertir que los chinos descienden en su mayoría de los turanios, cuarta subraza de la cuarta raza.
(24) Doclrina Secreta, II.
(25) Ob. cit. II.
(26) The Times, 14/9/1903.
(27) Al nivel alcanzado por estos seres llegará nuestra humanidad de aquí a muchísimos siglos, en la sexta ronda de nuestra cadena planetaria, y las mismas facultades trascendentales serán patrimonio de todos los hombres.

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