martes, 2 de marzo de 2010

Los deseos de espiritualidad avanzan en el mundo actual


Sin embargo, las instituciones religiosas retroceden, reflexiona un maestro Zen

En opinión de Dokushô Villalba, el Maestro Zen, el reto más importante que tenemos a partir de este siglo es: ¿cómo favorecer un proceso natural de evolución desde lo pre-racional a lo racional? Es decir, desde lo arcaico-instintivo (0,1% de la población) a lo mágico-animista; desde lo mágico-animista (10% de la población) a lo mítico; desde lo mítico (60% de la población) a lo racional. ¿Cómo favorecer la evolución natural desde lo racional (30% de la población) a lo trans-racional; desde lo trans-racional (12% de la población) al estado de Unidad Fundamental y de plena realización del potencial humano? Y esto, basándonos en un exquisito respeto a todas las formas de religiosas y culturales de vida. En otras palabras, ¿cómo gestionar las necesidades diferentes y las relaciones entre las muchas humanidades que conforman la Humanidad?


Cuál es el papel de las religiones en el siglo XXI? ¿Por qué las religiones pierden adeptos cuando más necesidad hay de espiritualidad? ¿a qué nos estamos refiriendo cuando decimos “religiones”?, ¿nos referimos a las diversas tradiciones religiosas actualmente existentes?

Desde algunas de nuestras culturas emergentes en el siglo XXI y desde nuevas experiencias religiosas, mucha gente está descubriendo que una cosa son las creencias, otra cosa son las instituciones religiosas tradicionales y otra cosa es la fe personal. La espiritualidad traspasa los límites de nuestra inteligencia para iluminar la realidad en su última profundidad y sentido.

Esta es la reflexión que ofrece Dokushô Villalba, un reconocido maestro Zen nacido en Utrera (Sevilla). Éste ha fundado centros de meditación Zen en Sevilla y Madrid. El texto que sirve de base a este artículo en Tendencias21 es una conferencia que fue pronunciada en Salamanca, en mayo del año 2002 en el marco del Encuentro Interreligioso. Se publicó con su autorización en ATRIO.

Como preámbulo, presenta el proceso de la evolución humana desde la subconciencia, a la autoconciencia y a la iluminación a través de ocho niveles progresivos. En cuanto al papel de las religiones distingue entre la creencia –que es una expresión pre-racional que sustenta una religiosidad horizontal- y la fe, propia de una religiosidad trascendente, que se basa en la experiencia religiosa de una unidad trascendente, y se integra en la vida cotidiana.

Tradiciones religiosas

La filosofía de las religiones muestra que las tradiciones religiosas proceden de una experiencia trascendente de una persona (el fundador) o de un grupo. Si el fundador de esa tradición religiosa no ha logrado transmitir un método para acceder a esa experiencia, la tradición se banaliza en creencias y ritos.

Por otra parte, respecto al papel de las religiones (como experiencias institucionalizadas) hay que distinguir entre el papel de las instituciones religiosas y el papel de la espiritualidad. El conflicto sólo puede darse entre las instituciones religiosas –nivel horizontal-, no en la espiritualidad que experimenta la profunda Unidad con el Todo.

En cuanto al enfrentamiento entre religiosidad y razón, suele darse entre las creencias y la razón. La fe como experiencia de la Unidad trascendente no es irracional sino supra-racional, un nuevo nivel de pensamiento, al que podríamos llamar relativista-multicéntrico.

Como prospectiva de futuro, el maestro Zen Dokushô Villalba propone favorecer la evolución de la población desde los niveles primitivos e intermedios –el 60% de la población se encuentra en el nivel racional- hacia el estado de Unidad Fundamental y de plena realización del potencial humano, siempre respetando todas las formas de vida religiosa y cultural.

Aportaciones de la psicología a la racionalización de la experiencia religiosa

Antes de entrar en lo propiamente “religioso”, el maestro Zen intenta fundamentar científicamente sus planteamientos. Para ello, pasa a exponer algunos descubrimientos interesantes de la psicología evolutiva.

Según Ken Wilber, uno de los más lúcidos estudiosos de la conciencia en la actualidad, “parece ser que la historia de la evolución humana es un camino que va desde la oscuridad de la subconciencia hasta la plena iluminación de la supra-conciencia, pasando por la etapa intermedia de la auto-conciencia”.

Uno de los grandes logros de la psicología evolutiva moderna ha sido el descubrimiento de que la conciencia humana atraviesa distintas fases o niveles de desarrollo desde el nacimiento biológico hasta la plena madurez del potencial humano. Estos son tanto niveles ontológicos del ser como niveles cronológicos tanto del desarrollo individual como de la Humanidad como un todo.

Diversos autores utilizan distintos nombres para referirse a estos niveles. Voy a emplear la terminología y el enfoque de la llamada Espiral Dinámica, puesta a punto por Clare Graves (1), Don Beck y Christopher Cowan (2), combinada con la propuesta de Ken Wilber y con aportaciones personales. Según este autor, podemos encontrar tres grandes fases en la evolución de la conciencia humana: fase pre-racional, racional y trans-racional, cada una de las cuales se divide en otras tantas subfases o niveles.

A saber:

1) Primera fase: la fase pre-racional

En esta fase caben cuatro niveles:

1. Nivel Arcaico-instintivo. Se trata del nivel de la supervivencia básica, un nivel en el que resultan prioritarios el alimento, el agua, el calor, el sexo y la seguridad y en el que la supervivencia depende de los hábitos y de los instintos. Apenas si existe yo diferenciado y la perpetuación de la vida requiere de la agrupación en hordas de supervivencia.

Se halla presente en las primeras sociedades humanas, en los recién nacidos, los ancianos, los últimos estadios de quienes padecen la enfermedad de Alzheimer, los locos que vagabundean por las calles y las masas hambrientas.

2. Nivel Mágico-animista. Está determinado por el pensamiento animista y por una extrema polarización entre el bien y el mal. Los espíritus mágicos pueblan la tierra y a ellos hay que supeditarse apelando a todo tipo de bendicio¬nes, maldiciones y hechizos. Se agrupa en tribus étnicas. El espíritu mora en los ancestros y es el que cohesiona a la tribu. Los vínculos políticos están determinados por el parentesco y el linaje. Parece “holístico” pero, en realidad, es atomístico (“cada recodo del río tiene su nombre pero el río carece de nombre”).

Se halla presente en la maldición vudú, los juramentos de sangre, el rencor, los encantamientos, los rituales familiares, las creencias y las supersticiones mágicas de la etnia. Fuertemente implantado en los asentamientos del Tercer Mundo, las bandas, los equipos deportivos y las tribus.

3. Nivel Mítico primario. Comienzo de la emergencia de un yo ajeno a la tribu; poderoso, impulsivo, egocéntrico y heroico. Espíritus míticos, dragones, bestias y personas poderosas. Los señores feudales protegen a sus subor¬dinados a cambio de obediencia y trabajo. Fundamento de los imperios feudales (el poder y la gloria). El mundo se presenta como una jungla llena de amenazas y de todo tipo de predadores. Dominantes y dominados. El yo campa a sus anchas sin cortapisas de ningún tipo.

Se halla presente en el rebelde sin causa, la mentalidad fronteriza, los reinos feudales, los héroes épicos, los líderes de las bandas, los malvados de las películas de James Bond, los mercenarios, las estrellas del rock, Atila, rey de los hunos y El señor de las moscas.

4. Nivel Mítico Desarrollado. La vida tiene un sentido, una dirección, un objetivo y un orden impuesto por un Otro todopoderoso. Este orden impone un código de conducta basado en principios absolutistas y fijos acerca de lo que está “bien” y de lo que está “mal”. El acatamiento de ese código y de esas reglas se ve recompensado, mientras que su violación, por el contrario, tiene repercusiones muy graves y duraderas. Fundamento de las antiguas naciones. Jerarquías sociales rígidas y paternalistas, sólo hay un modo correcto de pensar. Ley y orden, control de la impulsividad a través de la culpa, creencias literales y fundamentalistas y obediencia a una ley impuesta por un Otro fuertemente convencional y conformista. A menudo asume un aspecto “religioso” o “mítico”, aunque también puede asumir el aspecto de un Orden o de una misión secular o atea.

Se halla presente en la América puritana, en la China confuciana y en la Inglaterra de Dickens, en los códigos de honor de la caballería, en las obras buenas y caritativas, en el fundamentalismo islámico, en las “buenas obras” de los scouts, en el patriotismo de la “mayoría moral”.

Segunda fase: la fase racional

Nos encontramos aquí con el llamado Nivel Racional-científico. En este nivel, el yo “escapa” de la “mentalidad del rebaño” y busca la verdad y el significado en términos individuales. Es un nivel hipotético-deductivo, experimental, objetivo, mecánico y operativo (o, lo que es lo mismo, científico). El mundo se presenta como una maquinaria racional bien engrasada que funciona siguiendo leyes naturales que pueden ser aprendidas, dominadas y manipuladas en propio beneficio. Muy orientada hacia objetivos y especialmente (en el primer mundo) hacia el beneficio material. Las leyes de la ciencia gobiernan la política, la economía y los asuntos humanos.

El mundo se presenta como una especie de tablero de ajedrez en el que destacan los ganadores. Alianzas comercia¬les y explotación de los recursos de la Tierra en beneficio propio. Fundamento de las sociedades de estados.

Se halla presente en el proceso histórico y cultural de la Ilustración, de la modernidad, de la conciencia de autonomía humana, de la laicidad y de la secularidad, de Wall Street, de la Costa Azul. Es propia en nuestra cultura de la clase media emergente de todo del mundo, la industria de la moda y de la cosmética, la búsqueda del triunfo, el colonialismo, la guerra fría, el materialismo y el liberalismo centrado en uno mismo.

Estos cinco niveles forman parte de lo que Don Beck y Christopher Cowan llaman Conciencia o pensamiento de primer grado. Esto quiere decir que ninguno de estos niveles es capaz de tomar conciencia de la existencia de los demás niveles. Por consiguiente, cada uno de los niveles del primer grado considera que su visión del mundo es la única adecuada y, por lo tanto, reacciona negativamente cada vez que se siente amenazado.

Con la emergencia del siguiente nivel, el relativista-multicéntrico, sucede un avance trascendental: el pensamiento de segundo grado, es decir, una modalidad de conciencia plenamente consciente de los niveles inferiores del desarrollo que permite dar un paso atrás y asumir una visión más global. Los niveles del pensamiento de segundo grado reconocen y comprenden el papel que desempeñan – y en consecuencia, la necesidad- el resto de los niveles.

Tercera fase: la fase trans-racional

El maestro Zen diferencia aquí- según los datos que maneja – tres niveles diferentes:

1. Nivel Relativista –multicéntrico. Centrado en la comunidad, en la relación entre los seres humanos, en las redes y en la sensibilidad ecológica. El espíritu humano debe ser liberado de la codicia, del dogma y de la división; el respeto y la atención a los demás reemplazan a la fría razón; respeto y cuidado por la Tierra, Gaia y la vida. Establece vínculos y uniones laterales y es contrario a las jerarquías. Yo permeable y relacional centrado en redes. Énfasis en el diálogo y las relaciones. Fundamento de las comunidades de valor (agrupaciones libremente elegidas basadas en sentimientos compartidos).

Toma de decisiones sustentada en la conciliación y el consenso. Presta atención a la espiritualidad, la armonía y el enriquecimiento del potencial humano.

Fuertemente igualitario, anti-jerárquico, centrado en valores plurales, en la construcción social de la realidad, en la diversidad, el multiculturalismo y la relatividad de los valores, una visión del mundo a la que habitualmente se conoce con el nombre de relativismo pluralista. Subjetivo y centrado en el pensamiento no lineal; fomenta la cordialidad, la sensibilidad, el respeto y el cuidado por la Tierra y por todos sus habitantes.

Se halla presente en la ecología profunda, el postmodernismo, el idealismo holandés, el counseling de Rogers, el cuidado por la salud canadiense, la psicología humanista, la teología de la liberación, el Consejo Mundial de las Iglesias, (Greenpeace, los derechos de los animales, el eco¬feminismo, el postcolonialismo, Foucault/Derrida, los movimientos en pro de la diversi¬dad, los derechos humanos y la ecopsicología.

2. Nivel Integrador. La vida se presenta como un caleidoscopio de jerarquías (holoarquías), sistemas y formas naturales cuya prioridad principal gira en torno a la flexibilidad, la espontaneidad y la funcionalidad. Las diferencias y las pluralidades pueden integrarse naturalmente en corrien¬tes interdependientes. El igualitarismo puede complementarse, cuando es necesario, con grados naturales de ordena¬miento y excelencia, con lo cual el rango, el poder, el estado y la dependencia del grupo se ven reemplazados por el conocimiento y la idoneidad.

El orden mundial dominante es el resultado de la existencia de diferentes niveles de realidad (memes) y de las inexorables pautas del movimiento de as¬censo y descenso en la espiral dinámica. El gobierno adecuado facilita la emergencia de entidades pertenecientes a niveles de complejidad cada vez mayor (jerarquía atildada).

3. Nivel Holístico. El es Sistema holístico universal, holones/olas de energías integrativas; integra el sentimiento y el conocimiento; múltiples niveles entrelazados en un sistema consciente. Es el Orden universal consciente y vivo que no se basa en reglas externas ni en lazos grupales. Tanto teórica como prácticamente, es posible una “gran unificación”, una unidad total de todas las formas de vida y niveles de conciencia. Hay ocasiones en que desencadena la emergencia de una nueva espiritualidad que engloba la totalidad de la existencia. El pensamiento holístico utiliza todos los niveles de la espiral, advierte la interacción existente entre múltiples niveles y detecta los armónicos, las fuerzas místicas y los estados de flujo que impregnan cualquier organización.

¿Dónde poder situar LO RELIGIOSO?

Una vez descritos los diversos niveles de interpretación de la realidad, es oportuno abordar ahora el espinoso concepto de “lo religioso”. Ante todo, se considera crucial diferenciar entre “religiosidad”, “tradiciones religiosas” e “instituciones religiosas”.

Fenomenología de la religiosidad: religiosidad horizontal y religiosidad vertical

La mayor parte de los estudiosos de la fenomenología de la religión están de acuerdo en que el sentimiento religioso surge en la humanidad primitiva al mismo tiempo y de forma indisociable al surgimiento de la conciencia individual.

La paulatina irrupción de conciencia individual (en la que es posible ver el trasfondo de lo que algunas religiones llaman el “pecado original”) va irremediablemente acompañada por la angustia del yo separado. Esta angustia podría representar la “caída” y la “expulsión” del paraíso de la fusión inconsciente con el Todo, fusión propia del estado de conciencia pre-egoico. Se puede ver, pues, en la base del sentimiento religioso el anhelo de liberación de tal angustia del yo separado.

Con el objeto de clarificar conceptos, se puede decir que la religiosidad adopta dos formas básicas: la que se podría llamar religiosidad horizontal (traslativa) (laukika, en sánscrito) y la religiosidad vertical (transformadora) (lokotara, en sánscrito).

La función de la religiosidad horizontal es la de proporcionar significado y sosiego al yo separado, fortaleciendo la identidad individual (el ego) o colectiva (el supergo) a través de un sistema de creencia, de ritos y de normas y pautas socio-culturales.

La “religiosidad horizontal” es la modalidad característica de los niveles pre-racionales y su forma religiosa propia es la creencia, ya sea creencia arcaico-instintiva, mágico-animista o mítica. Su práctica se reduce a ritos diversos (ritos propiciatorios, ritos de paso, ritos de consolidación del sistema de creencias). Para la religiosidad horizontal el término “religión” significa pues unir (cohesionar) la propia individualidad y unir las individualidades en un sistema de creencia que fortalezca la identidad social o étnica.

La función de la “religiosidad vertical” es la de favorecer la trascendencia del yo separado, facilitando el acceso y la consolidación de un estado de conciencia de unidad no-dual que se encuentra más allá del ego. La base de la religiosidad vertical es la experiencia de unidad trascendente y omniabarcadora y sus prácticas constituyen un conjunto de técnicas psico-físicas elaboradas y experimentadas a lo largo de los siglos (yoga, diversas técnicas de meditación, ejercicios sufies, técnicas de acceso a estados místicos, la meditación del hesicasmo del cristianismo ortodoxo, etc.).

Para la religiosidad vertical, el termino “religión” significa fundir la conciencia de la propia individualidad con el Todo, sentirse interiormente unidos amorosamente al Todo, fundirse y arder en llama de la coherencia natural. Es la espiritualidad, el cultivo de las dimensiones más hondas del corazón humano.

Hay que destacar que casi todas las grandes tradiciones religiosas tienen un núcleo central de religiosidad vertical practicada por una minoría de seguidores –a lo que podríamos llamar también religión esotérica-, mientras que la mayor parte de la población religiosa practica una religiosidad horizontal –a la que podríamos llamar también religión exotérica-.



La experiencia religiosa interior

Así pues, mientras que la religiosidad horizontal se basa en creencias, la religiosidad vertical se basa en experiencias interiores amorosamente vividas y conscientes. Veamos esto con más detenimiento. ¿Qué es la creencia y qué es la fe?

- La creencia es la expresión más simple de la religiosidad. De hecho, la mayor parte de las veces opera sin ninguna conexión con la verdadera religiosidad. Creencia es casi sinónimo de militancia. El creyente es siempre un militante. La creencia es superstición. Al contrario de lo que se cree popularmente, la creencia no es un acto de fe religiosa, sino la adopción ciega de un sistema mítico que opera como un símbolo de inmortalidad y de trascendencia, tendente a mitigar -no a disolver- la angustia existencial del yo separado.

La creencia es una expresión pre-racional que sustenta la religiosidad horizontal. No necesita la razón. Es más, en muchas de sus expresiones es anti-racional. La expresión popular de la mayoría de las religiones actuales está sustentada en creencias de este tipo.

La creencia no es exclusiva del sentimiento religioso. Se da también en ámbitos científicos, culturales e ideológicos.

Lo que distingue al creyente es su pasión por convertir a los demás y su lucha encarnizada contra el incrédulo. Dado que se trata, de hecho, de un sistema ideológico que opera como símbolo de inmortalidad y de salvación, el creyente no puede permitir que otros no crean en lo que él cree, puesto que la incredulidad ajena pone en tela de juicio la “veracidad” de su sistema de salvación y con ello su propia creencia en él. Por ello, al tratar de convertir al otro, el creyente trata sobre todo de dominar su propio yo incrédulo.

Los fanatismos, los fundamentalismos, las guerras santas, las inquisiciones diversas, sean del color que sean, proceden todos ellos de este nivel de religiosidad basado en las creencias.

Las creencias, insiste el Maestro Zen, ya sean arcaicas-instintivas, mágicas o míticas, son la base de la religiosidad horizontal. La frase del Marx “la religión es el opio del pueblo” puede ser perfectamente aplicada a esta forma de religiosidad, puesto que la creencia tan sólo mitiga o narcotiza la angustia existencial del yo separado, pero de ninguna manera la resuelve.

- La fe. Por otra parte, está la fe. La fe no es exactamente lo mismo que creencia. El creyente y el hombre o la mujer de fe viven una religiosidad interiormente muy distinta, aunque exteriormente parezca la misma porque comparten los mismos símbolos o creencias externas. La fe presupone la intuición preliminar y algo vaga del conocimiento superior que sólo se adquiere mediante la verdadera experiencia religiosa de la Unidad trascendente. Así como la creencia es anti-racional, la fe no se opone a la razón, aunque su naturaleza no sea de índole racional. La fe es una forma de conocimiento basado en la intuición no racional, aunque tampoco anti-racional. La fe es el sentimiento religioso que queda cuando la creencia ha pasado el filtro de la razón.

La persona de fe verdadera tiende a alejarse del literalismo, del dogmatismo, del deseo de convertir a otros y del fundamentalismo que definen al creyente estereotipo. La persona de fe no busca el consuelo de la creencia, razón por la cual es presa a menudo de grandes y angustiosas dudas religiosas. La fe se aleja de la certeza literal y dogmática de la creencia y por ello la persona de fe experimenta a menudo la tensión provocada por la duda.

Tensión que sólo puede ser resuelta mediante la verdadera experiencia religiosa de la Unidad trascendente del amor y de ninguna manera por el sustituto que supone la creencia. La fe es una premonición, un preámbulo y un impulso hacia la verdadera experiencia religiosa. Es el objetivo místico de la espiritualidad. Y aquí hemos de recordar las preciosas formulaciones de Pierre Teilhard de Chardin en La Misa sobre el Mundo.

La fe es un sentimiento que se encuentra entre la religiosa horizontal y la religiosidad vertical. Aún no se ha separado totalmente de la primera pero tampoco constituye una experiencia propia de la segunda. Es la intuición de que “hay algo más allá” del nivel de las creencias y de la razón.

La experiencia religiosa de la Unidad trascendente

La experiencia religiosa de la Unidad es un acto de conocimiento superior, trascendente (más allá del ego) y trans-racional (más allá de la razón). Es un hecho que va más allá de la mera creencia y de la fe misma. Lo que la fe intuía, la experiencia lo confirma. Abraham Maslow, el padre de la psicología humanista, la llamó “experiencia cumbre” porque es a través de ella desde donde se obtiene la visión más completa de la condición y del sentido de la existencia humana.

Es importante destacar que la experiencia religiosa de la Unidad trasciende el dominio de lo racional incluyéndolo, no oponiéndose a él, pero superándolo. Este matiz es sumamente importante. Para la razón ilustrada, todo lo que no sea del dominio de la razón es superstición irracional, es decir, un impulso regresivo hacia niveles evolutivos inferiores a la lógica de la razón.

La razón ilustrada considera que la racionalidad es el estado evolutivo último del ser humano y que más allá de él no existe nada más. La verdadera experiencia religiosa de la Unidad trascendente nos conduce, por el contrario, a dominios de conocimiento y de existencia con significados muchos más profundos, intensos, complejos y onmiabarcadores.

La verdadera religiosidad es trans-racional, no pre-racional. La razón ilustrada no diferencia entre estados pre-racionales y trans-racionales, por lo que considera que todo lo no-racional es sencillamente pre-racional o irracional. Por ello, al tratar de desaguar el agua de las creencias supersticiosas arroja al mismo tiempo al niño de la espiritualidad por el desagüe.

La experiencia religiosa de la Unidad trascendente supera el ámbito de lo racional pero sin negarlo, incluyéndolo y utilizándolo en su nivel apropiado. En el Zen se dice que ninguna descripción del sabor de una manzana puede hacernos sentir qué es una manzana. Por el contrario, cuando tenemos la experiencia de morder una manzana, sabemos inmediatamente y de forma directa cuál es su sabor.

Con la experiencia religiosa de la Unidad trascendente, el hombre o la mujer de fe se convierte en un sabio, en un místico, en alguien que ha visto, un psicopombo, alguien que ha experimentado lo Inefable.

La integración de la experiencia

Ahora bien, una cosa es tener una experiencia religiosa de Unidad trascendente de forma puntual, (ya sea espontánea o conscientemente buscada), y otra vivir la vida de cada día de acuerdo a la visión obtenida en esa experiencia.

La forma más madura, profunda y completa de experiencia religiosa es aquella en la que la experiencia de lo trascendente se manifiesta en la vida cotidiana del practicante. De poco vale alcanzar una visión superior de forma puntual si después no sabemos cómo vivir nuestra vida de cada día de acuerdo a esa visión. En este punto, la experiencia religiosa de Unidad trascendente se convierte en experiencia religiosa inmanente. La verdadera experiencia religiosa no es sólo la que vivimos en las cimas de las montañas, en la soledad de nuestro retiro, o en la perfecta contemplación del estado de meditación, sino la que somos capaces de vivir y de compartir en nuestras relaciones y situaciones cotidianas.

Aquí, el sabio, el asceta, el místico vuelve a ser un ser humano común al integrar las visiones superiores con la cotidianidad.

Dónde situar a las tradiciones religiosas

El sentimiento religioso, es decir, el anhelo de liberación de la angustia existencia generada por la conciencia individual o del yo separado, es común a todos los seres humanos, sea cual sea su lugar de origen, la época en la que viva o el sistema socio-cultural en el que haya nacido, y la modalidad de religiosidad que adopte. Su carácter es universal pues forma parte de la naturaleza humana

Es este sentimiento religioso el que ha dado nacimiento a las diversas tradiciones religiosas de la humanidad. En el origen de casi todas las tradiciones religiosas se encuentra una experiencia trascendente, es decir, alguien, el fundador o los fundadores, que han experimentado un estado de conocimiento supremo y de trascendencia, una verdad inefable.

Esta experiencia religiosa de la Unidad trascendente puede suceder de dos formas: o bien es una experiencia surgida espontáneamente; o bien es una experiencia conscientemente buscada y generada por una determinada técnica psico-fisio-espiritual.
Si la experiencia ha surgido espontáneamente sin la mediación de ninguna tecnología espiritual, el fundador no puede transmitir a los demás más que la fe en dicha experiencia. De este modo, suele suceder que, con el transcurrir del tiempo, esta experiencia real y espontánea del fundador pasa a convertirse en un vago recuerdo del pasado y la tradición iniciada por él se carga paulatinamente de elementos supersticiosos y de creencias.

Este es el caso de las tradiciones basadas en una religiosidad horizontal.

Por el contrario, si la experiencia de la Unidad trascendente ha sido conscientemente buscada y facilitada por diversas técnicas psico-fisico-espirituales, el fundador puede transmitir a los demás esta metodología, de forma que todos y cada uno de sus seguidores a lo largo de las futuras generaciones puedan ellos mismo experimentar lo mismo que él experimentó. Este es el caso de las tradiciones basadas en una religiosidad vertical.

Toda tradición religiosa, ya sea de índole horizontal o vertical, conlleva un aspecto positivo y otro negativo. En el lado positivo, la tradición religiosa vehicula de generación en generación un sistema de valores, una tecnología espiritual y unos descubrimientos que constituyen un precioso patrimonio religioso de la humanidad con un fuerte poder civilizador, evolutivo, y una riqueza evolutiva insoslayable.

En el lado negativo, las tradiciones religiosas, como cualquier cuerpo vivo están sujetas a la contingencia: han nacido en un contexto geográfico, en un marco socio-cultural y en una época histórica específica. Por lo tanto, tienden a envejecer, a anquilosarse, a extrapolar valores propios de un contexto temporal, social y geográfico determinado a otros en el intento de convertirlos en valores universales. Esto da como resultado que, a menudo, en muchas tradiciones religiosas no encontramos más que un pálido reflejo de la experiencia religiosa trascendente que le dio origen.

Muchas tradiciones religiosas, especialmente las de carácter horizontal, han desaparecido o desaparecerán inevitablemente, ya que su labor y su función sólo pueden tener lugar en un marco social, histórico y evolutivo determinado.

Las tradiciones religiosas de carácter vertical necesitan desprenderse cíclicamente de la costra de la contingencia, de los anecdótico, de los estrictamente condicionado, con el fin de cumplir con su función que no es otra que la de facilitar la experiencia de lo Incondicionado.

Acerca de las instituciones religiosas

En su origen, el objetivo básico de toda institución religiosa no es otro que el de preservar la pureza de la experiencia de su fundador transmitida a través de su tradición, o bien el cuerpo doctrinal y el sistema de creencia que constituyen su idiosincrasia. El hecho mismo de la institucionalización no debe ser considerado en sí mismo como perverso.

Como seres humanos necesitamos dar forma a nuestras intuiciones, experiencias, relaciones y descubrimientos. No podemos negar la tendencia y la necesidad humana a una cierta institucionalización.

Se podría decir que las instituciones religiosas son la concreción en el espacio y en el tiempo de las tradiciones religiosas, las cuales a su vez, lo son o tratan de serlo, de la experiencia religiosa o del cuerpo doctrinario de su fundador. Las instituciones religiosas son el aspecto más material de la religiosidad, su concreción en la materia, en el espacio, en el tiempo y en las contingencias de lo social, lo político y lo económico.

Por ello mismo, las instituciones religiosas son el aspecto de lo religioso que más sujeto está al deterioro, a la perversión, a la corrupción, procedente no sólo de la condición humana, sino también provocada por el paso mismo del tiempo y por las circunstancias sociales, políticas y económicas.

Desde el punto de vista del Maestro Zen, y en coherencia con su discurso, las instituciones religiosas son como el cuerpo de la religiosidad. Así como el cuerpo humano envejece, se anquilosa, enferma, se deteriora y muere, también a las instituciones religiosas les sucede lo mismo.

El papel de las religiones en el siglo XXI

Una vez visto esto, podemos abordar con mayor concreción la pregunta: ¿Cuál es el papel de las religiones en el siglo XXI? Para ello tenemos que clarificar: ¿a qué nos estamos refiriendo cuando decimos “religiones”?, ¿a la “religiosidad”? Si es así, ¿a qué tipo de religiosidad nos estamos refiriendo, a la religiosidad que hemos llamado horizontal o a la vertical? ¿O tal vez nos referimos a las diversas tradiciones religiosas actualmente existentes? ¿O con “religiones” queremos decir “instituciones religiosas”?

1. Arcaico-instintivo: Porcentaje de población: 0,1%. Cuota de poder: 0%

2. Mágico-animista: Porcentaje de población: 10%. Cuota de poder: 1%

3. Mítico primario: Porcentaje de población: 20%. Cuota de poder: 5%

4. Mítico desarrollado: Porcentaje de población: 40%. Cuota de poder: 30%

5. Racional-científico: Porcentaje de población: 30%. Cuota de poder 50%

6. Relativista-multicéntrico: Porcentaje de población: 10%. Cuota de poder: 5%

7. Integrador: Porcentaje de población: 1%. Cuota de poder: 5%

8. Holístico: Porcentaje de población: 1 %. Cuota de poder: 1 %

Aunque estos datos son sólo aproximativos, su lectura nos hace ver lo siguiente:

• Aproximadamente el 70% de la población mundial se halla en niveles de conciencia pre-racionales, es decir, practican una religiosidad horizontal basada en las creencias. Estos niveles representan el 36 % del poder mundial.

• Aprox. el 30% de la población mundial se haya en el nivel racional-científico. Con un 50 % de cuota de poder.

• Aprox. el 12% de la población mundial se haya en niveles trans-racionales, con una cuota de poder del 21%. La religiosidad propia de estos niveles es la vertical basada en prácticas efectivas de acceso a estados superiores.

Los conflictos religiosos

Con el fin de poder comprender lo que pueden dar de sí tanto la religiosidad innata del ser humano como las diversas tradiciones religiosas en el futuro, podemos comenzar por ver lo que ha sucedido en el pasado y lo que está sucediendo en el presente. Solo entonces podremos hacer una prospectiva de futuro con cierta confianza.

Fijémonos, por ejemplo, en los conflictos más característicos en torno a lo religioso. Los dos conflictos más comunes son a) el enfrentamiento interreligioso y b) el enfrentamiento entre religión y modernidad.

A) El enfrentamiento interreligioso.

La historia está plagada de guerras de religiones. Aún actualmente las noticias diarias no sacuden con guerras interreligiosas o enfrentamientos entre adeptos de distintas religiones que dejan un impresionante saldo de muertos, heridos y un reguero de odio y de violencia.

Este conflicto tiene lugar, de hecho, entre religiosidades horizontales, basadas en las creencias, y no entre religiosidades verticales, basadas en la experiencia de la Unidad trascendente. Se enfrentan aquellos que tienen creencias distintas con el convencimiento de que la creencia de cada uno de ellos es la verdadera, y la otra falsa.

Además, es importante darse cuenta de que la mayoría de los enfrentamientos entre partidarios de religiones distintas no se producen estrictamente por motivos religiosos sino por motivos económicos, políticos, y territoriales, -es decir, por la búsqueda de poder- para los que “lo religioso” es sólo una excusa y una tapadera que utilizan los líderes maquiavélicos que manipulan a las masas de creyentes.

El conflicto entre personas que han experimentado la Unidad subyacente a la diversidad es imposible por definición y por naturaleza. Sea cual sea el camino por el que se ha llegado a ella, la experiencia de la Unidad es la experiencia de la Unidad. No hay dos experiencias de dos Unidades diferentes. Hay una única experiencia de una única Unidad. Las personas que practican una religiosidad vertical abren su corazón a la totalidad. Y la totalidad incluye a los seguidores de otros caminos espirituales.

La lucha entre religiones se da pues sólo en el nivel de religiosidad basado en las creencias pre-racionales, estado espiritual en el que como hemos visto se encuentra el 70 % de la población mundial.

B) El enfrentamiento entre religión y modernidad

El conflicto entre lo religioso y lo racional dista aún mucho de estar resuelto. Aunque es muy importante darse cuenta de que este conflicto sucede en realidad entre una religiosidad horizontal basada en la creencia y la razón, no entre la religiosidad vertical y la razón. La experiencia de la Unidad trascendente es trans-racional, no pre-racional, esto quiere decir que incluye la visión racional.

La visión racional emergió por primera vez en la historia de la humanidad de forma evidente alrededor del siglo V antes de la era cristiana, tanto en la Grecia clásica con los primeros filósofos griegos como en India con el Buda Sakiamuni. No obstante, ambas racionalidades tomaron rumbos distintos: los filósofos griegos se enfocaron sobre la naturaleza del mundo físico, objetivo, mientras que el Buda aplicó el análisis racional al mundo mental, subjetivo. La filosofía racionalista griega daría lugar al pensamiento científico y éste a la tecnología, mientras que el racionalismo budista daría lugar a un conocimiento profundo de la conciencia humana y a una tecnología espiritual muy desarrollada.

Aún después de su emergencia en una élite de humanos, el racionalismo siguió rodeado por una población mayormente anclada en las creencias y en las supersticiones, ya fueran de carácter mágico-animista o mítico.

La destrucción de la biblioteca de Alejandría supuso un enorme parón en la evolución del pensamiento racional-científico. Le seguirían mil años de oscurantismo – la baja y alta Edad Media- durante los cuales una religiosidad basada en creencias míticas se enseñoreó del Occidente cristiano.

El Renacimiento supuso una nueva emergencia de lo racional –una emergencia evolutivamente imparable-. Las ciencias físicas y matemáticas tomaron fuerte impulso. La aparición del positivismo y del racionalismo como filosofías impulsaron el desarrollo del pensamiento científico y de sus aplicaciones técnicas. Con los ideales de la Revolución Francesa, el individuo logra por primera vez liberarse políticamente del yugo de la dictadura del mito y poner la individualidad en el centro de la vida social, política y religiosa. Con la Revolución Industrial el pensamiento científico y sus aplicaciones tecnológicas irrumpen con fuerza para convertirse en los valores directrices de las sociedades occidentales a partir de entonces y hasta la actualidad,

Según los datos de Don Beck y Christopher Cowan, a pesar de que sólo el 30 % de la población mundial se haya instalada en el nivel científico-racional, su cuota de poder es del 50 %. Y es de prever, y de desear, que ambos índices no harán más que crecer en el presente siglo.

A pesar de ello, la post-modernidad ha traído una crisis de “lo racional” y muchos observadores tienen la impresión de que lo irracional –lo mágico y lo mítico- está irrumpiendo de nuevo con fuerza en nuestras sociedades. Desde mi punto de vista, esta crisis de lo racional es saludable porque supone el fin de la “dictadura racionalista”.

Esta dictadura se apoyó en el siguiente presupuesto: “Todo lo que no es racional es irracional, es decir, pre-racional, por lo tanto, regresivo”. Como ya he señalado antes, esta actitud coarta y reprime toda posibilidad al ser humano de acceder a niveles de conciencia trascendente, cercenando un anhelo y un impulso inherente a la naturaleza humana. El racionalismo, al ser aún una forma de conocimiento de primer grado, es incapaz de alcanzar una visión global de la complejidad de la conciencia humana. El racionalismo sólo puede ver desde el punto de vista de la razón, pero no más allá. Y este es precisamente el nudo gordiano porque los racionalistas puros y duros ni siquiera conciben ni aceptan la posibilidad de que haya algo más allá de la razón.

El conflicto entre la religiosidad mítica y la razón es un conflicto entre dos formas de pensamiento de primer grado, incapaces cada una de ellas de reconocer y valorar la importancia de la otra: la religiosidad mítica exclusiva – que durante siglos ha dominado el panorama en Occidente y sigue haciéndolo en muchas otras sociedades no-occidentales- entra en conflicto con la racionalidad exclusiva. Es esta racionalidad intolerante la que ha entrado en crisis con la post-modernidad.

No obstante, la posmodernidad nos ha traído también una buena y gran noticia: la emergencia de un nuevo nivel de pensamiento, al que podríamos llamar relativista-multicéntrico (ver el comienzo de este escrito). Con este nuevo nivel, ya de segundo grado, se abre una gran oportunidad de reconciliar visiones hasta ahora enfrentadas.

Una prospectiva de futuro

En opinión de Dokushô Villalba, el Maestro Zen, el reto más importante que tenemos a partir de este siglo es: ¿cómo favorecer un proceso natural de evolución desde lo pre-racional a lo racional? Es decir, desde lo arcaico-instintivo (0,1% de la población) a lo mágico-animista; desde lo mágico-animista (10% de la población) a lo mítico; desde lo mítico (60% de la población) a lo racional.

¿Cómo favorecer la evolución natural desde lo racional (30% de la población) a lo trans-racional; desde lo trans-racional (12% de la población) al estado de Unidad Fundamental y de plena realización del potencial humano?

Y esto, basándonos en un exquisito respeto a todas las formas de religiosas y culturales de vida. En otras palabras, ¿cómo gestionar las necesidades diferentes y las relaciones entre las muchas humanidades que conforman la Humanidad?

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