miércoles, 11 de junio de 2008

El misterio de las calaveras de cristal


Lubaantun. Sólo el nombre ya evoca exotismo y misterio. Es el de una ciudad maya del sur de Belice, datada entre 700 y 900, cuyas excavaciones visitó el aventurero británico F.A. -de Frederick Albert- Mitchell-Hedges en los años 20 del siglo pasado. Su hija adoptiva, Anna Mitchell-Hedges, hizo allí el 1 de enero de 1924 "un descubrimiento que iba a cambiar su vida", según la web oficial de la pareja. "Vio un objeto brillante que centelleaba entre las piedras de la pirámide y, el día que cumplía 17 años, se habían retirado ya las suficientes rocas como para alcanzar el objeto. Era la calavera de cristal".

"La Calavera del Destino es de cristal de roca puro y, según los científicos, hacerla debió llevar unos 150 años, generación tras generación, trabajando todos los días de sus vidas, frotando con arena una inmenso bloque de cristal de roca hasta que finalmente emergió el cráneo perfecto. Tiene al menos 3.600 años y, de acuerdo con la leyenda, el gran sacerdote de los mayas la utilizaba en la celebración de ritos esotéricos. Dicen que, cuando invocaba a la muerte con la ayuda de la calavera, la muerte siempre acudía. Se la considera la encarnación de todo mal", escribió F.A. Mitchell-Hedges en 1954 en Danger my ally (El peligro, mi aliado), su autobiografía.

Formada por dos bloques de cuarzo -el cráneo y la mandíbula-, la joya mide 13,3 centímetros de alto y de largo, y pesa unos 5 kilos. Su origen nunca ha estado claro. La hija del aventurero mantuvo hasta su muerte, el 7 de abril pasado, que la había encontrado el día de su decimoséptimo cumpleaños en las ruinas de Lubaantun, versión que encaja perfectamente en la vida de quien, a principios del siglo XX, se vendió como una especie de Indiana Jones. Durante muchos años, algunos sospecharon, no obstante, que el hombre había mandado tallar la pieza y luego la había enterrado para que su hija la encontrara a modo de regalo de cumpleaños. Ninguna de las dos versiones se sostiene en la actualidad.

Una vida de película

Nacido en 1882, de niño, F.A. Mitchell-Hedges "leyó a los grandes novelistas de aventuras de la época y fantaseó con el descubrimiento de ciudades perdidas, el encuentro con fieras tribus y sobrevivir a enfrentamientos con bestias salvajes", según se lee en su web, donde se explica que cumplió sus sueños y, con los años, fue agente de bolsa, comerciante de antigüedades, explorador, arqueólogo, pescador deportivo, escritor... Personaje al estilo del creado por George Lucas y Steven Spielberg, protagonizó episodios muy cinematográficos, según su biografía oficial. Así, cuando fue capturado en México por las tropas de Pancho Villa en 1913, le salvó de morir a tiros probar que era inglés, y no estadounidense, cantar el Dios salve a la reina. Después, Mitchell-Hedges se unió al bandolero y luchó a su lado en la batalla de Laredo.

Tanto ajetreo se plasmó en los años 30 en un programa de radio semanal en Nueva York, en el cual contaba las múltiples ocasiones en las que había escapado de morir a manos de salvajes o entre las fauces de alguna fiera. Escribió cinco libros -incluido uno sobre sus recuerdos como prisionero de Pancho Villa- y, a pesar de ser famoso por el hallazgo de la calavera de cristal, nunca la mencionó antes de 1944 y sólo le dedicó en su autobiografía el párrafo antes citado, al que precedían las siguientes líneas: "Llevamos con nosotros [a África en 1948] la siniestra Calavera del Destino de la que tanto se ha escrito. Tengo razones para no revelar cómo llegó a mis manos". F.A. Mitchell-Hedges murió en 1959 sin aclarar cómo se había hecho con la joya.


Joe Nickell, del Centro para la Investigación Escéptica (CSI), y el forense John Fisher indagaron en los orígenes de la calavera de cristal a principios de los años 80, con sorprendentes resultados. Comprobaron, para empezar, que Thomas Gann, arqueólogo aficionado, y T.A. Joyce, del Museo Británico, que excavaron en Lubaantun en los años 20, no mencionan la pieza en ninguno de sus libros. "Este objeto no tiene nada que ver con el lugar ni con la arqueología maya (realidad, hasta donde sé, ni con la América precolombina)", explicó el arqueólogo Norman Hammond, experto en la cultura maya de la Universidad de Boston, cuando le preguntaron por qué no la citaba en su monografía sobre el enclave, publicada en 1975.

En su libro Secrets of the supernatural (1988), Nickell y Fisher destacan que en ninguna foto tomada por Lilian Mabel Alice -más conocida como Lady Richmond-Brown y que solía inmortalizar los descubrimientos del explorador- se ve la joya o a la presunta autora del hallazgo en la ciudad maya. "Anna Mitchell-Hedges nunca estuvo en Lubaantun, a tenor de las pruebas", sentencia Hammond. Existen documentos, sin embargo, que prueban que la pieza fue subastada por un tal Sydney Burney en Sotheby's, en Londres, en 1943 con un precio de salida de 340 libras. Nadie la compró y, al año siguiente, F.A Mitchell-Hedges pagó a su propietario 400 libras por ella. Un artículo publicado en 1936 por la revista Man revela, además, que la joya era ya entonces propiedad de Burney. Pero ¿de dónde había salido?

La Calavera del Destino no es única en su género. Hay varias más de tamaño casi real, de las que la más famosa es propiedad del Museo Británico. Hasta mediados de los años 90, estaba catalogada como "probablemente azteca, de entre 1300 y 1500". La institución la adquirió en 1898 en Tiffany's, Nueva York, por 120 libras. Su propietario hasta entonces había sido el comerciante de antigüedades francés Eugène Boban. "Un análisis de varias calaveras de cristal realizado por el Museo Británico en 1996, utilizando microscopía electrónica de barrido, encontró surcos regulares que sólo pudieron hacerse mediante pulimentado mecánico, y el análisis del cuarzo reveló que se trataba de cristal brasileño, que nunca se había empleado en Mesoamérica y sí en Alemania en el siglo XIX", explica el historiador José Luis Calvo, miembro del Círculo Escéptico.

De azteca a europea

Cuatro años antes, en 1992, la Institución Smithsoniana examinó una joya similar adquirida en México en 1960 y que se presumía azteca. El estudio concluyó que había sido fabricada recientemente y que procedía de Boban, el marchante de antigüedades francés, quien aseguraba haberla adquirido en Alemania. Tanto la pieza británica, como otra similar que hay en el Museo del Hombre, de París, fueron adquiridas igualmente a Boban, quien comerció con antigüedades precolombinas auténticas y falsas en México entre 1860 y 1890, y sobre el que recaen todas las sospechas de la autoría de estas falsificaciones. El Museo Británico tiene ahora su calavera catalogada como "probablemente europea, del siglo XIX". Es lo que piensan los historiadores de las culturas precolombinas sobre todos los cráneos de cristal, incluido el de Mitchell-Hedges, por mucho que éste se haya rodeado de leyenda.

El aventurero y su hija hicieron de su cráneo de cristal un símbolo del esoterismo, atribuyéndole él un poder maléfico y ella, todo lo contrario. "La calavera ha sido utilizada varias veces para curar y espero que algún día esté en alguna institución donde la usen matemáticos, meteorólogos, cirujanos...", escribió a Nickell en 1983 Anna Mitchell-Hedges, quien se negó a ceder la pieza para que fuera examinada en un laboratorio. Las palabras de la mujer hay que ponerlas en cuarentena, como en su momento se hizo con la falsa historia del hallazgo y las hazañas autobiográficas de su padre.

Las calaveras de cristal están cortadas con la forma de una calavera humana, varían en forma, tamaño y tipo de cristal. Algunas son auténticas, talladas por los Mayas y otras culturas, mientras que la mayoría que podemos contemplar en la actualidad, fueron talladas recientemente. Los lugares en que se han hallado estos objetos están ubicados generalmente en Centroamérica, especialmente en ruinas Aztecas y Mayas, aunque han habido noticias y rumores de posibles hallazgos en Sur América, pero no han sido confirmados. Además de asombrarnos con la forma en que fueron talladas, o la incapacidad para determinar como lo hicieron, existen afirmaciones de que a su alrededor se producen fenómenos inexplicables y extraños.

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