viernes, 27 de febrero de 2009

LA RELIGIÓN y LOS MITOS ACADIOS


La íntima fusión de las culturas sumeria y acadia motiva que sea muy difícil a los investigadores de la Historia de las Religiones determinar qué elementos de la religión acadia eran originalmente semitas y cuáles sumerios.

En general, podemos decir que en la vida religiosa del Imperio Acadio se mantuvo un contraste entre las zonas norte y sur de Mesopotamia.

El norte se caracterizó por la deificación del monarca y su relación directa con la divinidad, estando unido sobre todo el monarca con la diosa Ishtar, principal divinidad femenina y protectora de Akkad, la cual, por medio de la hierogamia o matrimonio sagrado, le concedía el poder real y la fuerza vivificadora y mágica inherente a la realeza.

El sur mantuvo la veneración y culto a sus dioses locales, siendo la divinidad principal el dios Enlil, y su ciudad santa, Nippur, el mayor centro religioso.

Sin embargo se advierte una manifiesta intención política de los reyes acadios, ya iniciada por el propio Sargón I, de lograr la unificación religiosa de ambas regiones.

La religión

1. En la concepción acadia, el panteón divino parte de un principio acuoso primitivo del que se aíslan dos entes primarios, es decir, una primera pareja formada por Tiannat, forma femenina del agua salada y Apsu, océano que rodea el mundo. Ambos principios dieron origen a todos los seres, naciendo de ellos las deidades Lahmu y Lahamu, dos serpientes monstruosas que pronto vieron borrado su papel religioso. Tras ellos venía la segunda pareja formada por Anshar y Kishar, representantes de la totalidad del Cielo y la Tierra. Esta segunda pareja dio origen a la tríada suprema: Anu, el cielo, Enlil, la atmósfera y Ea, el agua (en sumerio Enki) quienes se repartieron el gobierno de la totalidad de lo creado.
Los acadios aceptaron también una segunda tríada formada por Sin, el dios luna y sus hijos, Shamash, el dios sol e Ishtar, el planeta Venus, versión semítica de la diosa sumeria Inanna, que fue el prototipo de la diosa del amor y de la guerra (Afrodita, Ártemis y Atenea en Grecia).

2. Los acadios, en un afán sincrético, tomaron las divinidades sumerias y las amoldaron a sus propias necesidades religiosas, limitándose prácticamente a un cambio onomástico.

3. Pero en esta época acadia, el politeísmo sumerio y el semítico evolucionaron hacia una sistematización más cuidada y hacia una simplificación, unificando en algunas divinidades las esferas de soberanía de otros dioses singulares, como reflejo del acontecer político de esta fase acadia y después en Babilonia, puesto que acadios y babilonios tendieron hacia un nacionalismo, y por tanto, fue natural que buscasen exaltar a uno de sus dioses al papel de dios supremo.
Los demás dioses quedaron sólo como un pálido reflejo de esa divinidad suprema, del mismo modo que las ciudades lo fueron de Babilonia, cuando ésta llegó a ser la capital del imperio babilónico.



Este dios supremo fue Marduk, que obtuvo su primacía cuando se logró la unidad de Sumer y Akkad, ya en la gloriosa época de la dinastía amorrea o amorita y de su máximo representante, Hammurabi, elaborándose al mismo tiempo nuevas versiones de las antiguas leyendas sumerias, para elevar a Marduk a la supremacía del panteón divino, como dios de la sabiduría y protector de los hombres y el mismo Anu, dios del cielo, cedió su papel a Marduk.

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